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Jorge Luis Borges recoge en México el Premio Xollin Yolliztli un día después de su 82 cumpleaños

Una revista de Buenos Aires asegura que el autor de "Ficciones" es en sí mismo una ficción

El escritor argentino Jorge Luis Borges celebró ayer en México su 82 cumpleaños. Hoy recogerá en la capital mexicana el Premio Xoflin Yoliztli, dotado con seis millones de pesetas y otorgado por el comité del festival cervantino. Mientras tanto, una revista de ultraderecha, de Buenos Aires, ha publicado una curiosa historia, muy borgiana, según la cual el autor de Ficciones es en sí mismo una ficción, una entelequia creada por Leopoldo Marechal y mantenida durante los años gracias a un actor mitad uruguayo y mitad italiano llamado Aquiles R. Scatamaccia. Los que se han tomado a broma este relato consideran que, si en efecto Borges es otro, el actor que lo ha interpretado es un orador fuera de serie, poseedor de una de las culturas más extraordinarias del siglo, y de un excelente estilo literario.

Mario Vargas Llosa recuerda en La Nación, de Buenos Aires, que Jorge Luis Borges está escribiendo un poema sobre «un oscuro poeta del hemisferio austral». El oscuro poeta es él, por supuesto. «Pero ambos sabemos que miente», dice Vargas Llosa, quien añade que los escritores famosos envejecen mal, llenos de soberbia y achaques. «Pero usted, Borges, mantiene la forma, y esas trampas sabias y espléndidas que nos tendía en sus cuentos no las pone ahora hablando. Y seguimos cayendo en ellas con idéntica felicidad».Casi simultáneamente, Borges decía en Mar del Plata que las multitudes no existen, mientras que más de 2.000 personas le escuchaban hablar sobre el libro y la cultura en el teatro Auditorium, de esa ciudad balnearia. «Por eso he de entablar un diálogo con cada uno de ustedes», añadió el autor de Ficciones, quien convirtió el diálogo en un monólogo.

Casi simultáneamente, la revista ultraconservadora argentina Cabildo escribía aquí que el autor de Ficciones es él mismo, una ficción. En un larguísimo artículo concebido como carta de un lector al director y firmado por Dan Vellow, la revista sostiene que, a mediados de los años veinte, Leopoldo Marechal escribió un articulito en Martín Fierro que no quiso firmar con su nombre. «Se inventó entonces», dice Cabildo, «un seudónimo con la audacia y la resonancia de los nombres marechalescos: puso Jorge Luis Borges, como años más tarde pondría a su novela cumbre Adán Buenosayres.

La revista añade que el artículo gustó, la gente preguntó por el autor y Marechal le inventó un pasado y una personalidad imaginarias. «Meses más tarde, ya por divertirse, firmó otras cosas -esta vez, un cuento- con el mismo seudónimo. Y así, cuatro o cinco veces a lo largo de unos tres años. Al final, Marechal se cansó y quiso hacer correr la voz de una muerte prematura y trivial. Pero algunos amigos no le dejaron y, en una reunión en la cervecería Keller, de Belgrano, decidieron formar una especie de pool literarlo que continuaría la vida falaz.

Cabildo agrega que lo mismo que Frankestein, el monstruo tomó vida propia y sobrepasó a sus creadores. «Porque, por esos azares de la creación, el pool -formado entonces por Estrella Gutiérrez, Ernesto Palacio y Emilio García Sanchiz (que colaboraba desde España) se vio obligado a mantener la ficción».

Una entelequia literaria

El artículo de Cabildo no tiene desperdicio, entre otras cosas porque está excelentemente escrito. La revista dice que el segundo nacimiento de «la entelequia llamada Borges» se produjo cuando se encontró al candidato ideal para corporeizar los relatos del pool: «un actor de cuarta categoría, de nacionalidad dudosa, entre uruguayo e italiano, pero con una cara gargolesca que el tiempo acentuaría hasta la caricatura y que responder a la imagen que los intelectuales tenían por entonces de un intelectual feo, con un aire distante y como abstraído, al estilo Malraux. Se llamaba, se llama, Aquiles R. Seatamacchia. Se le vistió adecuadamente, se le dieron dos o tres lecciones de urbanismo elemental y se le lanzó a la vida pública».Cabildo se teme que «un día de estos Borges-Scatamacchia resulte muerto de un paro cardiaco, o hasta que haya un atentado en el que un ignoto terrorista búlgaro o catamarqueño (de la provincia argentina de Catamarca), preferentemente con antecedentes fascistas, dispare catorce balazos contra el engendro».

Pero Borges no teme a la muerte. Por el contrario, le alivia pensar que desaparecerá totalmente. Ser agnóstico no dificulta, sino facilita hacerse a la idea de morir: la perspectiva de la nada es grata, sobre todo en momentos de contrariedad o de desánimo.

Borges sonríe, Invicto pero melancólico, en su pequeño feudo de la porteña calle Maipú, entre espejos rayados y bastones del Chinatown, de San Francisco. «Estoy seguro de que las traducciones de mis obras que hizo Norman Thomas di Giovanni son mejores que el original».

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