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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El poder del Islam

No CABE ya duda de que lo que ha matado a Sadat es un brazo del Islam; pero quedan muchas incógnitas en la tesis oficial de que el atentado haya sido un acto aislado. El Islam es una fuerza creciente y desafiante que alimenta un amplio grupo de reivindicaciones antiguas y actuales: un largo pueblo humillado y ofendido extendido por el mundo, pero concentrado especialmente en un área donde se cruzan todos los intereses del mundo.El Islam, que representa problemas de civilización y de cultura, de modos de vida, de rechazo a una explotación permanente, va teniendo noción de su propia fuerza. La comparación con la religión católica en las dos áreas del mundo en que esa fe se mezcla con otras reivindicaciones, como en Polonia y como en Irlanda, es pertinente, aunque sólo sea relativa: es la nutrición en forma de fe, y aun de recompensa en el más allá, de unos movimientos con reivindicaciones terrenales. La diferencia del Islam con el cristianismo es que éste, en el momento ,actual de la historia, no puede ya representar una totalización de la vida, y él Islam, sí. Estado, Gobierno, política, administración, costumbres, relaciones humanas, sentido de nación y hasta de raza están contenidos en la doctrina islámica que vuelve a pasos agigantados.

Egipto representaba dentro del mundo musulmán una doble imagen. Al mismo tiempo, una teología profundizada en sus universidades coránicas. y en sus ideólogos, y una, lucha por entrar en el mundo moderno representado por Occidente y mimetizado en ciertas luchas, incluso de costumbres: la aparición del feminismo árabe, del socialismo, el abandono de antiguos atuendos. Todo esto está desapareciendo rápidamente. No son ya los egipcios clásicos los que mantienen las viejas tradiciones: es la juventud la que empieza a abandonar la ilusión occidental y a regresar a las antiguas enseñanzas; son las mujeres que estudian en las universidades las que abandonan los trajes occidentales y los anticonceptivos, son los jóvenes que han estudiado en el extranjero los que abandonan el ateísmo elegante o el escepticismo frío y practican otra vez los preceptos. Lo que hay de reproche a un mundo occidental que no ha cesado su explotación, y que ha omitido el respeto por la antigua cultura, está patente en toda esta actitud.

El papel de Jomeini en todo esto es trascendental. Le vemos desde aquí como un loco peligroso y ensangrentado que está transgrediendo sistemas y leyes humanitarias que han costado siglos de esfuerzos en la civilización, y como un hombre que ha llevado a su país al caos. Pero su retrato, sus ojos fulgurantes bajo el arco de un entrecejo grave y duro, está en todo el mundo islámico, en las casas desde Marruecos a la India; se le mira como se miró un día a Nasser, y se le escucha, por radios y casetes, como se escucharía a un Mahoma viviente. Toda esta antigua fe rechaza, Igualmente, a la URSS y a Estados Unidos, se burla del diálogo Norte-Sur, y ha dejado de creer en las conferencias tercermundistas. Es más; está dejando de creer en sus dirigentes, aun en los que se sacralizan a sí mismos como imanes, en cuanto estos dirigentes aparecen como pactistas. Sadat era un creyente profundo, y La Meca le veía regularmente, con el traje de peregrino y la frente hincada en la tierra; al Islam no le ha valido esta demostración de fe y le ha considerado traidor, le ha considerado traidor, al punto que el ministro francés de Relaciones Exteriores, Claude Cheysson, se ha atrevido a decir, impulsado por el ambiente islámico, que la muerte de Sadat "elimina un obstáculo para el acercamiento en el interior de la nación árabe". Esta declaración, calificada en círculos occidentales como "brutal", puede ser, sin embargo, un reflejo del nuevo conocimiento real, añadido a sus informes, tras la reciente visita a El, Cairo.

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Es, ciertamente, el mismo brazo que desterró al sha el que ha matado a Sadat; y esta muerte se considera como un signo de fuerza. Fue el propio Sadat quien primero vio la gran amenaza y se lanzó directamente contra ella mediante la gran purga de principios de septiembre, mientras en Occidente, con la falta de visión que se suele tener para estos problemas, brotaba un cierto asombro ante lo que parecía una paranoia de un poder que se consideraba bien establecido. Probablemente, él mismo precipitó con ese acto la amenaza que trataba de conjurar, como la precipitó el sha con su represión. Los otros gobernantes árabes han sido más precavidos y no se atrevieron al desafío abierto: están conteniendo esa revolución islámica, que se extiende mucho más allá de aquellos a quienes consideramos integristas.

Pero este factor no parece bien calculado por los computadores de Washington, que suelen estimar las situaciones en razón de dinero y armas, o sea, dentro de otra fe. Y, sin embargo, lo que se está gestando trasciende en mucho el nombre propio de Jomeini, de Gadafi y el de sus respectivos arsenales. En síntesis, está representando uno de los riesgos más graves del mundo actual.

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