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Reportaje:Insuficiente atención a fenómenos naturales submarinos/1

Cinco países incrementan el lanzamiento de residuos nucleares en el Atlántico

La decisión del Consejo de Estado neerlandés de permitir el lanzamiento de residuos nucleares en aguas del Atlántico, más acá de la llamada Gran Dorsal noratlántica, resucita un problema que se ha mantenido latente hasta hace medía década. Británicos, neerlandeses, belgas, luxemburgueses y suizos han empleado, y parece que lo seguirán haciendo, las aguas cercanas a las jurisdiccionales españolas para lanzar sus residuos nucleares, y ello cuando en las sucesivas Conferencias del Mar no se ha llegado aún a un acuerdo en la materia. Frente a la posición de estos países, otros, como la República Federal de Alemania, se resisten a la creación de cementerios submarinos para sus detritos nucleares, aunque ello signifique, de paso, afrontar un problema aún no resuelto: el del almacenamiento en tierra de estos restos atómicos.Hasta ahora, ningún científico ha presentado pruebas. contundentes de que los recipientes empleados para depositar estos residuos a grandes profundidades, en torno a los 4.000 metros, tengan condiciones adecuadas para resistir sempiternamente el efecto de una enorme presión del agua marina. Según información facilitada por la Junta de Energía Nuclear, los detritos nucleares se acumulan en bidones de acero tratado de unos doscientos litros. A veces, estos bidones se incluyen dentro de cubos de hormigón. El peso de los primeros es, aproximadamente, de 460 kilos. Hasta ahora nadie ha podido calcular el efecto de caída de estos recipientes, ni lo que ocurriría si uno de ellos dañase a otro al chocar con él a una gran profundidad. Según datos facilitados a este díarío por el Instituto Oceanográfico español, estos depósitos, acurnulados a cuatro mil metros de profundidad, deben de resistir una presión de por lo menos cuatrocientas atmósferas, lo que equivaldría, en kilogramos, a 413,32 kilos por centímetro cuadrado. A modo de comparación, la presión del aceite en un coche utilitario mediano equivale a cuatro kilos. Ello quiere decir que los materiales que se emplean en la fabricación de los recipientes nucleares tienen que tener realmente unas características excepcionales. En el mismo Instituto se insiste en que, en todo caso, hay un factor clave: el agua marina tiene un poder corrosivo enorme, y no es posible aseverar que, a tales profundidades y durani.e un amplio período de tiempo, siglos quizá, el acero tratado pueda resistir este efecto. Existen pruebas de que el agua marina se come en dos días los aceros más resistentes, efecto doblemente rápico a grandes profundidades.

Los oceanógrafos apuntan otro factor de gran interés. El centro del océano está recorrido por una cordillera submarina, la Gran Dorsal, que se encuentra en plena actividad orogénica, y además está jalonada de puntos de lanzarniento de magma incandescente.

Un cementerio atómico entre Galicia y Canarias

Las crestas de esta cordillera se sitúan a unos dos mil kflórnetros de las costas de Galicia y de las islas Canarias. Justamente entre la Dorsal y la plataforma continental española, a unos setecientos kilómetros del continente y de las islas, se sitúan estos cementerios nucleares, en los que España no deposita sus residuos atómicos. La Gran Dorsal se encuentra en plena fase de plegamiento, debido a un movimient o de aproximación de los continentes europeo y americano. Si a esto añadimos la actividad volcánica submarina, con un posible efecto sobre los depósitos nucleares, es comprensible que científicos de talla internacional desconfíen de esta operación de vertidos relativamente incontrolados. Según un cálculo realizado para EL PAIS por el Instituto Geodésico de Francfort, en octubre de 1978, dato que no ha sido desmentido hasta ahora, es válida la hipótesis de que parte de los 5.500 bidones de residuos nucleares lanzados entonces por buques británicos a 16 grados, 30 minutos de longitud Oeste y 45 grados, 50 minutos de latitud Norte -es decir, a unos setecientos kilómetros de las costas de Galícia- hayan podido aproximarse a estas costas por efecto de la corriente del Golfo, cuya velocidad se calcula entre 5,5 y 7,4 kilómetros por hora. Debe tenerse en cuenta que el punto elegido por los británicos para esta operación se sitúa a unos 180 kilómetros de las aguas jurisdiccionales españolas, una distancia que científicos consultados consideran reducida como para garantizar que parte del material arrojado al mar no haya podido penetrar en ésta.

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