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Tribuna
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La ruptura con la ortodoxia

Jacques Lacan nació el 13 de abril de 1901, en París, hijo de un comerciante. Estudió el bachillerato en el colegio Stanislas y terminó la carrera de médico en la facultad de Medicina de París. En 1932 fue nombrado jefe de clínica en la facultad de Medicina, y más tarde dirigió un hospital psiquiátrico hasta culminar su carrera como profesor del hospital de Santa Ana.En 1953 fue designado profesor en Vincennes y en la Escuela Normal Superior. Por estos años se revela como un especialista en neuropsiquiatría infantil y en psicoanálisis. Creía en la teoría de Freud, pero no en la cura o práctica analítica.

Este es el punto de ruptura original con la ortodoxia del psicoanálisis. Es necesario volver a la teoría de Freud y restablecer la originalidad de sus postulados. Revisar el revisionismo de Freud, pues el descubrimiento de Freud había sido deformado por otras ciencias (biología, filología), y la escuela americana utilizaba la práctica analítica como un instrumento de adaptación social. Por otra parte, la preponderancia del psicologisrno infantil, la reducción del psicoanálisis a las etapas de infancía y al acondicionamiento pavioviano o behaviorista limitaban y empobrecían el pensamiento de Freud.

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Además, la filosofía se anexionó al psicoanálisis como una lucha hegeliana de las tonciencias o la abertura al ser heiddegeriano y la práctica analítica verificaba la experiencia dialogal del Yo y del Tú del personalismo; Sartre se apropiaba de un psicoanálisis existencial, Merleau Ponty definía otro fenomenológico y aparecía también el análisis existencial de Biswanger.

Vuelta a Freud

Así pues, el psicoanálisis como teoría pura de Freud había perdido su objeto propio para desaparecer como ciencia autónoma. En esta situación de desconcierto aparece la interpretación de Lacan. Hay que juzgarla como una vuelta a Freud. Claro está que se puede acusar a Lacan de que entregó la psicología concreta de Freud a la abstracción lingüística estructural. Pero a esta acusación responde Althusser que sin esta nueva ciencia, la lingüística, su tentativa de teorización hubiese resultado imposible. Así, el lenguaje es el instrumento del conocímiento psicoanalítico, no una estructura inmóvil por sí misma. El psicoanálisis de Lacan no es estructuralista, aunque se apoye en el lenguaje estructurado. Es la palabra del sujeto hablador o parlante el objeto de su análisis. «El discurso del inconsciente está estructurado coirno un lenguaje», dice Lacan. Pero es una lengua subjetiva, oscura, impenetrable que se trata de descifrar. Quizá la originalidad de la obra de Lacan consiste en que demuestra el tránsito recíproco y a la vez la unidad de la objetividad de la palabra, el orden de la cultura con la subjetividad del inconsciente, la palabra de la tribu (Mallarmé), el orbe humano.

Lacan descubre en el lenguaje los trucos y las habilidades del inconscíente. Así, Lacan formula las siguientes categorías lingüísticas: la metáfora, la metonimia, equivalente al desplazamiento, pero que opera una transposición. Lacan afirma que la «cadena significante» del lenguaje, la función constituyente del significante, frena al signo y al significado. El lenguaje es cuerpo para Lacan y posee una materialidad física; así, una letra sola, corno demostró Freud en su estudio sobre el hombre lobo, puede significar una pluralidad de objetos o un animal íntegro. El lenguaje se desarrolla por grados que Lacan llama puntuaciones, que son los ritmos específicos, la práctica del tiempo.

Orden simbólico

Ahora bien, el protagonista del lenguaje no es el Yo, sino el sujeto como otyo. El inconsciente es el discurso de este último, del otro de propio yo, la objetivación de la subjetividad. ¿Cómo se constituye el otro? En la obra de Lacan aparece un otro del otro, es decir, un universal humano de la particularidad del ego. Pero es el niño, en su relación con la madre, con su presencia (da) y ausencia (fort), el que vive la fascinación imaginaria del ego, siendo él mismo este otro, todos los otros.

Después adviene el momento del Edipo en que el padre aparece como un intruso en esta relación dual e introduce al niño en lo que Lacan llama el orden simbólico. El niño es, pues, sujeto de la imaginación y protagonista de la ley, de la sujeción social para llegar a ser niño humano, hombre maduro. Hay un otro que surge del yo, lo que Lacan llama el estadio del espejo. El niño se ve como sujeto autónomo y adquiere la imagen de sí mismo reconociéndose en el espejo. El reconocimiento de su imagen la hace superar la dependencia y alcanza la anticipación de su propia realidad como Yo, lugar de variaciones, carnbios, figuraciones. El Yo es un sujeto de ficción, lo imaginario C'est dans l'autre que le sujet s'identifie et même s'eprouve tout d'abord (Ecrits).

Esta es la intuición que domina toda la especulación de Hegel y de Marx: la alienación. El deseo se constituye por el reconocimiento, por la mediación del otro.

El deseo del hombre es el deseo del Otro, afirmó Lacan. Así pues, sobre esta díaléctica de la imaginación y de lo simbólico, de la libertad instintiva y del orden legal, del yo y del otro, se construye el psicoanálisis de Lacan.

Al mirarnos en el espejo estamos oyendo el discurso de los Otros, bien porque éstos se esconden tras nuestra imagen o porque ellos son nuestro yo multiplicado.

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