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A las ricas yemas de Santa Coloma

Plaza de Las Ventas. Cuatro novillos de Joaquín Buendía, muy encastados y nobles:Quinto y sexto de Martínez Elizondo, mansos. Pepín Jiménez: Pinchazo y estocada caída (aplausos y saludos). Estocada caída (petición y vuelta). Estocada caída y descabello(división y saludos) Yiyo: En la suerte de recibir, dos pinchazos y sablazo casi en el brazuelo, que asoma por el otro costado (ovación y salida al tercio). Dos pinchazos y estocada (silencio). Estocada (palmas). Presidió sin problemas el comisario García Conde. Muy buena entrada en las localidades de sombra y sol y sombra. Este festejo era el segundo de los organizados con motivo del cincuentenario de la plaza.

De golosina salieron los novillos de Buendía. Lo más dulce de la pastelería eran aquellos bocados exquisitos, verdadera delicia para el paladar. ¡A la rica yema de Santa Coloma!

Para no iniciados aclaremos que lo de Santa Coloma no es un convento, a la manera del convento de Santa Clara, cuyas monjitas también elaboran unas yemas de esas que estremecen el entrecejo. Y se hace la advertencia no a título gratuito, que el precedente manda: en cierta ocasión de aborregados toros, los aficionados pedían a voces que la empresa trajera Tulios, y muchos espectadores creyeron que se trataba de una orden monástica.

No monjas, ni monjes. Toros son los Santa Coloma, casta extraordinaria, de cuya simiente tienen regado gran parte del mapa ganadero de bravo. Lo que ocurre es que las distintas explotaciones mantienen más o menos mezclado este Origen, por aquellos pruritos de dar picante a las reses, o quitárselo, o meter cuerpo al ganado, o desecararlo de pitones, etcétera, que en cada casa hace el dueño lo que quiere o lo que cree que le conviene, y de las cruzas sale lo que sale. Algunos, por suavizar la casta, acaban inventando el manso.

En la casa Buendía, en cambio, la casta se mantiene pura, y así ofician esas yemas de fina arropia, que son manjar exquisito para que lo gusmee la afición sana y para que se atiborre de ellas el torero que tenga paladar. También ocurre, sin embargo, que, por mantener la pureza de origen, el envase es el que es, tirando a chico; no hay otro, y resulta que ese envase no acaba de gustar a la afición de Madrid, según dicen.

Como por cambiar el envase a lo mejor se estropea lo de dentro, tan rico, mejor será que cambie el gusto la afición y admita la fachadita cárdena de estos Buendía-Santa Coloma, que llegados a la adultez del cuatreño no son mucho más grandes que cuando novillos y todo el desarrollo se les va en redondear formas, acerar osamenta, apretar carnes, condensar musculatura, y el resultado es un ejemplar terciado, armonioso en proporciones, bien puesto aquí -es decir, por la parte arbolada- y guapo.

Los novillos salieron de tal forma, en su medida, y maravillosamente encastados. Por supuesto que no suscitaron ni una sola protesta, sino más bien grandes murmullos de admiración. Hombre, si a los aficionados les hubiera dado por afinar la puntería para descubrir el punto máximo de bravura, concluirían que bravo a carta cabal no llegó a serlo ninguno. Pero la casta, que es pilar básico para el correcto desarrollo de la lidia, discurría a raudales; los novillos se iban arriba en banderillas y tomaban la muleta con un temperamento de crecida agresividad, acompañado de absoluta nobleza.

Es decir, lo mejor de lo mejor para ver el toreo bueno. Y los novilleros de ayer, que están en Enea de entrega y de máxima superación, hicieron cuanto pudieron, hasta exhibir lo más granado de su repertorio. Con ello, naturalmente, los defectos, que no tienen demasiada importancia; ya los corregirán. Por ejemplo, Pepín Jiménez, un valiente espada que hace gala de personalidad y solemniza todas sus intervenciones, embarcaba con gusto al tercero, pero la faena fue demasiado larga y reiterativa, aparte de que mezclaba muletazos de gran calidad con otros en los que medio se tumbaba, descoyuntando la figura. En Pepín Jiménez hay una combinación de torero clásico, de torero amanoletado y de torero adamasado. ¿Quién es usted en definitiva, don Pepín?

Yiyo, con el excepcional segundo de la tarde, cuajó extraordinarias dobladas y pases de la firma, preciosas series de naturales y redondos, pases de pecho de hondura asombrosa, pero se aliviaba exageradamente con el pico de la muleta, y añadió a la faena horrísonos circulares. Con la casta del cuarto, en cambio, no pudo, y el trasteo le salió embarulladísimo. Tampoco consiguió acoplarse Jiménez con el primero, donde compuso la figura de unas dobladas, aguantó con serenidad un parón y eso fue casi todo.

Para final salieron dos mansos grandotes de Martínez Elizondo, peligroso el de Pepín Jiménez, que sufrió desarmes y achuchones, y reservón el de Yiyo, que lo porfió para nada positivo en varios terrenos. El orden de salida de los novillos debió ser al revés: primero lo duro, luego el postre; delicadas yemas de Santa Coloma, que no las elaboran virginales manos, pero lo parece. De este postre repetimos.

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