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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Todos somos responsables

Es hasta cierto punto inevitable que en momentos de crisis o de acontecimientos que siembran el desconcierto se extremen las posturas personales y se dificulte el diálogo. Pero por lo mismo, es una obligación de todos, y en especial de los que intentamos vivir mirando al Evangelio, el aportar lo que esté en nuestra mano para serenar los ánimos y aclarar los equívocos.Las declaraciones oficiales sobre la actitud de las Fuerzas Armadas, tanto como corporación como individualmente, están ahí y no necesitan ninguna glosa. Pero es evidente que al margen de ellas está la inquietud de muchos profesionales sobre las consecuencias internas que puede tener el intento de golpe de Estado del pasado día 23 de febrero. Dejemos a la administración de justicia que estudie y de termine las responsabilidades de los implicados, pero no podemos caer en el error de considerar que es agua pasada sobre la que nosotros no tenemos ninguna culpa. Por ello me parece obligado hacer un examen a nuestra propia conciencia para que cada uno de nosotros valoremos la responsabilidad que podemos tener tanto en la situación de nuestra patria y nuestras Fuerzas Armadas como en la génesis y en las posibles consecuencias de los acontecimientos del día 23.

Sería del todo incorrecto el proponer una serie de puntos concretos que podrían ser interpretados como una crítica. Además de estar fuera de lugar, no es ese el problema y el verdadero peligro que tenemos hoy. Por encima de los motivos concretos, que cada uno valora de diferente modo, considero que estamos viviendo en un clima peligroso de falta de disciplina y de falta de profesionalidad. Como ambas afirmaciones pueden parecer demasiado tajantes, intentaré explicar el alcance que doy a las mismas.

Falta de disciplina en el sentido «moral» de dicha virtud. Ciertamente, las órdenes concretas y objetivas se aceptan y, en general, y salvo raras excepciones, se cumplen, pero lo que quizá deba examinarse es si estamos viviendo o no esa actitud interior de aceptación de la disciplina que desde los clásicos de la moral militar, Sancho de Londoño, el marqués de Santa Cruz de Marcenado o Almirante, a los modernos, Franco, Vigón o Cabezas Calahorra, se considera como piedra angular del espíritu militar. Cuando las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas insisten, una y otra vez, en ello no hacen más que recoger algo que ha estado en el ánimo y en el recto proceder de todo militar.

La crisis surge cuando se pasa de las palabras a las actitudes concretas, porque se ha aceptado el peligroso principio de que cada uno puede determinar lo que obliga o no por disciplina y así, mientras se admira y podríamos decir que se venera, en el sentido profano de la palabra, el Decálogo del cadete, que el entonces director de la Academia General Militar, general Franco, dictó a sus alumnos, hemos permitido entre todos que el artículo 5º (no murmurar jamás, ni tolerarlo) se vulnere una y otra vez en campos de maniobras, salas de banderas y bares de oficiales y suboficiales y precisamente, con alusiones al jefe supremo de la

Fuerzas Armadas, que no es, precisamente, el espíritu que nos pide el artículo 1º del mismo Decálogo.

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La falta de profesionalidad está íntimamente relacionada con lo anterior, aunque se ha expresado de diferente forma. La vocación militar ha sido tradicionalmente considerada como una de las «vocaciones grandes», o sea, una de las que exigen, para ser vividas con honestidad, una entrega y dedicación que están más allá del simple cumplimiento del horario y del plan de instrucción. Pues bien, así como las facetas más llamativas de la profesionalidad, como son el esfuerzo en los cursos, el afán de hacer maniobras, etcétera, no sólo sigue vigente, sino que se. podría decir que en algunos sitios está en alza, otras facetas no menos ¡mportantes, como el «hablar de la profesión» y no sólo de «la política», el aportar soluciones a los problemas militares desde el área de competencia de cada uno o el velar para que los medios de las Fuerzas Armadas se apliquen para lo que están programados y no para otras cosas, quizá exigen un autoexamen, tanto por lo hecho por nosotros como por lo admitido en los demás.

Unión y confianza

Respecto a las consecuencias hay dos puntos importantes sobre los que deberíamos tomar postura uno es el de la unión y confianza dentro de las Fuerzas Armadas y otro es el de la unión y confianza de la nación con sus Ejércitos.

La confianza entre los miembros de las Fuerzas Armadas ha sufrido un rudo golpe por efecto indirecto de la crisis que ha vivido España y entre todos hemos de recuperarla. No debemos aceptar con los brazos cruzados que exista un clima de recelo, sobre todo cuando el motivo no es estrictamente militar, sino de la opción política personal. Ni el que esté de acuerdo con las inquietudes de quienes intentaron el golpe de Estado ni quienes consideran que estaban totalmente equivocados pueden ahora dejarse llevar por la suspicacia de «¿qué pensará el otro?», porque este ambiente por sí solo, y sin que haya ninguna otra tensión dentro de las unidades, puede hacer un daño irreparable. En los Ejércitos no pueden haber bandos ni partidos, y al margen de las decisiones de cualquier tipo que tome el mando hemos de ser todos los que colaboremos a que esto sea así, luchando para que vuelva a reinar la confianza porque no se deben interferir nuestra opinión política y nuestra postura de disciplina, lealtad y compañerismo.

Por fin, no hemos de olvidar que, a pesar de las declaraciones de las autoridades y de muchos políticos sobre la positiva reacción de las Fuerzas Armadas, se ha sembrado en el corazón de muchos españoles la duda profunda de si pueden o no confiar en sus Ejércitos. Esta duda puede ser disipada o ser alimentada según tomemos o no conciencia del grave problema que supone y de la incongruencia que significa que haya temor donde debe haber respeto y admiración. Por supuesto que para algunos el mejor signo de confianza sería el saber que los «militares» están dispuestos a intervenir en favor de sus opiniones personales; pero al margen de que éstas sean o no las adecuadas para España, no cabe duda que para toda la comunidad nacional no puede haber otra base de confianza que la certeza de que sus Ejércitos actuarán a las órdenes de sus mandos naturales y dentro de la más estricta legalidad, en tanto no se diera el hipotético momento de que, rota la estructura del Estado, lo que se plantease no fuera un «golpe», sino la aceptación responsable de la llamada del pueblo, de sus representantes y de su Rey.

Francisco Laguna Sanquirico es comandante de Infanteria.

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