Caluroso homenaje a Moreno Torroba

Un público que llenó el teatro Real respondió a la convocatoria de tres entidades navarras (Comisión de Navarros en Madrid, Asociación Cultural de Navarra y Congregación de San Fermín de los Navarros) y rindió caluroso homenaje al maestro Federico Moreno Torroba, ese admirable joven nonagenar¡o, nacido en Madrid, pero estrechamente ligado a Navarra por muchos lazos familiares y emocionales.Para la ocasión volvió a Madrid el tan querido Orfeón Pamplonés, que dirige José Antonio Huarte, cuyos recientes triunfos internacionales se recogían en un folleto e distribuido con el programa de mano.

El coro pamplonés realizó un rápido y bellísimo viaje por la música del reino de Navarra, a partir de una maravillosa monodía medieval del rey Teobaldo I, para seguir con una victoriana Salve, de Michael Navarrus (siglos XVI y XVII), detenerse en diversos ejemplos dieciochescos, bien religiosos, bien profanos (Iribarren, Aranaz, Egües, Laserna) y penetrar al fin en nuestro siglo a través del puente decimonónico de Eslava, con obras de diversos signos originales de Asiaín, Huarte, Moreno Torroba y Fernando Remacha.

Del hermano mayor de la generación del 27 todavía escucharíamos en la segunda parte el Magnificat de las célebres Vísperas de San Fermín, una de las grandes consecuencias de Remacha.

La parte de homenaje a Moreno Torroba se abría con el himno de las Cortes de Navarra, en una adaptación de Aurelio Sagaseta, sobre letra de Manuel Iribarren. La música procede del siglo XVIII y posee solemnidad y nobleza. Fue escuchada en pie por todos los presentes.

Un representante de los navarros en Madrid tuvo para Moreno Torroba palabras de elogio ceñidas y exactas, a las que respondió el compositor con otras llenas de sincera naturalidad, en las que anunció el estreno de dos cancioncillas, pensadas para el pueblo y no para el marco suntuario del Real, en el que han venido a encuadrarse.

Se trata de una marcha y un zortziko, sobre textos de Juan Mollá. En la primera, Sabemos lo que somos, se exalta la personalidad del pueblo navarro en su esencialidad, historicidad, foralismo y españolidad. La segunda es un expresivo zortziko, en el que Torroba discurre por vías de efusivo lirismo que le son tan queridas.

Junto a las páginas de estreno, el Orfeón Pamplonés cantó un amplio trozo coral, basado en Don Quijote, en el que aparecen perfectamente ambientados diversos aires populares castellanos, y otro de carácter asturiano, titulado Camino de Mieres.

El Orfeón de Pamplona lució la potencia de su materia vocal y las ricas posibilidades de matiz que han elogiado los críticos de aquí y de fuera de aquí al hablar de una agrupación «modelo en su género» o de una «especie de órgano de múltiples registros». La dirección del maestro Huarte, músico preparado que mostró su buen hacer como compositor en la canción La soledad de la noche, fue excelente desde todos los punos vista.

El homenaje terminó bajo el signo vibrante de la jota de Joaquín Larregla, con texto de Eusebio Blasco, Navarra siempre pa lante.