El solitario
Cuenta que un día de diciembre de 1923, un día soleado y con nieve en las calles, nació en Palencia, de una familia numerosa. Recuerda menos, él, tan poco dado a detenerse en hechos que no afecten directamente a la poesía, del difícil y ávido leer en aquellos años duros de carencias, trabajos y juveniles libros. Cuando fue catecúmeno del postismo y animador con su humor solitario de los núcleos marginales de la vanguardia española de posguerra (Nubis, Postismo, El pájaro de paja, Poesía de España, etcétera).Gabino Alejandro Carriedo es alegre y desenfadado en apariencia. Funda revistas de arquitectura y artes plásticas. Escribe poesía fonética. Publica cuadernillos por los que deja asomar su veta regeneracionista, tremendista y mágica. Algunos le situarán dentro del realismo social, pero él sabe que (por fortuna o por desgracia) él no escribe para multitudes, escribe para los poetas, los que escriben y los que no escriben. Y si practica en un determinado momento la poesía social es, y lo dice, por un deber cívico, sin prescindir nunca de la ironía y del humor, como lo hace cuando participa recientemente en una modesta antología de Homenaje a El Salvador. Porque la poesia, piensa, hoy no puede considerarse como arma para mejorar nada. Si acaso, para mejorar la propia poesía.
Es Carriedo, desde 1950, entusiasta de los poetas portugueses y brasileños (Pessoa, Drummond de Andrade, Cabral de Melo, etcétera). Le atraen especialmente la musicalidad y la belleza de esta lengua. El mismo piensa y siente en portugués cuando escribe Lembrancas e deslembrancas. Y cuando está contento o es feliz, siempre tiene a mano el verso en portugués o la palabra de Pessoa.
Como les suele ocurrir a los poetas, Gabino Alejandro Carriedo tiene también sus demonios, que son la metafísica y la metáfora. Arremete contra ellas como si hiciera la defensa de la poesía, que «es el conocimiento», como si aquellas pusieran en peligro ese «fragmento de la realidad entrevista» que es el poema. Y en eso piensa cuando asiste a unas conversaciones sobre joven poesía, del brazo de su amigo y estudioso el poeta Antonio Martínez Sarrión, con quien poco tiempo antes preparara la extensa antología Nuevo compuesto descompuesto viejo. Sentado en un extremo de la sala pregunta inflexible y bondadosamente si no está la retórica en las antípodas de la poesía.
Porque la vive. La recuerda. Quiere lamerle las heridas a esa poesía que no tiene tiempo, que es el tiempo entero, el tiempo que está fuera del tiempo. Eso me dice Gabino Alejandro, alegre y desenfadado, en la cafetería de la estación de Chamartín, la tarde del 1 de septiembre, donde quedamos para ver sus poemas portugueses. Alegre y desenfadado y vital. Pero como el poeta, «él mismo no es alegre. Conoce la realidad y así no puede ser alegre». Y Gabino bromea sobre cosas tan tiernas e intrascendentes como el hecho de tener que cenar solo y me entrega autógrafo su último poema: « Y la tierra / proporcionadamente bella / irrumpe / con sus silencios / en este vendaval / que no cesa en la casa».
Y de pronto suenan los teléfonos. Y Gabino Alejandro Carriedo, nuestro amigo solitario, no está. Un vendaval de otoño anticipado le ha llevado «sin dátiles en la boca donde lo ácido».
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