Viejas fuentes de energía, nuevas esperanzas / 1
Ningún niño de mis años escolares dibujaría un tren sin adicionar una espiral de humo a la chimenea de la locomotora. A mis hijos, sin embargo, he tenido que explicarles cómo eran aquellas unidades de tracción otrora símbolo de la fuerza y del progreso, pero también causantes de ocasionales incendios de cosechas y generadores de molestas partículas que tenían una especial proclividad a incrustarse tenazmente en el tejido exterior ocular.Ultimamente, al abordar la temática institucional de la energía, adelanto a mis alumnos universitarios que, sin duda, tendrán que describir un día a sus nietos cómo eran las estaciones de gasolina que hoy festonean carreteras y autopistas para comodidad de los titulares de unos vehículos cuyo elemento de propulsión tiene un horizonte fatalmente limitado.
Pero tengo la impresión de que este por lo demás poco arriesgado ejercicio de futurología -nadie da, efectivamente, más de una generación a la era del petróleo- no se toma en serio ni por mis discípulos -por cierto, en buena proporción usuarios ya de estos vehículos que una sociedad pródiga pone pronto a su disposición- ni por la mayoría de los ciudadanos, y que incluso algunos representantes de los intereses comunitarios tampoco son consecuentes con tales previsibles mutaciones.
Hay una humorada, creo bastante conocida, que ilustra este estado de ánimo: me refiero a aquel automovilista que afirmaba no preocuparle las subidas de los carburantes porque siempre daba mil pesetas para que le pusieran gasolina. La inercia cultural, el lógico apego a las actuales formas de vida, la resistencia al cambio constituyen factores que militan en contra de una asunción realista de la nueva situación, propiciando, desde posturas progresistas o conservadoras, una continua busca de chivos expiatorios culpables de las actuales circunstancias y que podrían remediarla a su albedrío; la lista incluye a los Gobiernos, los árabes, las multinacionales, los americanos, los neocolonizadores, etcétera. Cierto que hay algo de razón en tales imputaciones, pero la problemática actual es más profunda, supera las posibilidades aisladas o conjuntas de estos o aquellos agentes y requerirá planteamientos políticos, técnicos, económicos e institucionales, a escala planetaria, imaginativos e innovadores, porque, como dijo Indira Gandhi, en su brillante intervención en la sesión inaugural de la Conferencia de Nairobi, nos encontramos en presencia de una revolución energética que precisa poner en práctica el principio de la herencia común de la humanidad, concluyendo con una cita del poeta Saint-John Perse: «Estamos en el umbral de una nueva etapa, nos despedimos del final de una época, pero nos encontramos hombres de otra era».
La Asamblea General de las Naciones Unidas, felizmente sensibilizada a correctos planteamientos, al convocar una conferencia sobre fuentes de energía nuevas y renovables, la asignó como objetivos «la elaboración de medidas para una acción concertada encaminada a promover el aprovechamiento y la utilización de fuentes de energía nuevas y renovables, con miras a contribuir a satisfacer las futuras necesidades globales de energía, especialmente las de los países en desarrollo, en particular en el contexto de los esfuerzos destinados a acelerar el desarrollo de dichos países».
Las sesiones de la conferencia que tuvo lugar en Nairobi, a partir del 10 de agosto, concitaron a todos los países miembros de las Naciones Unidas y paralelamente, pero en estrecho contacto, a asociaciones e instituciones no gubernamentales preocupadas por estos temas. Es de justicia reconocer la excelente organización de estas jornadas, no obstante la masiva presencia de asistentes, cerca de 5.000, en lo que corresponde un mérito importante a su secretario general, doctor Enrique Iglesias, de origen español, por cierto.
El objetivo principal de la conferencia estribaba en la adopción de un plan de acción cooperativo para el paso de un sistema energético a otro. Como se señalaba en el documento de trabajo, «la cuestión no está en saber si la transición tendrá, efectivamente, lugar, sino si la comunidad internacional asegurará esta transición de forma ordenada, pacífica, progresiva, equitativa e integral». De alguna manera se trataba de desarrollar otros pronunciamientos anteriores de las Naciones Unidas, y entre ellos el adoptado con ocasión del Tercer Decenio para el Desarrollo, en el sentido de que «la comunidad internacional deberá hacer progresos notables y rápidos para asegurar la transición a partir de la economía internacional actual, basada esencialmente sobre los hidrocarburos», recurriendo a fuentes de energía nuevas y renovables y reservando la utilización de aquéllos para aplicaciones no energéticas que carecen de productos de reemplazamiento.
Bajo la rúbrica energías nuevas y renovables se incluye una serie de manifestaciones energéticas, la mayoría de ellas, vinculadas de una u otra forma al ciclo solar inmediato, de ahí su carácter de renovables, y otras que no tienen este carácter, como la turba y las pizarras bituminosas, aunque en sus orígenes también producidas por influencia del sol. Pero, en definitiva, de lo que se trata es de encontrar técnicas o familias de técnicas que permitan el aprovechamiento económicamente viable y técnicamente operacional de estas fuentes energéticas, para lo que en algunos casos existen ya procedimientos experimentados a satisfacción y en otros se está todavía en las fronteras del conocimiento científico.
Estas fuentes cuyo mejor aprovechamiento se viene persiguiendo incluyen: hidroelectricidad, madera y carbón vegetal, blomasa, energía solar, energía geotérmica, energía eólica, esquistos bituminosos y arenas asfálticas, energía de los mares, tracción animal, turba.
Como se verá, muchas de estas fuentes energéticas eran conocidas y utilizadas desde milenios, como es el caso, primero, de la leña para fuego; de la domesticación, después, de animales para tiro y carga; de los primeros avances de las civilizaciones de riego en materia de energía hidráulica de los molinos de viento, e incluso de la utilización energética directa similar a las actuales aplicaciones de las radiaciones solares. Recordemos la destrucción de la armada enemiga en el puerto de Siracusa, obra del ingenio de Arquímedes. Hay también precedentes en el uso de la potencia de las mareas para mover ingenios, y también en épocas más recientes -recordemos los años autárquicos de nuestra posguerra civil- se han empleado dispositivos hoy reconsiderados, como el gasógeno, o captado recursos ahora en trance de revalorización, como los contenidos en nuestras pizarras bituminosas de Puertollano.
Déficit energético
Lo novedoso, rigurosamente moderno y contemporáneo, de la recuperación de estas fuentes de energía es, en primer lugar, la conciencia que se va imponiendo y generalizando de sus potencialidades para resolver o al menos paliar el déficit energético que enfrenta ahora, de cara al futuro, a la humanidad. En este sentido, quizá el primer logro de la Conferencia de Nairobi será, junto con la facilitación de ínformación sobre el estado de las ciencias en estos campos, el coadyuvar a generalizar la convicción de que esta es una importante e imprescindible salida para muchos de nuestros actuales problemas, lo que, aunque parezca paradógico, es todavía necesario, ya que no puede descartarse la sensación, avalada por cifras, de que los recursos humanos y financieros que se destinan a estas finalidades son todavía, no obstante su crecimiento relativo, notoriamente insuficientes y que las esperanzas siguen centrándose en la extrapolación hacia el porvenir de los recursos energéticos que hoy denominamos convencionales. Incluso la propia utilización de las fuentes energéticas nuevas y renovables ya ha venido afectada por hábitos mentales preexistentes que tienden a su concentración y distribución transformada en energía eléctrica, con olvido de que, como ha señalado con acierto uno de nuestros más destacados especialistas en estas materias, Feliciano Fuster, con relación a la energía solar, aplicando directamente ésta a las pautas de consumo, se obviarán los gastos de concentración y distribución, aumentando su competitividad.
Porque es lo cierto que un modelo energético basado en estas fuentes, aunque, de momento, no pueda sustiluir al tradicional, tiene unas características muy distintas al que venimos acostumbrados. Como recordó Su Majestad el Rey de España en su mensaje a la conferencia, «el sol brilla para todos», obvia asunción que tiene, no obstante, profundas implicaciones no sólo filosóficas, sino económicas y técnicas que postulan la aplicación y utilización descentralizada de una energía que se presenta naturalmente dispersa y que facilita una cierta autonomía a las unidades de consumo que la captan.
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