Sin misterio
La leyenda y la ilusión del Golem -el ser hecho de materia vil que debe terminar teniendo algo parecido al alma- anda suelta por Europa desde por lo menos el siglo XII; no nos hemos desprendido de ella y toda la literatura actual de los robots -palabra y concepto inventados a principios de este siglo por el dramaturgo checo Karol Kapek- sigue estando prendida en ese principio de la dialéctica entre el hombre de verdad y el que trata de crear a su imagen y semejanza.En torno a ella se ha creado una gran literatura entre la que no se cuenta, desde luego, el argumento del ballet Coppelia, inventado por el que era archivero de la Opera de París, Charles Nuitter, a partir de un cuento de Hoffman o destrozando el cuento.
Todo se trivializa. Es un pretexto para la música valsante de Leo Delibes y para que sobre ella se trence la danza, con esa fascinación de los coreógrafos débiles, antes y ahora, por los movimientos mecánicos del muñeco.
De este ballet generalmente sólo interesa, desde un punto de vista de expresión teatral, la misteriosa casa de Coppelius, sus autómatas, su gordo libro de misterios, su pasión por dar vida a la materia. Está claro que en el Palacio de los Deportes no hay misterio que prevalezca, porque todo está como sin límites, sin intimidad posible; pero es de temer que ni siquiera en otro recinto más apropiado se hubiera conseguido, entre otras cosas porque la compañía de Ballet de la Opera del Estado de Berlín no se lo ha propuesto; sus someros decorados, sus trajes coloristas y el sentido preferentemente cómico de la situación, más la idea básica de que lo real y lo natural siempre triunfan del artificio y la magia, lo ahuyentan.
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