El hombre y el trabajo
La encíclica sobre el trabajo del papa Wojtila se ha dado con ocasión del noventa aniversario de la famosa Rerum Novarum, de León XIII. Para comprender la sintonía entre las ondas respectivas de estos dos documentos pontificios conviene traer a la memoria dos menciones de la Rerum Novarum. Hace León XIII en la introducción una enumeración de las causas que han llevado la cuestión obrera a la gravedad con que entonces se veía, y dice: "Júntase a esto (esto es el conjunto de esas causas) que los contratos de las obras y el comercio de todas las cosas está casi todo en manos de pocos, de tal suerte que unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre los hombros de la multitud innumerable de proletarios un yugo que difiere poco del de los esclavos".Luego León XIII defiende inequívocamente el derecho de propiedad, citando estas palabras de santo Tomás: "Lícito es que el hombre posea algo como propio; es además, para la vida humana, necesario". Pero, preguntándose sobre el uso de los bienes, vuelve al mismo autor y añade: "Cuanto a esto (el uso), no debe tener el hombre las cosas externas como propias, sino como comunes, es decir, de tal suerte que fácilmente las comunique con otros cuando éstos las necesiten". Estos textos no son menos radicales que los del papa Wojtila que ahora pasamos a exponer.
El papa Wojtila ha puesto en la encíclica Laborem Exercens todo el acento, el énfasis, en el trabajo humano arrancado del Génesis, esto es, del origen o principio de todas las cosas y del hombre mismo. El trabajo constituye, según la encíclica, una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la tierra, tanto en el estado de justicia original como después de la ruptura, provocada por el pecado, de la alianza original del Creador con la creación. El hombre debe someter la tierra, debe dominarla porque, como imagen de Dios, es una persona, un ser subjetivo capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el hombre es, pues, no objeto, sino sujeto del trabajo.
Lo que sigue son textos del documento pontificio, recogidos en la forma más breve posible para acercarlos al lector medio, más un comentario final. Es un intento de reducción del texto papal a sus ejes esenciales, una reducción de la que se puede decir, parafraseando el dicho de tradutore traditore, (reductor, mutilador). Pero parece mejor mutilar todo lo que se entienda -aunque quizá con error- que no es esencial, que remitir al lector al texto original que, por su extensión y complejidad, tiene difícil acceso a unas vidas tan atropelladas como las que se viven.
El valor del trabajo
Para el papa Wojila, el trabajo humano tiene un valor ético; quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, un sujeto que decide por sí mismo. Para la edad antigua, el trabajo que exigía el uso de los músculos y de las manos era considerado indigno de hombres libres y relegado a los esclavos. El cristianismo cambia esta óptica, empleando contenidos del Antiguo Testamento y partiendo tanto del mensaje evangélico como, sobre todo, del hecho de que el Mesías, el Cristo, que siendo Dios se hizo hombre, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrenal al trabajo manual junto al banco del carpintero.
El primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto. El trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo. Es verdad que los trabajos realizados por los hombres pueden tener un valor objetivo más o menos grande, pero lo que hay que poner en evidencia es que el trabajo se mide sobre todo con el metro de la dignidad del sujeto mismo del trabajo, o sea del hombre, de la persona que lo realiza. La Finalidad del trabajo es siempre el hombre.
Para el materialismo y el economicismo, el trabajo se entendía y se trataba como una mercancía que el obrero vendía al empresario, poseedor a la vez del capital y de los medios que hacen posible la producción. Este concepto es de la primera mitad del siglo XIX y ha ido accediendo a un modo más humano de pensar y, valorar el trabajo, pero el peligro de considerarlo como una mercancía, aun sui generis, o como, una anónima fuerza de producción, existe siempre en el economicismo materialista.
A raíz de este desafuero, el papa Wojtila, en sintonía con el texto reproducido de la Rerum Novarum, dice que ha surgido en el siglo pasado la llamada "cuestión obrera", "cuestión proletaria", que ha empezado un movimiento de solidaridad entre todos los hombres de trabajo y, ante todo, entre los trabajadores de la industria, como reacción contra la degradación del hombre como sujeto del trabajo, añadiendo que, tras las huellas de la encíclica Rerum Novarum y los documentos pontificios sucesivos, se debe reconocer francamente que esa reacción contra un sistema de injusticia y de daño que pidió venganza al cielo estaba justificada desde la óptica de la moral social.
Es verdad que desde entonces se han desarrollado diversas formas de neocapitalismo y de colectivismo que han hecho que los hombre de trabajo puedan participar, y efectivamente participen, en la gestión y en el control de la productividad de las empresas, pero perdurando injusticias flagrantes o que han provocado otras nuevas.
Volviendo al Génesis y a las duras palabras dichas a Adán, "con el sudor de tu rostro comerás el pan", el Papa hace notar que las mismas se refieren a la fatiga, al peso del trabajo que desde entonces le acompaña, pero sin cambiar el hecho de que ese es el camino por el que el hombre realiza el dominio que le es propio sobre el mundo visible, sometiendo la tierra. En este sentido se puede decir que el trabajo es un bien del hombre, aunque sea un borum arduum, según santo Tomás, lo que no quita que sea en efecto un bien, y no sólo un bien útil, incluso a veces placentero, como cuando es vocacional, sino un bien digno, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre.
Liberalismo y marxismo
Desde la Rerum Novarum, el conflicto del mundo del capital y el mundo del trabajo ha tornado una dimensión más grande y más profunda, que ha venido a materializarse entre el liberalismo entendido como ideología del capitalismo y el marxismo entendido como ideología del socialismo científico y del comunismo. Al llegar a este punto, una vez más -porque ésta es una constante de la doctrina pontificia-, el papa Wojtila trata de encontrar una vía media entre capitalismo y comunismo, poniendo mucho más énfasis del que se había puesto hasta ahora en esa doctrina humanista de la primacía absoluta del trabajo sobre el capital.
El principio bíblico -dice el Papa- de someter la tierra no puede hacerse sino mediante el trabajo. El hombre encuentra en la naturaleza los medios para la producción, como una donación de la naturaleza misma y, en definitiva, del Creador. En la dimensión mísma del trabajo humano se encuentra el misterio de la creación. Esta afirmación, ya hecha desde el principio de la encíclica, constituye, según palabras del propio Papa, "como el hilo conductor de la misma". es decir, de la prioridad del trabajo humano sobre lo que, en el transcurso de los tiempos, se ha solido llamar "capital". Todos los medios de producción, desde los más primitivos hasta los ultramodernos, han sido elaborados gradualmente por el hombre, por la experiencia y la inteligencia del hombre. Así, "todo lo que sirve al trabajo", todo lo que constituye su instrumento técnico, cada vez más perfeccionado, todo lo que se llame "capital", es "fruto del trabajo", de él ha nacido y lleva consigo la señal del trabajo humano. Subrayando el concepto, el papa Wojtila reitera como patrimonio estable de la doctrina de la Iglesia, y no como una innovación, la primacía del hombre en el proceso de proctucción, "la primacía del hombre respecto de las cosas"; porque todo lo que está contenido en el concepto de "capital" (en sentido restringido), es un conjunto de cosas.
Todo este conjunto de cosas que constituyen el capital se puede solamente arirmar que condicionan -pero no suplantan- el trabajo del hombre. El Papa reconoce más adelante, siguiendo la Rerum Novarum, la Mater et Magistra, el Concilio y, en general, la doctrina de la Iglesia, el derecho a la propiedad privada, incluso cuando se trata de los medios de producción; pero entendido este derecho en la forma en que la Iglesia lo ha entendido siempre, es decir, el derecho a la propiedad privada como subordinado al derecho, al uso común, al destino universal de los bienes, porque el único título legítimo para su posesión -y ésta ya sea en la forma de propiedad privada, ya sea en la de propiedad pública colectiva- es que sirvan al trabajo, realizando así el primer principio de un orden que arranca del Génesis, que es el del destino universal de los bienes, así como el derecho a su uso común.
Desde este punto de vista, en consideración del trabajo humano y del acceso común a los bienes destinados al hombre, tampoco conviene excluir la socialización -en las condiciones oportunas- de ciertos medios de producción. Desde esta pers
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