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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Salud pública, sin polémica

El editorial de EL PAIS de 22 de julio referente a «Las secuelas del aceite» me induce a intervenir, sin afán de polémica y tratando de colaborar en el logro de un objetivo que nos es común: evitar la muerte, la enfermedad, el sufrimiento e incluso la angustia a la que hace referencia su editorial, consecuencias todas ellas de la intoxicación con el aceite adulterado.Para contribuir a disminuir la angustia considero conveniente aclarar algunos de los puntos del citado editorial que se relacionan con los aspectos sanitarios del problema.

Cualquier método que se utilice para informar a la población de los riesgos del consumo de aceite de venta ambulante, a domicilio, en garrafas sin etiqueta, reforzará una acción necesaria y eficaz. El estudio de los nuevos casos y los informes cotidianos de los servicios sanitarios provinciales indican que la población conoce los riesgos que encierra el consumo de este aceite; la acción desarrollada a través de radio y periódicos provinciales, municipios, sanitarios locales, maestros, asociaciones de vecinos, etcétera, ha logrado que esta información llegue precisamente a los grupos de población que consumían este aceite.

Si en la actualidad ingresa un enfermo que ha continuado consumiéndolo, no alega ignorancia del riesgo, sino incredulidad ante las informaciones que aseguran que ese aceite es peligroso. Es en este punto en el que los sanitarios, las autoridades centrales y locales y los medios de información debemos concentrar nuestro esfuerzo y atención; en este y en otro tema al que es necesario dar ahora prioridad, informar sobre el riesgo del consumo de productos de la matanza, quesos, conservas vegetales y determinados tipos de dulces que hayan sido preparados con aceites sin garantía comercial.

Todo lo anterior se refiere a la información sobre el riesgo del consumo. Los hechos demuestran que la información ha llegado a la población, pero estamos dispuestos y empeñados en reforzar este tipo de acciones. Tema absolutamente distinto es la información que el editorial de EL PAIS solicita sobre los «síntomas de envenenamiento». En esta información hay que conseguir que el enfermo acuda cuanto antes al médico y que éste disponga de toda la información epidemiológica, diagnóstica y terapéutica; pero hay que evitar crear angustia innecesaria e inútil en la población describiendo una serie de síntomas inespecíficos, de molestias generales pasajeras que cualquier persona, cualquier día, puede sentir, y que en caso de asociarlas con el proceso tóxico no sólo pueden causarle sufrimientos psíquicos, sino que pueden reforzar y fijar esos síntomas, convirtiendo en auténticos enfermos a personas que no tienen ningún padecimiento orgánico.

Por todas estas razones, hemos de evitar la aparición de neurosis, a la vez que prestamos atención eficaz a todas las personas que han enfermado como consecuencia de la ingestión de ese aceite adulterado, y ésta es una regla que no está hecha pensando en la Administración, sino en la población, para no aumentar gratuitamente los sufrimientos de ésta.

En cuanto a las medidas a seguir «cuando se aprecien las primeras dolencias», sean éstas las que sean y estén o no relacionadas con el consumo del aceite adulterado, el consejo para cualquier persona que se sienta enferma es sencillo: acudir al médico de cabecera, que sabrá encauzar perfectamente la conducta a seguir, en conexión con los distintos niveles asistenciales.

Dos comentarios para contribuir a aclarar la situación actual. Mu chos de los nuevos ingresados dejaron de consumir aceite hace días, pero sufren síntomas no muy intensos desde hace tiempo y, al ver que éstos no acaban de desaparecer, acuden al hospital, donde se clasifican como nuevos casos, aun que la sintomatología se iniciara días o semanas antes. Algo seme jante puede decirse de un número importante de reingresos, en los que no se trata de un nuevo brote de enfermedad equiparable al inicial, sino de una persistencia de síntomas o en algunos casos, evidentemente, de una acentuación de los mismos, que motivan una nueva solicitud de asistencia hospitalaria. Quedan, sin embargo, reacciones individuales frente a esta enfermedad, desconocida hasta ahora, que no debemos ni queremos predecir. Esto justifica los sistemas de seguimiento de enfermos, embarazadas y recién nacidos que se han puesto en marcha.

Un último punto de absoluta discrepancia con su editorial: calificar de estoica la actitud de la Administración es desconecer o querer ignorar todo lo que se ha hecho y se está haciendo para descubrir y combatir esta enfermedad, atender a las víctimas de la misma y juzgar a los responsables de la adulteración. Estos hechos, comprobables por cualquier informador sin prejuicios, no eximen de responder a la pregunta de su editorial en la que se menciona la clase social a la que predominantemente pertenecen los enfermos.

Director general de Salud Pública.

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