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Reportaje:Madrid se encoge en verano / 3

Los mercados de abastos hacen su "agosto" a costa del cierre del pequeño comercio

Los primeros días de verano fueron el comienzo de una de las etapas más duras del año para el equipo de ejecutivos de Renfe encargado de la Operación Exodo. Vaciar una ciudad como Madrid equivaldría a evacuar el estado de Israel: un error en- el cálculo de la demanda tendría consecuencias muy graves para la administración de la empresa, puesto que con toda seguridad provocaría la saturación de las unidades o los viajes en vacío. Después de un análisis del mercado, el equipo llegó a la conclusión de que muchos madrileños condenados durante el año al desgaste natural de la lentitud, viajarían, efectivamente, en tren.Era previsible, desde luego, un descenso en el número de usuarios de los trenes de cercanías, con excepción de los destinados al trayecto Madrid-Sierra Norte, pero los de largo recorrido iban a estar más solicitados que nunca. De acuerdo con la presión de la demanda, el equipo señaló en los almanaques de julio y agosto dos clases de días: blancos o sobrecargados y azules o bajos. La compañía decidió compensar las ventas, ofreciendo a los viajeros ciertas condiciones que les hiciesen preferir los días azules. El calendario quedó así: 30 y 31, y 1, 2, 3, 4, 14, 15, 16, 17, 30 y 31 de agosto, más todos los viernes del mes, días blancos. El resto, días azules.

El primer dato significativo que manejó luego el equipo de Renfe fue el de una extraordinaria demanda de trenes autoexpreso. Los madrileños estaban decididos a llevarse sus coches en el tren, y los destinos-tipo serían, como en años anteriores, Barcelona y Málaga. Para los coches pequeños se fijó una tarifa de porte de 3.000 pesetas, y para los grandes, de 4.660. Con objeto de desviar viajeros hacia los días azules, se les aplicaría la siguiente tabla de tarifas y descuentos: viajeros que comprasen dos billetes, 2.480 pesetas por el traslado del coche; cuatro billetes, 1.240; cinco, 620 pesetas. Para los que comprasen cuatro o más billetes de ¡da y vuelta habría una bonificación especial: transporte gratuito del coche.

Pocos días después de que el plan se pusiese en práctica, los ordenadores de la compañía calcularon las primeras cifras: desde el 28 de junio hasta el 7 de julio Renfe había puesto 425.164 plazas a disposición de sus clientes. El 3 de julio fue un día-récord: los expendedores electrónicos vendieron 36.654 plazas, y los manuales, unas 24.500. Para los movimientos de viajeros con coche la compañía ha tenido que destacar en agosto nueve trenes exclusivamente autoexpresos. Por lo visto, la temporada iba a terminar bien para la deficitaria Red de Ferrocarriles.

Simultáneamente, Iberia comunicaba que ya había vendido todas las plazas para viajes a zonas turísticas hasta el 7 de agosto.

Estaciones y mercados

Hay un punto común entre lugares tan diferentes como las estaciones de ferrocarril y los mercados: la sensación de provisionalidad. En las estaciones. de ferrocarril, todas las maniobras y trámites tienen sello de urgencia Los retrasos y las contrariedades no eliminan la prisa: únicamente la transforman en indignación. Los viajeros que en cualquier momento están en la estación de Chamartín, el más grande de los núcleos ferroviarios madrileños, pertenecen, no obstante, a dos grupos que se mueven a ritmos muy distintos: uno es el de los pasajeros, y otro, el del personal auxiliar y el de los puestos de venta. Los quiosqueros venden los periódicos del día al ritmo vivo, pero sin agobios, con que lo harían en la calle. Un viajero husmea con impaciencia La Cocina del Infierno, de Sylvester Stallone; Operación Torch, de Vicent Jones, y Groucho y Yo, de Groucho Marx. Acaba comprando a toda prisa dos álbumes de cómics Tótem, firmados por Hugo Pratt y por Sergio Toppi.

A las 5,30 de la madrugada,. todo es urgente en el Mercado Central de Legazpi. Desde las 6,00 a las 9,30 horas deberán ser distribuidos más de un millón de kilos de frutas y hortalizas a gran velocidad. La población de mayoristas, minoristas, camioneros y descargadores negocia en diálogos muy cortos; casi siempre con monosílabos, gritos y cifras. A través del -aire caliente de agosto pasan cajas de naranjas, de peras y de manzanas, y dejan en las naves un olor agradable, luego desplazado por el olor agresivo de las cebollas, el apio y las coles podridas. Las tres horas y media de reparto son, pues, una guerra de olores que deja en el suelo muchos restos de hojas de lechuga, arrugados como orejas verdes, y que los peones van orillando a patadas junto a otros desperdicios. A las 10,00 horas ya ha sido despachado todo

Los mayoristas se esfuman en un minuto y sólo quedan en la puerta principal tres guardias municipales que vigilan y nueve o diez camioneros que quieren aguantar despiertos hasta el mediodía con un último café doble. En un protocolo siempre idéntico a sí mismo, 34.525.700 kilos de frutas y hortalizas fueron vendidos en agosto de 1980, diez millones menos que en el mes de julio. La primera fruta en las listas de ventas fue el melón, con 7.397.400 kilos, y la primera hortaliza, el tomate, con 5.992.300. El segundo gran mercado de vegetales, el Central de Patatas, facturó 4.105.189 kilos, un 7,58% del consumo de la ciudad. Más de la mitad de ellos procedía de huertas de la provincia de Madrid. En estos días, los braceros del Central de Frutas han notado un descenso en el volumen de descarga, pero, tal como dicen ellos mientras se pasan la mano por la frente, Legazpi siempre es Legazpi.

En la plaza del Campillo del Mundo Nuevo, al final de la Ribera de Curtidores, hay, entre las últimas acacias, una línea de puestos en los que se venden cosas sin duda caídas del desván del Rastro. Hay platillos de bronce para comidas de muñecas, esencieros de alpaca fina, cálidos espejos con marco de hueso, algunos ejemplares de la vieja colección pre-pornográfica Folies de Paris et de Hollywood y las últimas creaciones del desaparecido cantaor Porrina de Badajoz, Porrinas, dicen los vendedores. Podrían ser lo que queda en el fondo después de volcar los baúles románticos del barrio. "¿Qué valen esas peonzas?"/ "Siete duros: son de roble torneado"/ "Siete duros? ¿Con o sin cordel?". Siete duros por la peonza y por un falso cordel de punta-tralla que resbala con demasiada facilidad alrededor del rejón. Al lado del peoncero, Antonio, el de las espadas, está camelando a un turista que pregunta el precio de dos estoques de matar toros. "Este, que está sin vaciar, 2.000; este otro, vaciado a tres canales, 6.000". Se perfila para matar recibiendo al Gasómetro, pero parece salir bruscamente de su sueño cuando una ráfaga de aire que viene del Mercado Central de Pescados trae un olor recio a sardinas, salitre y algas. Antonio enfunda el estoque en silencio. En la plaza ya nadie se queja del olor del mercado, sino de la falta de dinero.

Porque el trasiego del, Mercado Central es la vida misma de la plaza del Campillo. Flotas de camiones procedentes de las zonas Noroeste, Sur, Cantábrica y de Levante descargan mensualmente más de seis millones de kilos de pescadilla, boquerones, gallos, sardinas, bonito, mejillones, baca lao y truchas: contando sólo la pescadilla, descargaron en agosto de 1.980 más de un millón de kilos. En el mercado del Campillo se res pira un aire viscoso, portuario, y al mediodía las escamas de las sardinas llegan a la plaza con las aguas residuales del muelle.

El "estómago" de Madrid

Casi todos los madrileños se quejan, sobre todo en lunes, de la falta de dinero. Sin embargo, los estadísticos municipales dicen que en las próximas semanas la ciudad va a comerse 230.000 gallinas, pollos, codornices y conejos, 360.000 docenas de huevos y unas 35.000 reses. De los ganchos cenitales del matadero se descolgaron en agosto del año pasado 2.893 vacas, 556 terneras, 6.416 ovejas, 21.398 corderos, 455 caballos y 488 cerdos, que luego se transformaron en los steaks de Casa Pedro, de Fuencarral, en los codillos medievales de Fast y Edelweiss, en los tournedós de El Alabardero, en los solomillos braseados de A Casiña, en la fondue bourguignon de La Fromagerie y, según se dice, en las hamburguesas de Burger King, Papa's Burger y de otros sitios en los que ,se sirven bocadillos pop.

En las grandes barriadas, los padres de familia que han vuelto prematuramente de vacaciones descubren a mediodía que están cerrados hasta septiembre la panadería, la droguería, el estanco y la carnicería. Sin embargo, no tardan mucho en encontrar la solución en los hipermercados y mercados de abastos. San Miguel, junto a la calle Mayor; Vallecas; junto a la avenida de la Ciudad de Barcelona, o Jumbo, en la calle del Príncipe de Vergara, son la salida de urgencia para los que encuentran Madrid cerrado por vacaciones.

En el mercado de Maravillas, en Bravo Murillo, uno de los más concurridos, este año, sólo han cerrado algunos de los trescientos puestos. Tampoco parece haber descendido el número de clientes; en todo caso ha aumentado la proporción de hombres. A primera vista, el estilo del mercado es el de siempre: los hombres prefieren las bolsas de plástico de los grandes almacenes y las camiserías, y las mujeres, sobre todo las de mayor edad, carritos de dos ruedas.

José Martínez, el dueño de la floristería Vergel, está vendiendo petunias a treinta pesetas, pendientes chinos a 51, cóleos a 45 y helechos a 250 la maceta. Aconseja el ficus a los que prefieren las plantas duras, y el clavel cortado, a los que quieran hacer un ramo. Poco antes de las dos de la tarde sale a la galería, mira a un lado y a otro y dice que este año cerrará sólo un veinte por ciento de los puestos, y eso tirando por lo alto. "Nosotros, los que vendemos en mercados, recibimos eventualmente la clientela de los pequeños comercios del barrio, así que tenemos que aprovechar la buena racha de las vacaciones". En la pollería, un ama de casa habla de alguien que "a los veinte años ya está embarazada", el frutero recomienda plátanos verdes a un marido que no puede volver hasta el viernes, y las voces de otro frutero se cruzan con las canciones de dos jóvenes músicos. Hay una sola novedad en Maravillas: las mujeres leen con incredulidad las leyendas escritas en las etiquetas de los bidones de aceite. Son las leyendas negras del supermercado.

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