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Tribuna:CINE
Tribuna
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Otro crepúsculo de los dioses

Juan Cruz

El fallecimiento de William Holden es la muerte de un símbolo, aquella imagen viva que acompañaba a la decaída estrella Gloria Swanson en los amores imposibles de El crepúsculo de los dioses, la película que en 1950 le dio al actor fallecido ayer la oportunidad de presentarse como el rostro que Hollywood quería para seguir viviendo. Moría la imagen de Gloria Swanson, surgía la de William Holden.Para William Holden, los años que se iniciaron con El crepúsculo de los dioses fueron la década prodigiosa. Todos le buscaban porque el suyo era el rostro de América, la cara del americano heroico de El puente sobre el río Kwai, la cara dura del americano generoso e indómito de Sabrina, y la cara angelical del americano que se enamora al ver bajar por las escaleras a la Kim Novak de Picnic. Luego el rostro fue variando, pero otros americanos le volvieron a requerir, y en los setenta hizo una violenta película memorable, Grupo salvaje, que hoy queda también como el registro de su propio crepúsculo, el que ahora acaba de caer del todo.

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Ha muerto el actor norteamericano William Holden

Sabrina acaba de ser vista en España, a través de Televisión Española. Fue un buen motivo para recordar la habilidad que tiene Hollywood para fabricar, mimar y vender dobles imágenes, una forma de salvarse gracias a los dobles estándares. En aquella deliciosa película, un americano frío, calculador y, por supuesto, ganador -Humphrey Bogart- era compensado por el contrapunto perfecto: el que le ponía el americano rubio, apasionado, jugador y, por supuesto, perdedor generoso: William Holden. Hollywood ha seguido recurriendo a la fórmula y en el lado asignado a los Holden de la historia están ahora, por ejemplo, Robert Redford o incluso Paul Newman. En la zona sagrada de Bogart hay pocos, porque Bogart es mucho más irrepetible, y Dustin Hoffman, por ejemplo, no nació para serlo.

William Holden era un actor sólido, eficaz, como Gregory Peck o como Clark Gable. Sus cualidades dramáticas eran las del intérprete intuitivo que sólo da una industria que, a fuerza de programarlo todo, da incontables oportunidades para que todo el mundo se manifieste tal como es. Viendo a Holden se tenía la sensación de estar contemplando al americano intranquilo de las novelas de Hemingway, cuya cara de buen chico le hace vivir en el recuerdo del cine con la fuerza que tuvo su propio homenaje a las glorias viejas del celuloide callado. El crepúsculo de los dioses viene hoy a la mente de los que siguieron su cine, como el recuerdo más sedimentado de su larga vida de creador de imágenes ajenas.

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