No al juicio de Bilbao
Nuevamente se plantea la situación de once mujeres que pueden ser juzgadas por aborto en Bilbao. Hace más de año y medio ya se intentó este Juicio y la respuesta del movimiento feminista, los partidos de izquierda y de muchas mujeres fue de una contundente repulsa. Recogida de firmas, manifestaciones y tomas de posición públicas mostraron la solidaridad con aquellas mujeres.Cabe preguntarse cómo fue posible aquella reacción. El eco de la misma pone de manifiesto que las mujeres de Bilbao fueron apoyadas por amplias capas de la población; lo que no resulta raro, si tenemos en cuenta que vivimos en una sociedad que conoce y de hecho admite que las mujeres acudan a clínicas extranjeras cuando por distintas razones no quieren o no pueden llevar adelante su embarazo. Da lo mismo si el número de dichas mujeres es mayor o menor; lo que sí es seguro es que se trata de una práctica utilizada, directa o indirectamente, incluso por quienes se declaran en contra de la legalización del aborto.
Esto, aun siendo contradictorio, es comprensible, ya que el aborto no es algo que pueda desearse por sí mismo. Al revés, se intenta evitar y sólo se acude a practicarlo cuando la futura madre o los futuros padres se consideran incapaces de realizar la maternidad/ paternidad.
Pero lo que no puede admitirse es que luego se cierren los ojos y se permita que un gran número de mujeres pongan en peligro su salud, porque no reciben los cuidados médicos necesarios, simplemente porque no han podido salir al extranjero. Y que, además, tengan que sufrir las consecuencias de una legislación inoperante, hipócrita, injusta y discriminatoria.
La incoherencia, e incluso abierta discrepancia, entre las prácticas sociales y las leyes es algo que degrada la convivencia de un pueblo. Cuando las necesidades de los ciudadanos no informan los criterios de quienes tienen la responsabilidad de legislar, algo no funciona en un sistema democrático
Regular el aborto no es lo mismo que regular el consumo de alcohol o el juego. Aquí no estamos frente al placer que puede causar peligros individuales o sociales. Estamos frente a un hecho al que sólo se recurre cuando han fracasado otros métodos (hoy finalmente legalizados) y que son los que real mente cumplen un papel positivo al permitir a las mujeres y, en general, a la sociedad decidir libre y conscientemente sobre la reproducción. Y cabe pensar que algo que supone un coste elevado para la mujer, en términos de salud y quizá en valor monetario, que lo ve como última solución, merece la reflexión de quienes cierran los ojos frente a una situación tan grave como real.
Si queremos una sociedad cuyo funcionamiento esté basado en criterios humanos, tenemos que apostar por una maternidad libre. No podemos actuar con los métodos del instinto, del destino ciego que guía los actos. Reproducirse es un acto de afirmación de la vida, de amor y confianza en la humanidad y en nosotros mismos. Pero esto sólo será posible si es un acto deliberado, deseado. En el que está involucrada nuestra voluntad.
De ahí que nos parece imprescindible regular el aborto, de tal manera que sea un hecho inusual, porque se haya tenido acceso a un control de la maternidad. De tal manera, también, que no suponga un riesgo para la vida de quien se somete al mismo. Y, sobre todo, para que deje de ser un obstáculo más en el camino de una maternidad que suponga una relación feliz, alegre y enriquecedora entre la madre y los hijos.
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