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Un mundo por hacer

En una sala mudéjar de los Reales Alcázares de Sevilla, inundada de historia, en la noche del 11 de octubre el Rey de España instaló el Consejo Superior del Instituto de Cooperación Iberoamericana. Eramos 51 personas, de España y América, designadas para formar parte de ese alto cuerpo consultivo y asesor que deberá recoger y canalizar la voluntad de cooperación y futuro de la numerosa familia de los pueblos hispánicos ante los reclamos del presente y el futuro.El deslumbrante espectáculo mudo de aquellos patios y salones nos contaba la historia de ayer, desde las murallas almohades hasta el Renacimiento, pasando por los más refinados ejemplos de la imaginativa decoración de los arábigo-andaluces.

La sala misma en que se efectuó la instalación fue parte de los locales de la Casa de Contratación. En cierto sentido, América se conformó en ese recinto. De allí partieron las autorizaciones para las flotas y sus pasajeros, y allí llegaron consignadas las extrañas cosas que se traían de las Indias remotas, palo de guayacán, cacao, tabaco y las más increíbles noticias que jamás los hombres habían escuchado, y, desde luego, el oro y plata en tejas que se amontonaban en las atarazanas del Guadalquivir.

Es, ciertamente, ahora el tiempo de una nueva suerte de contratación distinta de aquella otra que se efectuaba con mercaderes y aventureros alucinados por la fama de una riqueza sin límites. Sobre esas nuevas formas de concertación y suma de presencias se habló en ese día. Es perentoria la necesidad de no continuar separadamente y en pequeño el áspero camino del presente. Los pueblos hispánicos forman la primera o la segunda concentración homogénea, por la cultura y la historia común, dentro del variado conjunto de la humanidad actual. Hispanohablantes y lusohablantes estamos hoy por encima de los trescientos millones de seres humanos, y para el año 2000 seremos, seguramente, más de quinientos millones. Las posibilidades de una acción concertada de esa inmensa suma de recursos humanos y materiales nos podría convertir en una de las más poderosas y respetadas unidades de cultura y progreso en el escenario mundial. Podríamos hacer un papel de primer orden, junto al actual monopolio anglosajón y noreuropeo de poder científico, cultural y económico. El camino es obvio y consiste en formular sistemas prácticos y eficaces de cooperación en la investigación científica común, en el acceso a los grandes medios de comunicación y en la creación de unos cuantos núcleos de saber y educación, al más alto nivel, que reunieran y sumaran las capacidades, hasta ahora dispersas y mal aprovechadas, de los hombres más calificados de nuestros pueblos. En el mundo de hoy saber es poder, y este supremo poder se está convirtiendo rápidamente en un monopolio de unas cuantas grandes potencias que han logrado formar extraordinarias concentraciones de capacidad creadora e investigadora. Tenemos que ir al poder por la posesión del saber y a través de él podremos alcanzar un rango de primer plano en el mundo inmensamente diferente que se está conformando ante nuestros ojos de espectadores pasivos en nuestros propios días.

Con muy seguro sentido del valor de la historia pasada fuimos, con el Rey de España, hasta Palos de la Frontera. En la misma iglesia de San Jorge, donde Colón y los Pinzones oraron antes de embarcar para el gran encuentro, oímos repetidamente el llamados inaplazable a la cooperación. Más tarde llegamos hasta La Rábida en peregrinación. La blanca y simple estructura del viejo convento se alza sobre la despejada vecindad del río y del mar. Toda una nueva historia del hombre se inició en esas despojadas salas por donde hoy pasamos sobrecogidos de recuerdos y de premoniciones. Todo tuvo que cambiar para el mundo entero por lo que aquel puñado de hombres que allí se reunieron en 1492 lograron hacer. Nunca hubo mayor desproporción entre el comienzo y los resultados de una empresa humana.

En muchos sentidos, los iberoamericanos que estábamos congregados allí éramos la gente del regreso de la descomunal aventura. Una empresa empezada entonces y que ha producido en cinco siglos toda la maravillosa presencia del continente americano. Por eso mismo, es ahora el tiempo justo para iniciar la nueva empresa complementaria. Ponernos de acuerdo para sumar requerimientos del presente y posibilidades del futuro, y convertirnos de nuevo en uno de los actores protagónicos de la historia, o conformarnos, en muchas formas, en ser meros espectadores de la historia que anglosajones, eslavos y asiáticos van a hacer sin nosotros.

En 1992 se cumplirá el quinto centenario del viaje de Colón. Ese 12 de octubre, tan ingentemente próximo, nos plantea un desafío excepcional. Seguir separados, sumidos en la pequeñez y en la retórica pasatista sin ambición de crear, o aparecer ante los ojos del resto del mundo en la plenitud de las posibilidades y las realizaciones a que nos dan derecho nuestro número, nuestra identidad fundamental y nuestra ambición de generosa grandeza.

Todo esto estuvo presente, en palabras o en muda y angustiada reflexión, en la austera casa de La Rábida en este 12 de octubre. Y en la cuenta inexorable que tendremos que rendir cuando suene el medio milenario del descubrimiento en medio de nuestra recelosa y fetichista separación que nos condena irremediablemente a la impotencia.

Sevilla, octubre de 1981

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