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A Joan Fuster, ileso

Manuel Vicent

Y con esta ya van dos. Hace un par de años, en la calle de San José, en Sueca, los enemigos mortales de Joan Fuster le dejaron la primera bomba de aviso en la ventana. El regalo destrozó cristales, persianas, maderas y derribó estanterías con libros. Ahora, los asesinos frustrados han vuelto de madrugada con el mismo encargo. Esta vez no se trataba de un artefacto de fabricación casera, sino de algunos kilos de Goma 2 distribuidos en las rejas y programados aviesamente para que estallaran con un minuto de intervalo, con el propósito de cazar al escritor. Todo muy profesional.De pronto, Joan Fuster, al salir ileso en segunda instancia, se ha encontrado con su propia posteridad. Los enemigos ya le han rendido un homenaje a su manera, en estética perversa, una bomba es la consagración definitiva para un intelectual, la prueba de que ha llevado al hueso donde está la verdad guardada por los verdugos. Pero las bombas de Sueca también han despertado a los amigos del escritor, que se han echado a la calle para celebrar que esta vez tampoco haya muerto. Así están las cosas en el País Valenciano. Cualquiera creería que la simple erudición levanta tan bajas pasiones o que un legajo medieval es capaz de mover la dinamita.

Joan Fuster se ha impuesto el trabajo histórico de decir a los valencianos lo que son realmente, según su opinión. El mismo ya es un prototipo de una clase de gente de esa tierra. Flaco, irónico, inteligente, volteriano de café, educado en la socarronería arrocera, trabaja en la soledad de la mesa-camilla con las pestañas abrasadas por las dioptrías y sin levantarse del sillón frailero ha despertado la conciencia de un pueblo en un circuito cultural. Pero también ha destapado odios como de rosario de la aurora. Por supuesto los que le han colocado las bombas en la ventana no han leído un solo libro suyo. Todo es más simple.

En el terreno de las ideas, Joan Fuster representa una opción del pueblo valenciano, una señal de identidad, un banderín de enganche hacia una forma de entender la propia historia que, a su vez, tiene consecuencias económicas, políticas y sociales. Joan Fuster es el caso más genuino del poder de la inteligencia. He aquí cómo el trabajo de un investigador, la simple labor de esta especie de monje laico y erudito, enterrado entre códices y botellas de whisky, se abre paso a través de las cuartillas, repercute en las cabezas de una minoría de jóvenes intelectuales y se expande por círculos universitarios penetra en la guitarra de algunos cantantes y salta lenta pero forzosamente a la calle. Los partidarios de Joan Fuster se mueven por las ideas. Los enemigos de Joan Fuster han comenzado a trabajar con Goma 2. Este es el debate planteado en el País Valenciano. Aproximadamente lo de siempre.

Ahora, los amigos de Joan Fuster van a ir a la plaza de toros de Valencia a protestar cantando contra la violencia, a decirle lo mucho que se alegran de que se haya librado otra vez y a reafirmarse en sus convicciones. Después de tantos años de transición no hay más remedio que empezar de nuevo por la primera lección: el séptimo, no matar. Aunque el contrario sea más inteligente que tú.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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