¿Qué hay detrás del déficit público? / 1
El día 6 de mayo de 1981 comparecí, por propia iniciativa, ante la Comisión de Presupuestos del Congreso de los Diputados para exponer los resultados de la liquidación provisional del ejercicio de 1980. La exposición fue acompañada de la entrega, a cada uno de los miembros de la comisión, de dos documentos: el Informe económico del sector público. Liquidación del ejercicio de 1980 (que tiene 186 páginas), y otro, Ejecución del Presupuesto del Estado para 1980 (que tiene veintiocho páginas y es el texto básico de mi intervención oral).El mismo día celebré una conferencia de Prensa y entregué a los representantes de los medios de comunicación ejemplares de los mismos documentos que, además,. han sido remitidos a numerosas entidades públicas y privadas, y también, por cierto, al servicio de estudios de la Asociación Española de Banca.
En la primera página del documento que resume mí intervención afirmo lo siguiente:
«La transparencia informativa en materia de gasto público es un objetivo exigido y demandado por una sociedad moderna consciente de sus deberes fiscales, pero también de, su derecho a estar verazmente informada de la gestión que el Estado realiza de los caudales públicos. En este sentido, el informe que se presenta tiene como finalidad hacer un examen lo más completo posible de la ejecución del presupuesto de 1980, sobre la base de la información estadística disponible en la fecha. La presentación de las mismas se hace desde una triple óptica: en términos monetarios o de caja, en términos de ejecución presupuestaria y en términos de contabilidad nacional. Fundamentalmente merece destacarse esta última, no sólo por el esfuerzo que significa tener los datos disponibles en tan escaso lapso de tiempo, sino también porque, como de sobra es conocido, serán dichas magnitudes las que nos midan el impacto de la actuación de las administraciones públicas sobre el resto de las variables macroeconómicas».
En la página 65 del Informe Económico aparece el cuadro correspondiente a Liquidación del presupuesto monetario (cuadro 1); en la página 66 aparecía también el relativo a Sector público. Recurso al Banco de España (cuadro n.º 2), y en las páginas 67 y 68 aparecen los mismos cuadros referidos a 1979.
Está claro que se distingue el déficit de caja del presupuesto, el recurso al Banco de España del Estado y el recurso al Banco de España del sector público.
Además, en el citado informe se establecen, para los años 1979 y 1980, las necesidades de financiación del Estado, de los organismos autónomos, de la Administración central, de las corporaciones locales, del sistema de Seguridad Social y de la Administración pública en su conjunto, y, en concreto, en las páginas 80 a 114, se cuantifica dicha magnitud de las administraciones públicas y de cada uno de los subsectores que las integran, publicando el cuadro resumen en la página 83 (cuadro nº 3).
Ha sido la primera vez que, por el Ministerio de Hacienda, se ha dado tanta y tan rápida información.
Por todo ello, no deja de sorprenderme el ruego público que el presidente de la Asociación Española de Banca (artículos publicados en el diario EL PAIS los días 28 y 30 de junio de 1981) me dirige personalmente, con tono de amable reconvención, para que precise el concepto de déficit que utilizo en cada momento. No recuerdo haber utilizado nunca, en intervenciones públicas, el concepto de déficit, sin que quedara claro el sentido que, en cada caso, daba a esa palabra: y recuerdo que, en más de una ocasión, he pedido precisión sobre su sentido concreto. El ministro de Hacienda es responsable de lo que dice, de lo que escribe. o de lo que asume con su aprobación; en modo alguno es responsable de lo que los demás dicen o piensan que dice. De todos modos, el ruego del presidente de la Asociación Española de Banca no resultará inútil; puede estar seguro de que, en adelanté, cuando hable de déficit seguiré diciendo qué déficit significo en cada caso.
Me alegra coincidir con el presidente de la Asociación Española de Banca en cuanto a la necesidad de precisar, cuando se habla, los conceptos que hay detrás de las palabras que se utilizan, siempre que éstas sean dudosas o ambiguas, de significación múltiple; y la palabra déficit lo es, porque es déficit la diferencia entre gastos e ingresos corrientes del, presupuesto del Estado; también es déficit la diferencia entre gastos del Estado e ingresos distintos del recurso a la financiación del Banco de España; es déficit, igualmente, el recurso al Banco de España del sector público, y aún podríamos seguir. Pero es que el primer déficit, por ejemplo, puede expresarse en términos de caja o en términos de competencia, y entonces el resultado no es el mismo. No estoy tan seguro de que sea conveniente llamar déficit a la necesidad de financiación del conjunto de las administraciones públicas, expresada en términos de contabilidad nacional, porque la palabra déficit está más bien vinculada a una gestión presupuestaría unitaria, pero por una palabra no vamos a discutir, también eso se puede llamar déficit. (Aunque, por cierto, no tiene mucho sentido integrar, por adición, en ese déficit en términos de contabilidad nacional un déficit de las empresas públicas: ningún sistema de contabilidad nacional lleva a cabo esa operación).
De todos modos, resulta que se descubre ahora el concepto mágico del déficit de las administraciones públicas en términos de cuentas nacionales, concepto que, al parecer, por algún turbio motivo -«maniqueísmo», «utilización sesgada», según expresiones utilizadas en la presentación del artículo del presidente de la AEB por este mismo periódico-, el Ministerio de Hacienda parece que ha pretendido ocultar, cuando está claro que no ha ocultado nada, sino que ha dado la primera información, como era lógico. Y no hay duda de que este concepto de déficit (que a mí me gusta llamar de otra manera, repito) es importante. Y así lo reconocen las palabras de mi intervención en el Congreso.
Pero, por lo visto, es difícil que el tema del déficit esté libre de utilizaciones sesgadas, interpretaciones pro-domo-sua, y, en resumen, aportaciones sucesivas, incluso involuntarias, a la ceremonia de la confusión.
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