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Una de disfraces

PIaza de Las Ventas. 4 de octubre. Corrida goyesca. Cuatro toros de Alonso Moreno, primero de García Barroso y quinto de Santos Galache, todos con trapío. astifinos, que presentaron problemas. Rafael Torres: Dos pinchazos y estocada baja (silencio).Tres pinchazos Y media (palmas). Pascual Mezquita: bajonazo (aplausos y salida al tercio). Tres pinchazos, estocada. rueda de peones y dos descabellos (protestas y algunas palmas cuando saluda). El Santi: dos pinchazos, once descabellos, aviso otro descabello (silencio). Estocada atravesada Y cuatro descabellos (aplausos). Presidió bien el comisario García Conde.

Para qué saldrán vestidos de goyescos, se preguntaba uno al reconocer en el Joselito Calderón de todas las tardes al posadero de La Hostería del Laurel y al ver a todos los demás con aires de comparsas de zarzuela. Aquello no era una corrida yoyesca, como anunciaban los carteles, sino una de disfraces. Malos disfraces, además, según pudimos comprobar en el transcurso de la lidia y luego comentaremos.Una corrida qoyesca vale si en ella se rememoran suertes de los tiempos de Goya, que eso sí sería interesantísimo, o por lo menos se ilustra la fiesta con algún ancedotario curioso, más o menos sofisticado, lo cual ya se ha hecho años atrás en esta misma plaza, donde evolucionaban calesas y alabarderos, había un pregón (que una rudimentaria megafonía impedía oír, por cierto), y Aurelio Calatayud daba el salto de la garrocha. Pero el domingo todo lo goyesco se quedaba en la guardarropía.

Y para colmo, mal pespunteados los trajes o astados por las costuras. se abrían: de forma que, en un momento dado, entre derechazo y derechazo ¡que te asoma el facisto!, le tuvieron que advertir a Pascual Mezquita desde el tendido, pues se le abrió la bragueta, y más tarde fue el fondillo, que se le abrió a Rafaelito Torres.

A muchas cosas tenían que atender los toreros: al toro, al viento, a tapar las vergüenzas; demasiado en la tarde otoñal de toros encastados y duros, nada fáciles, que requerían lidia, eficacia, y florituras, pocas. El primero, sin embargo, tenía un buen pitón derecho, y por ahí le toreó muy bien Rafael Torres. El espada sevillano, que estuvo muy bien en la brega toda la tarde, le había dibujado dos chicuelinas garbosas y con la muleta dio unos torerísimos ayudados por alto, seguidos de otros por bajo llenos de sabor y gracia, que anunciaban faena de altos vuelos. Luego no la hubo. Tras unas series en redondo de buen trazo, se echó la muleta a la izquierda y por ahí se le colaba el toro. Tres veces intentó el natural y otras tantas estuvo a punto de resultar arrollado. Volvió a la derecha y ya el trasteo fue a menos. En el cuarto, instrumentó Rafael Torres unas dobladas de mucho castigo y abrevió. Nos dicen que esta va a ser su última actuación como matador de toros, y que en la temporada próxima saldrá de banderillero. Es una verdadera pena que torero de tan buen corte se vea obligado a bajar peldaños en su carrera profesional. Pero las oportunidades no le llegan, ya son muchos los años que lleva esperando aquella que le permita firmar un buen número de contratos y hay que vivir. Rafael Torres exhibió el domingo su indiscutible torería y se despidió con mucha dignidad.

Con trapío, qenio y fuerza, los restantes toros de Alonso Moreno y el sustituto de Santos Galache presentaban problemas, que también resolvieron con derroclie de voluntad y valor Pascual Mezquita Y El Santi, los cuales porfiaron con arrojo Y aguantaron serenamente las tarascadas. No cabía hacer otra cosa y el público les agradeció la voluntad.

Como casi siempre en Las Ventas. los subalternos protagoizaron varios de los mejores momentos del festejo. Así, Gregorio Lalanda, en un oportunísimo quite a su compañero Juan Espejo: Curro de la Riva, al fijar a un toro que correteaba suelto, y Martín Recio, en la brega y en un buen par de banderillas. Como casi siempre igualmente, el contratista de caballos El Pimpi dio una medida de prepotencia y zafiedad al interferir la lidia cuando el quinto derribó e hirió a un caballo, y luego se encaró con los espectadores. Nadie se explica cómo después de tantos años de protagonizar incidentes la autoridad sigue permitiendo que este señor pulule por el callejón y aun pise el ruedo. Ni de picador, ni de monosabio, ni de goyesco, ni si quiera de paisano, tal como iba el domingo, debe tener un sitio en el espectáculo quien reiteradamente desafía al público.

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