Con Antoñete vuelve la torería
Plaza de Las Ventas. Toros de Fermín Bohórquez, muy bien presentados, nobles, salvo. el segundo; el últimolse mató al estrellarse contra un burladero. Antoñete: Estocada (división y saludos). Tres pinchazos y descabello (vuelta). Pinchazo, estocada contraria y dos descabellos (algunas palmas). Rafael de Paula: Siete pinchazos, rueda de peones y cuatro descabellos (pitos), Pinchazo y estocada caída (bronca). Muy buena entrada y gran ambiente.La torería vuelve con Antoñete a iluminar la lidia y pone término a la larga noche de los pegapases. Esta fiesta ha sido sojuzgada por la dictadura de la mediocridad, en criminal confabulación con ordinarieces y desvergüenzas, y quienes la aman -incluidos profesionales tanto corno aficionados- han tenido que pasar por carros y carretas, años y años, viendo cómo toda la delicada trama del arte de torear, siglos de historia del toreo la propia integridad física y la casta del toro, caían, pisoteadas y humilladas,por la pendiente de la decadencia.
Pero alguien ha llegado a tiempo. Gracias a unos, mecanismos correctores oportunamente arbitrados, la lidia se produce en plenitud en la primera plaza del mundo, y en el momento crucial han reaparecido los toreros veteranos, verdadera reserva espiritual del occidente táurico. La vuelta de Antoñete, como la de Manolo Vázquez, han sido una bendición para la fiesta, pues vienen a derramar esa torería de la que el espectáculo se había quedado totalmente vacío.
Nos sobraban pegapases. En las dos últimas décadas habíamos tenido de todo, excepto el toro, que .sólo salía de cuando en cuando y nunca para figuras: desde toreros bufos cuya zafiedad se manipulaba para fingir que era gloria bendita y trampear millones con ello, hasta campeones del derechazo, disparatadamente ensalzados y enriquecidos, cuyo palmarés de trofeos no lo ha habido igual en toda la historia del toreo. Ni Joselito y Belmonte juntos cortaron en su vida tantas orejas y rabos corno cualquier burdo pegapases de las últimas hornadas en un solo año.
La torería de Antoñete el domingo en Las Ventas, sin ir má lejos, hizo los efectos de un com plejo vitamínico que va a fortalecer el espectáculo. La torería no es una técnica, aunque en ella se apoye. Es una actitud, fruto de un convencimiento. Hay torería cuando el torero se siente torero, no importa si en el ruedo o en la calle, y se sabe investido de la dignidad que es inherente a su profesión. Ya en el ruedo, la torería se produce en cualquier circunstancia de la lidia. La torería de Antoñete emanaba de toda su actuación, en los distintos tercios, delante del toro, a margen del toro.
Y de sus intervenciones concretas: el capote abajo, para fijar las embestidas; aquella verónica del quite al segundo y, sobre todo, la media verónica, impresionantemente larga y honda; la forma despaciosa y solemne de andarles a los toros; la distancia para el cite y la apostura del mismo cite; el temple; el armazón de cada faena; todo eso es, era el domingo en Antoñete, torería de la mejor ley.
Y luego las trincheras, los pases de la Firma, el redondo a la vez dibujado con sutil trazo y embebiendo con empaque las embestidas, cuyo sabor torero llegaba a em,briagar. De todo esto hubo en las tres faenas de Antoñete, aunque en la primera quizá se pasó en la reiteración del derechazo, y el toro, que era manso, acabó por desentenderse del engaño, mientras en la última le impuso respeto la casta del Bohórquez y cortó los intentos de lucimiento para aliñar. Pero sobre todo lo hubo en la segunda, cuyos principios fueron de fiesta mayor. Los ayudados, la serie inicial de redondos perfectamente ligados, el pase de pecho, fantástico, hicieron saltar al público.
El Bohórquez era excelente, y lo toreaba con gusto Antoñete, aunque las siguientes tandas bajaron de tono. No llegó a acoplarse con la izquierda y, cuando volvía al derechazo,el desliz del enganchón restaba calidad a las series. Finalmente, hubo unos ayudados enormes que relanzaron la importanle faena a la apoteosis del principio. ¡Maravilla de toreo! Pero hay que matizar. Por supuesto que los muletazos eran de extraordinaria factura, mas no como establecen los cánones. Algo faltaba. Cuando los antiguos tratados fijaban la regla de parar-templar-mandar, el maestro Domingo Ortega añadía: «... y cargar la suerte».
Los antiguos tratados tenían por ociosa la aclaración (por eso no la incluían), porque absolutamente todo el toreo se basa en la técnica de cargar la suerte, ya que, en otro caso, ¿cómo parar, templar y mandar? Este es el reparo serio a la faena de Antoñete: que dejaba la pierna contraria atrás en la ejecución del toreo al natural y en redondo. Y no se hace la observación por dogmatismo, que nos repele, sino por lógica. Pues cuando el toreo se realiza con la suerte descargada (una moda que impuso Ordóñez, por cierto), además de producirse una inquietante con tradicción entre pureza y estética, a dudas sobre la categoría del dominio que se ejerce sobre el toro.
Esta lección la tienen muy bien aprendida otros toreros de arte, por ejemplo Paula, que a su segundo toro le echaba siempre, siempre, la pata'lante. Lo que ocurrió fue que, por no confiarse lo que se dice nada, le salía el unipase fatídico y era una pesadez verle repetir tanto derechazo insulso, hasta lograr una producción seriada que haría palidecer de envidia a todos los pega pases con que cuenta la actual tauromaquia. Hasta que, de repente -así, sin pensarlo-, creó uno asombrosamente hondo y bello, y lo ligó con el de pecho sensacional. Estos toreros de duende tienen gran peligro para quien compite con ellos, pues si tal como cuajan un pase de semejante corte (frecuentemente no llegan ni a eso) ligan media docena, acaban con los compañeros de terna y con todo el escalafón.
Pero no había cuidado. Paula hacía su tarde con esos dos muletazos y un par de verónicas y media que le resultó bordada. No se iba a herniar. A su primer toro, que se refugió en chiqueros y posible mente no tenía un pase, lo mató a disgustos. El otro se mató solo al estrellarse contra un burladero. Dicen maestros de la filosofía esotérica que en ese toro iban a ser el cante, el duende y el embrujo. Y a lo mejor es verdad, ¿quién sabe?
Babelia
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