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TRIBUNA LIBRE El movimiento feminista no es un partido

Judith Astelarra

La detención de Jimena Alonso y Carmen Santos, las distorsiones que cierta Prensa ha hecho sobre las vinculaciones entre el feminismo y ETA, y los debates que estos días han tenido lugar en el propio movimiento hacen necesaria una reflexión sobre el movimiento feminista y sus características.Conviene recordar algo que, por mucho que se haya dicho, no parece estar aún claro en sectores de la opinión pública. El movimiento feminista no es un partido político, ni una organización sindical, ni una organización profesional, ni ninguna forma de organización política o social que tenga una estructura estable. El movimiento está formado por una gran cantidad de grupos a los que une su común interés en el rechazo a la sociedad patriarcal y a la alienación de las mujeres que en ella se produce, y que tienen muchas diferencias, tanto en la propia concepción de lo que el feminismo debiera ser, como con respecto a otros temas políticos, culturales o sociales.

Estos grupos han participado conjuntamente en jornadas feministas de debate teórico, que han servido para dar vida al movimiento, al mismo tiempo que han desarrollado actividades conjuntas de diversos tipos, sobre todo en torno a temas tales como el divorcio, la violación, la contracepción y el aborto. También se han creado instancias de coordinación que han adoptado formas y contenidos diferentes en las distintas nacionalidades, y que han tenido en algunos momentos expresión a nivel de todo el Estado español.

Pero el movimiento se ha negado a que esta coordinación se transformara en una organización clásica. Por dos razones principales. En primer lugar, porque las feministas no queremos introducir nociones de jerarquía y poder dentro del movimiento. Los órganos de poder que toda organización tiene tienden a burocratizarse con el tiempo y a convertirse en verdaderos centros de poder, creándose una gran diferencia entre dirigentes y bases. Es por ello que en el movimiento no hay dirigentes y se intenta que tampoco existan líderes que se conviertan en portavoces únicas del mismo.

En segundo lugar, la idea de coordinación, en lugar de organización estructurada, surge como una forma de garantizar que los diferentes grupos que se sienten vinculados al movimiento se respeten mutuamente. Que todas las reivindicaciones feministas que las mujeres planteen puedan ser asumidas por las demás a partir del concepto de solidaridad entre mujeres.

Hay dos dimensiones de la sociedad patriarcal que se deben cambiar. Por un lado, la dimensión pública de las sociedades, las instituciones sociales, políticas, etcétera. Por otro lado, la dimensión privada, es decir, lo que hace referencia a la subjetividad, las relaciones interpersonales y su expresión, sobre todo, en la familia.

Las feministas, al reivindicar que lo personal también es político, estamos señalando que, si queremos construir una sociedad en que se produzca efectivamente la liberación de la mujer, no basta con producir transformaciones sociales: los cambios han de ser más profundos, abarcando tanto a la sociedad como a las personas. Asimismo, sostenemos que luchar por la creación de sociedades en las que se supere la opresión de la mujer supone contribuir a la construcción de un mundo más humano para todos: mujeres, hombres, niñas, niños, ancianas y ancianos.

Parece obvio que es muy difícil que en poco tiempo una meta tan ambiciosa se traduzca en realidades. Al entusiasmo inicial y el sentimiento de unidad que caracterizó los primeros años del movimiento feminista en este país ha seguido un período en que se van diferenciando los grupos, en que las diferencias se transforman muchas veces en contradicciones y en que aparecen más rasgos de liderazgo y poder de lo que hubiéramos deseado. Al mismo tiempo surgen dos problemas importantes.

El primero es que las características mismas del movimiento lo hacen vulnerable a la manipulación. Esta manipulación ha sido practicada por diferentes partidos políticos en el transcurso del tiempo, y es probable que se siga produciendo.

El segundo problema es que es fácil distorsionar o no entender lo que el feminismo plantea. Esta distorsión, que algunos medios de Prensa hacen con evidente mala fe, en otros casos es sólo el reflejo de la desorientación que muchas de las actividades feministas producen incluso entre las mujeres y los hombres que simpatizan con él.

Por un lado, los partidos políticos, las organizaciones sindicales y otros grupos políticos, tanto de izquierda como de derecha, desconfían del desorden de las feministas. Precisamente la carencia de dirigentes legitimadas o de órganos de poder con los que vincularse hacen aparecer al movimiento como algo anárquico y «poco serio».

Por otro lado, las feministas, al reivindicar temas que tienen que ver con tabúes y prejuicios hondamente arraigados en la personalidad, producen temor y resistencia en un gran número de personas. Al escuchar los planteamientos feministas nadie puede evitar sentirse personalmente involucrado en lo que se dice y, por ende, reaccionar subjetivamente.

Todas estas dificultades aparecen con más fuerza cuando el movimiento ha de hacer frente a hechos que de una u otra manera le afectan. Como decíamos más arriba, hoy por hoy, el movimiento continua siendo múltiple y ajeno a las opciones políticas de sus componentes. Por ello entendemos que el movimiento no puede hacerse solidario con opciones políticas concretas de sus miembros en la medida en que ellas comprometen sus postulados estrictamente feministas. Las opciones políticas que todo ser humano sustenta no siempre implican militancia en un partido político, aunque siempre existen. Las mujeres que forman parte del movimiento feminista, fuera de él tienen opciones políticas diferentes, y la supervivencia del movimiento dependerá de que luchemos juntas por lo que como feministas tenemos en común y dejemos las actitudes y comportamientos externos de cada una, tanto los ligados a la militancia política como desarrollo de la vida cotidiana, al juicio y valoración ética de cada cual.

Esto no impide que el movimiento exprese su disconformidad con la ley Antiterrorista y apoye el derecho que asiste a Jimena y Carmen, y a cualquier otro ciudadano detenido en las mismas circunstancias, derecho que la Constitución garantiza, a ser considerados inocentes hasta que se demuestre lo contrario, a no declarar contra sí mismos y al derecho natural indiscutible a la inviolabilidad e integridad física y mental.

En cualquier caso, e independientemente del desarrollo de los acontecimientos, no podemos dejar de sentirnos próximas a Jimena y Carmen, como mujeres y como compañeras que son en nuestra lucha por la liberación de la mujer.

Judith Astelarra es profesora de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona. Feminista.

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