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La "locura" de la revolución polaca

La crisis polaca se ha convertido, de manera cada vez más clara, en una grave crisis del poderío soviético. Y en Occidente, especialmente en Europa, esto produce más alarma que satisfacción. Occidente ha aconsejado repetidamente a los líderes de Solidaridad que procedan con precaución y que mantengan sus exigencias dentro de los estrechos límites que el Kremlin consideraría aceptables. El temor, a que una gran crisis soviético-polaca pueda destruir lo poco que queda de la coexistencia pacífica Este-Oeste preocupa visiblemente a la mayoría de políticos y observadores occidentales. Se encuentra en peligro, si no la paz de Europa, nuestro quieto vivere, nuestra vida tranquila. No son temores irracionales; en realidad había muy buenas y claras razones para aconsejar precaución a los líderes de Solidaridad, por su propio interés. El "salto cualitativo" en el programa de los sindicatos polacos, que incluye ahora la exigencia de una reforma política general del sistema polaco, además de un reto abierto al poder soviético en Europa del Este, puede resultar un gran error. ¿Se pudo haber evitado? Desde el principio, los observadores políticos coincidieron en que la crisis polaca se convertiría inevitablemente en una crisis de todo el bloque soviético. Las exigencias económicas conducirían necesariamente a exigencias políticas, y los soviéticos considerarían la revolución polaca como un reto a las bases mismas de su poder.

Todo el mundo ha venido afirmando esto durante casi un año, y el mismo Gobierno soviético ha dejado bien claro que comprende plenamente la naturaleza del desafío polaco. No es, pues, extraño que la revolución polaca se haya desarrollado de la manera en que lo ha hecho; el único misterio es por qué siguen los soviéticos utilizando palabras en lugar de hechos para intentar detener el curso de los acontecimientos.

Sus palabras se han vuelto más y más amenazadoras, adquiriendo carácter de ultimátum: pero las sucesivas advertencias, ignoradas hasta ahora, no han tenido más consecuencias que nuevas amenazas verbales. Al parecer, Breznev esperaba todavía que sus palabras produjeran hechos que el Gobierno polaco se encargaría de poner en práctica. Pero hasta ahora los dirigentes polacos no han hecho más que trasladar esas advertencias; esta cadena de ultimatos no ha servido más que para convencer a Solidaridad de que podía aumentar sus objetivos y exigencias más rápida y radicalmente de lo que esperaba. ¿Cuánto tiempo más puede continuar este juego?

La mayoría de especialistas de Occidente esperan actualmente que los hechos seguirán pronto a las palabras; que las autoridades polacas actuarán, solas o ayudadas por las fuerzas soviéticas; que Polonia se convertirá en una nación ocupada por una potencia extranjera o por su propio Ejército, y que se pondrá fin a la revolución polaca.

¿Podría un diálogo, en el último minuto, entre los comunistas polacos, la Iglesia polaca y Solidaridad evitar aún un final desastroso del drama polaco? Este es el consejo del Papa, aunque Juan Pablo II ha declarado que Polonia ha derramado suficiente sangre en la última guerra (aunque mucha fuera sangre judía) como para tener ahora el derecho a que le dejen resolver en paz, por sí sola y a su propia forma, todos sus problemas. Desgraciadamente, esto es exactamente lo que los soviéticos se niegan a aceptar: vuestro problema, les dicen a los polacos, es el nuestro, y tenéis que solucionarlo a nuestra manera.

Esto sólo puede significar que, incluso si se llega al diálogo, éste va a fracasar: Polonia se verá entonces abocada a la ocupación por tropas extranjeras o por sus propias tropas. La única diferencia entre estas dos opciones radicaría en la cantidad de sangre derramada que conllevaría cada una.

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Pero si es efectivamente cierto que no se puede reformar el sistema socialista por medios pacíficos, entonces los dirigentes de Solidaridad están imbuidos de una locura sublime que les empuja en su desafío a Moscú. ¿O quizá su locura podría ser más metódica de lo que parece?

El poderío soviético

Si el sistema soviético es irreformable, al igual que todos los sistemas parecidos, será destruido un día por un proceso revolucionario repentino e inesperado o por una serie de crisis en los altos niveles de Gobierno. ¿Ha llegado el momento de esta crisis general del comunismo soviético? Hay una razón que les hace no pensar así a la mayoría de los observadores: el poderío soviético, a pesar de sus fallos, parece mantenerse con la misma fuerza de siempre dentro de la Unión Soviética. Occidente supone que la irresistible fuerza polaca se enfrenta a lo que es todavía un objeto inamovible, lo suficientemente fuerte como para aplastar esa fuerza en el momento en que el Kremlin deje a un lado sus dudas y se decida a actuar para demostrar que no es un tigre de papel, pero es algo que se puede poner en duda tras todo un año de "palabras sin hechos".

Animados quizá por estas dudas, los contrincantes polacos se comportan como si creyeran que la Unión Soviética es un tigre de papel y que el poder soviético no tiene fuerza suficiente para aplastar a Polonia, o para salir indemne si lo intentara. Es una opinión que no comparte nadie. Pero todas las revoluciones triunfan porque sólo creen en ellas los que las ponen en marcha. Y hace falta cierto elemento de locura para comenzar una revolución.

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