_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guantánamo

LA BASE de Guantánamo que mantiene Estados Unidos en Cuba es una de las grandes irregularidades políticas de nuestro tiempo, en flagrante contradicción con el espíritu y la letra que presidieron la construcción del mundo en la posguerra. El simulacro de desembarco de marines en la base, dentro de las grandes maniobras Aventura Oceánica-81 -en las que, por lo menos nominalmente, participa España con otros países que mantienen buenas relaciones con Cuba-, ha levantado de nuevo las protestas airadas de La Habana. Son lógicas. Recordemos el malestar y las reacciones producidas en España por la etapa nupcial de los príncipes de Gales en Gibraltar, y pensemos lo que habría ocurrido en el caso de que una inmensa flota británica, dentro de un programa de maniobras, hubiese efectuado un simulacro de desembarco ofensivo en Gibraltar.Hay, sin embargo, bastantes elementos diferenciales.

La isla de Cuba es un motivo continuo de preocupación para Estados Unidos, que ve siempre el riesgo de que se convierta en una base ofensiva soviética a escasas millas marítimas de su territorio. La crisis del Caribe de 1962, que pudo producir una guerra entre las dos grandes potencias -pero, que, paradójicamente, terminó con la inauguración de la coexistencia entre Kennedy y Jruschov-, tuvo el motivo cierto de la instalación de proyectiles nucleares soviéticos en la isla. Pero también es cierto que la implantación soviética en Cuba se debió en gran parte a los errores de comprensión de Estados Unidos desde el origen de la revolución cubana. Una respuesta más dúctil y más negociada de Washington a las nacionalizaciones cubanas del primer momento del castrismo hubiera evitado la derivación hacia el comunismo, la conversión de Castro al marxismo-leninismo y la busca de ayuda en la URSS para sustraerse a una amenaza precisa que se cristalizó no sólo en el intento de un bloqueo universal, sino en las operaciones de desembarco organizadas desde Miami con el concurso de la CIA y preparadas por el capital interesado en Cuba. Hay que distinguir en lo posible las actividades del lobby cubano de Washington, que desearía volver a la situación anterior, en la que Cuba representaba desde un prostíbulo y una casa de juegos permanente administrada por la mafia de Las Vegas hasta una colonia donde las riquezas de la isla pertenecían a las empresas de Estados Unidos, todo ello contenido por la feroz dictadura de Batista y la legítima situación de defensa militar de Estados Unidos frente a lo que puede ser una base soviética de envergadura. Lo que pasa es que en la confusa y subterránea política de Washington, los dos aspectos de una actitud con respecto a Cuba suelen confundirse. No va a ser Reagan quien contribuya a esclarecerlo; su política de la demostración continuade fuerza puede borrar, en este caso, los repetidos intentos de aproximación entre los dos países en los últimos años, retenida principalmente por los grandes intereses económicos, que no desean ninguna clase de reconocimiento de Cuba y que tiener siempre la esperanza del regreso a los viejos tiempos. Estos intereses están ahora alentados por la política de Reagan y, sin duda, por las esperanzas en el cansancio de la revolución que se advigrten continuamente en la isla. Muchos de los logros de la revolución castrista -sobre todo en materia de enseñanza, de un mejor reparto -de la riqueza, de un intento de desaparición de injusticias sociales- están entenebrecidos por el endurecimiento de la vida cotidiana, por la dictadura personal de los Castro, por la presencia permanente de una policía política y por el deterioro del nivel de vida. Lo que de todas formas parece inverosímil, y desde luego indeseable, es que el cambio de régimen que tendrá que producirse con el tiempo se haga en el sentido de un regreso sin condiciones y sin el aprovechamiento máximo de lo que ha tenido de positiva una revolución que terminó por mal camino. Sin embargo, en esta intentona se mantienen los del lobby y los grandes capitalistas cubanos del primer exilio, los que habían hecho su fortuna a base de la explotación y de servir de intermediarios para las empresas de Estados Unidos. Ultimamente, antes del hecho brutal y sorprendente de la maniobra de desembarco, había habido ya informaciones según las cuales se preparaba una invasión de la isla a cargo de cubanos disidentes, que serían desembarcados en Guantánamo. Es una operación todavía posible.

A pesar de su irregularidad ética, la falta de condiciones mundiales hace pensar que la ocupación americana de Guantánamo va a durar, por lo menos, hasta la extinción del contrato de 1903, por el que Cuba entregó esa base a Estados Unidos como pago de su intervención de ayuda en la guerra contra España (No deja de ser curioso que España, 78 años después, participe en las maniobras que tienden a consolidar la presencia de Estados Unidos en la isla.) No es sólo una cuestión de Reagan: ningún presidente de Estados Unidos ha pensado siquiera, jamás, en perder este control, el paso de los vientos -la línea de separación del Atlántico y el Caribe-, que domina Panamá y toda la zona, y que sigue suponiendo un seguro contra la implantación soviética. Ahora bien, la política de Reagan, de la que acaba de dar una muestra con estas maniobras, corta de raíz las posibilidades de entendimiento y sirve para justificar que Cuba viva en un estado permanente de país amenazado, cercado, junto a un voraz enemigo implacable. Es una de las razones en que se basa Fidel Castro para mantener la dureza y la represión de su régimen.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_