El amor
Como siempre que no se quiere hablar claro, se habla del amor. El amor parece que se va a llevar mucho esta temporada. El dernier cri, en sentimientos, en política, en sociología, en canción, en literatura, en teatro, es el amor. ¿Qué amor?Lo escribí hace unos meses, con motivo del estreno de un musical español, de infelice memoria, cuyo único mensaje era el amor (el error comenzaba por obligarse a un mensaje). Siempre que se habla del amor en general se está defendiendo algún odio en particular. Al amor, ahora, le han salido unos cuantos profetas que hablan de él en abstracto y en inglés (no hay lengua más imposible para la abstracción que el inglés). El idioma ha dado el positivismo, en Inglaterra y Estados Unidos, como el latín dio el Derecho, en Roma, y no a la inversa. Claro que también tenemos profetas en castellano, profetas nacidos del idioma, acunados por el idioma y sus tópicos, apóstoles que no son sino la inercia de una lengua, y que tienen un público inercial. Pero lo que necesitamos hoy, antes que amor genérico e inoperante, es eficacia concreta, gestión política, honradez administrativa, voluntad democrática, menos colza y menos paro. Hablarle a un parado de amor, en la ventanilla del subsidio, sería un insulto. La Iglesia, por ejemplo, ha invocado secularmente el amor, un amor a todos y entre todos que tiene poco que ver con el amor de Cristo a cada uno de sus pescadores, paralíticos, muertos y meretrices. Se invoca el amor cósmico cuando no se quiere o no se puede denunciar el desamor local y personal, la injusticia. Los nacionalcatólicos, tan ingenuos, creían que con la democracia iba a invadirnos una ola de pornografía. Lo que nos ha invadido es una ola de amor (pornográfico por hipócrita) como un mar de mayonesa cortada.
Si yo cojo, salgo, agarro y hablo de amor, vienen a oírme todas las señoras de media tarde, con sus pieles y sus domesticidades, que están entre el perdido amor menopáusico y el improbable amor místico. Pero a mí me llama Bustos, del Ayuntamiento de Alcoy, para hablar de cosas concretas. Me llama José Carretero, de Ponferrada, para hablar de los problemas de la región. Me llaman de Parla, de San Martín de Valdeiglesias, de todos los pueblos de España, para hablar de lo que pasa. Esta forma de amor, directa y dura, que tiene el nombre de eficacia, esta camaradería democrática, este mano a mano con el pueblo, con la gente, este choque con el personal, con el hermoso gentío, es un amor que no necesita decir su nombre y que bien podría llamarse democracia, justicia, libertad, España. Los profetas del amor, entre el proscenio y la casa de discos (todas quebradas), es el profeta obvio de la nada, porque incluso el amor sexual, en sus múltiples formas, tiene y exige hoy unas concreciones y unos derechos. El amor hombre/mujer se atiene a unos condicionamientos sociales que no son los del amor hombre/hombre o los del amor mujer/mujer. El amor general a todo, como la crítica general de todo, son formas opuestas e idénticas de evasión que se están convirtiendo -ay- en formas de invasión. Aunque me falte alguna señora de media tarde, yo prefiero hablar de lo que pasa, entenderme con la gente y su conducta. Esta inmoralidad de tanto amor gratuito, discográfico, elocuente y literario me parece a mí que tenía que estar prohibida por la censura, y si ya no hay censura, más a mi favor. Nos van a matar de amor.
Son ya insoportables los itinerantes mieleros del amor que quieren melificar una vida previamente melificada por la muerte y la colza, pero lo alarmante es que tienen un público, que hay una irracionalidad general y latente, dispuesta a zumbarse de amor/amor/amor. Aman para olvidar. Pero es momento de ayudar. Yo, cuando tengo un amor, me lo callo.
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