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"La identidad italiana", representada por las dos últimas décadas de su pintura en el Centro Pompidou, de París

El Centro Cultural Georges Pompidou presenta este verano una exposición, la más importante de las habidas en un museo fuera de Italia, que trata de poner de relieve la importancia del arte italiano de las dos últimas décadas y su proyección futura.Cannone Bellaciao, de 1966, dos fálicos cañones colocados en posición de tiro, aparentemente de verdad, capaces de suscitar todo tipo de connotaciones, es una de las obras de Pascali (1935-1968), con la que se abre la exposición Identidad italiana (1959-1981), organizada por el Centro Georges Pompidou, con la colaboración de los Incontri Internazlonali d'Arte (Encuentros Internacionales de Arte), de Roma.

Bien montada, en una amplia sala distribuida por los arquitectos Pier Luigi Cerri y Vittorio Gregotti, en espacios abiertos, pero bien definidos mediante células individuales, permite a cada artista disponer de un ambiente propio, organizado a su manera, en el que la obra o las obras (nunca muchas de cada uno) pueden contemplarse de forma autónoma y desde diferentes ángulos, lo que favorece e incluso provoca el efecto sorpresa de este estimulante recorrido, a veces algo laberíntico, a través de un circuito que pretende abarcar dos décadas de creación italiana.

En este tipo de exposiciones con vocación antológica, tan significativas como las presencias son las ausencias, aunque está claro que estas últimas son inevitables cuando, como en este caso, el número de expositores se ha reducido a dieciocho, «quizá demasiados», al decir de su comisario general, seleccionador de la muestra, Germano Celant (historiador y crítico de arte, bien conocido, además de por sus libros sobre el arte povera, por sus colaboraciones en la revista norteamericana Art Forum), quien, lejos de defenderse por el criterio subjetivo que ha guiado su selección, lo reivindica, aunque quizá no fuera inútil el que se señalara en alguna parte para evitar que el espectador ingenuo y no necesariamente bien informado se despiste pensando que los artistas excluidos lo son porque no corresponden o no forman parte de esta identidad italiana, como cualquier otra tan difícil de definir, menos cuando se hace por decreto.

Partiendo «de los años sesenta, pero proyectado hacia el año 2000», Celant ha elegido «aquellos artistas que pasarán a la historia del arte italiano, representados por una o varias obras significativas», con la intención de hacer una «lectura para el futuro de la historia del arte», analizando aquel que en Italia primero y más tarde a nivel internacional supuso una renovación del lenguaje, «con los mismos métodos utilizados para el estudio de las vanguardias históricas, por ejemplo».

Entre los presentados, algunos ya desaparecidos, que forman parte, esta vez por sus propios méritos, de esa historia, como Pascalis, ya citado; Piero Manzoni (1933-1963), uno de los artistas más significativos de una época y una forma de hacer específica y vital, con dos obras formalmente asépticas, pero determinantes en su trayectoria, líneas de diferentes dimensiones enrolladas en cajas de cartón y las latas de conserva, etiquetadas en varias lenguas (quizá para evitarles problemas a los marchands a la hora de la exportación), conteniendo Mierda de artista (1961), y Francisco Lo Savio (1935-1963), del que se exponen únicamente sus ascéticos y puros Metali (1960-1962).

Además de éstos, las áreas de composiciones de Marisa Merz, Un attimo di rame en volant (1976), Spazio-ambiente, de E. Castellani, casi una arquitectura solar, y naturalmente individualidades de lo que en la década de los sesenta se definió como arte povera, una forma de intervenir sobre la realidad, más que interpretarla, que pretendió, una vez más, «llenar el vacío entre arte y vida», eliminando «la fractura existente entre teoría y práctica, instinto y razón, individuo y colectividad», una forma de vivir el arte (o en el arte), lejos de los lugares significados como artísticos, museos y galerías por ejemplo, que recurre a materiales simples, primarios, fundamentales, con los que dar forma y estructura a las elaboraciones mentales de artistas como Mario Merz (de quien el ARC presenta actualmente una exposición retrospectiva), M. Pistoletto, G. Anselino, J. Kounellis, A. Boetti, G. Paolini y G. Penone.

Para ambientar el todo y situar una época, las inevitables vitrinas repletas de información sobre los jefes de fila de la cultura italiana, teatro, cine, poesía, novela, etcétera (como C. Bene, Pasolini, Nani Balestrini ... ), revistas ( Alfabeta, por ejemplo) y galerías que tuvieron, o tienen, un papel determinante en estos veinte años, además de una serie de bandas en vídeo de diversos artistas.

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