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El Festival de Estoril (Portugal), una aportación al conocimiento de la música ibérica

En la programación de estrenos, los organizadores del Festival de la Costa de Estoril (Portugal) no se muestran chovinistas ni mucho menos. Frente a cuatro títulos portugueses ha habido otros tantos españoles, lo que bien merece no sólo nuestra gratitud, sino nuestra correspondencia.A decir verdad, los músicos de la última generación son más conocidos en España que sus antecesores, y en mayor menor medida hemos podido escuchar obras de Peixinho, Nunes, Pires, Clotilde Rosa, Constança Capdeville, Alvaro Salazar y algún otro. Todos ellos encuentran ardiente defensa en los críticos Vieira de Carvalho y Nuno Barreiros. Por otra parte, tanto Salazar como Peixinho dirigen grupos especializados con los que han podido dar a conocer muchas páginas contemporáneas de la vanguardia portuguesa.

Gonzalo Olavide, un maestro

Fue Salazar precisamente quien dirigió al Grupo de Cámara del Festival dos obras de Gonzalo Olavide, uno de nuestros valorez más ciertos. Tiene ahora el músico 47 años y, como es sabido, reside habitualmente en Ginebra. Sus últimas obras aquí conocidas -Sinfonía, Cante sobre García Lorca, Quasi una cadenza- nos dice cómo Olavide ha encontrado su propio estilo, hecho de autoexigencia Y voluntad de comunicación.Sin ceder, en absoluto al halago, Olavide piensa que la música se hace para los demás y que la recibe el oído, lo que impone un cierto criterio biensonante. El piano juega papel importante -si no protagonista- dentro del grupo instrumental que desarrolla, con libertad controlada, una serie de secuencias estáticas o dinámicas; algo que podríamos denominar cadencias totales por cuanto se refiere a todos los parámetros y valores sonoros.

Dedicada al festival, la más reciente creación de Olavide no se impone, en principio, más premisa que la indicada por el título: Elan, esto es, Impulso. Los acontecimientos sonoros van dando lugar, por su propia presión, al desarrollo de la obra, cargada de contrastes, plena de poética y con un valor que parece aprendido del milagro de Falla en el Retablo: el que un grupo reducido de instrumentos suene como una gran orquesta por la precisión en el cálculo de las combinaciones tímbricas y armónicas (librando al término de toda significación tradicional).

La obra de Gonzalo Olavide me parece, sin más, la de un maestro dominador del oficio y la de un voluntarioso ideador expresivista. El público asistente al Pabellón de Congresos de Estoril conectó con Elan desde el primer momento y rindió a nuestro compatriota un largo homenaje, lo que sucedió con Quasi una cadenza, cuyo fragmento final hubo de ser repetido.

Hay en la última producción de Olavide una suma de caracteres de hondo cuño español: misticismo, evocación, violencia, síntesis, cualificado espacialismo. No se llega a la pintura, pero tras la música subyace una imaginación plástica y un juego de términos contradictoríos que D'Ors habría entendido como estilización barroca, en el sentido estético (no histórico) del concepto.

La probidad y conocimiento con que trabajó Alvaro Salazar al frente de su grupo de solistas fueron máximas. Con decir que renunció a la programación de sus Ludi officinalis, en beneficio de los mejores resultados de las otras obras, queda evidenciada su actitud.

La naturaleza de Jorge Peixinho (Montijo, 1940) es la de un inquieto buceador, la de un hombre llamado a remover voluntades y promover actividades. Formado en Portugal e Italia (Porena, Petrassi) amplió su formación con Nono, Boulez y Stockhausen. En Darmstadt colaboró durante varios años en las composiciones colectivas Ensamble y Música para casa.

Excelente pianista, acometió la tarea de dirigir como una necesidad para divulgar la música actual en Portugal. Entre sus obras a recordar figuran Homenaje a Machaut, Sucesiones simétricas, Welkom, Memoria de una presencia ausente, Voix, Morir en Santiago, Elegía a Amilcar Cabral o el ciclo de Recitativos, basado en una música escénica del decimonónico portugués Raúl Brandio.

En su Canto para Anna Livia, dado a conocer en el programa que comentamos, bajo la dirección del autor, Peixinho aborda una amplia partítura, con intervención de tres solistas vocales que utilizan diversos textos franceses, portugueses y españoles (de García Lorca). Voces e instrumentos conforman un todo de cuarenta minutos de duración, verdadera invitación a un viaje por el complejo mundo sonoro del compositor, a lo largo del cual menudean las sorpresas y los hallazgos lúcidos.

Buen conocedor de todas las tendencias contemporáneas, Peixinho se sirve de todo aquello preciso para su intención expresiva en un amplio fresco; mejor diría narración poética, si la palabra se aplica esencialmente a la música, rica de colores y persistente en una dialéctica que nos llega a modo de una improvisación. Jorge Peixinho, como autor y como intérprete, recibió insistentes aplausos de un público interesante e interesado.

Queda todavía un estreno mundial español: Amairuk, para guitarra y orquesta de cuerda, original de Félix Ibarrondo, del cue será solista Alberto Ponce. Como puede constatarse, el Festival de Estoril está lejos del conformismo, y supone una importante aportación al conocimiento de la música ibérica.

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