La Ley de Autonomía Universitaria
No suelo utilizar el género epistolar para apostillar sus coinentarios editoriales porque respeto siempre las opiniones, aunque no las comparta, como es el caso de las que se refieren a la ley de Autonomía Universitaria, donde sus reticencias o sus posiciones claramente contrarias incluso están, a mi juicio, sirviendo objetivamente a los intereses de la derecha. Por eso no es fácil que entiendan ustedes, como se desprende de su editorial "Un Guadiana universitario", las razones de ese nuevo parón de la LAU. ¿No podría ser que la ley no es tan descafeinada, sino la más renovadora posible en este momento, y por eso se detiene? Esa es mi opinión, aunque, naturalmente, no pretendo que ustedes la compartan. Los hechos en el futuro dirán si ustedes tenían o no razón.Pero el motivo de mi carta es rectificar importantes errores de hecho que se deslizan en su editorial y que, naturalmente, influyen en su opinión sobre la ley. No entro en su calificación referida a mi persona de "procónsul del PSOE en esta negociación", que me parece despectiva y no descriptiva, puesto que ustedes saben que, como portavoz y secretario general del grupo parlamentario, es razonable, porque es mi competencia, que yo haga estas tareas. En todo caso, tengo que puntualizar frente a los hechos que ustedes aducen en su editorial que existen errores importantes en su definición del acuerdo entre el PSOE y el Gobierno. Así, por ejemplo, se mantiene en el acuerdo la definición formal de la universidad como servicio público, mejora el texto en relación con las tasas académicas al vincularlo con el problema general de la enseñanza básica y del bachillerato y mantiene el año sabático. El reconocimiento por el Gobierno de las universidades privadas que reúnan las condiciones legales por medio de decreto se produjo en el texto aprobado en comisión siendo ministro González Seara, y no es un problema actual. Estos son los hechos, y me permito aclararlos porque es su deber, y también me consta que su voluntad, ser veraces. En cuanto a otras apreciaciones a caballo entre el hecho y la valoración, insisto en que veremos si el futuro ampara sus posiciones. No puedo terminar sin hacerles partícipes de una preocupación muy radical que llevo concretando a lo largo de mi trabajo y de mi dedicación a este tema: la universidad interesa poco e importa poco, tanto en el conjunto del Gobierno como en el conjunto de los grupos parlamentarios, en los restantes poderes públicos, en los medios de comunicación, en nuestra sociedad e incluso en amplios sectores de la universidad misma, entre profesores y alumnos. Este hecho convierte a la universidad en lugar de manipulación y de utilización tanto política de luchas partidarias como de desahogo, tantas veces arbitrista, de malas conciencias de señoritos que experimentan su imposible utopía en la universidad, siempre todo esto a costa de los que trabajan y viven en ella y de ella. También, y parece contradictorio, es causa de resentimiento de muchos que desde fuera, por no poder estar dentro, quizá inconscientemente, se complacen con su deterioro. Este tipo humano del resentido universitario lo he encontrado en varias ocasiones y se les podría poner nombre y apellido, y eso es grave, sobre todo si ocupan puestos de responsabilidad. Por fin, de ese desinterés y de esa falta de atención se benefician quienes quieren que el deterioro de la universidad pública sea causa para romper el tradicional statu quo de la universidad privada, para potenciarla y ampliarla. No estoy seguro de que con sus posiciones editoriales hayan ustedes contribuido a superar esa confusión, aunque tengo que redónocer que sus páginas están siempre abiertas al debate sobre el tema universitario y que por eso, una vez más, la sociedad española tiene un deber de reconocimiento con EL PAIS. / Profesor de la universidad. Diputado del PSOE por Valladolid.
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