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Tribuna:La financiación de la vida cultural / 8
Tribuna
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México, un país "sin problemas de dinero" en la gestión del gasto cultural

La creación cultural latinoamericana continúa siendo significativa, sobre todo en el ámbito de la literatura, a pesar de que los recursos económicos con los que cuenta no son importantes en la mayoría de los países. La crisis económica que azota a estos países, y, por otro lado, los regímenes de dictadura militar, no permiten, una aplicación adecuada de recursos. Si dejamos aparte el caso de Cuba y probablemente el de Nicaragua, donde la nacionalización de la cultura es prácticamente total, México es el país más favorecido, en el sentido de que cuenta con unos recursos importantes que han hecho a algunos calificar a la cultura mexicana como «la cultura del derroche ».

El petróleo ha llegado también al mundo de la cultura mexicana. Frente a la costumbre, tan extendida entre los políticos, de culpar de sus fracasos a las estrecheces presupuestarias, el subsecretario de Cultura de México, Roger Díaz de Cossío, reconoce abiertamente que no tiene problemas de dinero, aunque sí de personal capacitado para llevar adelante los programas aprobados.Con un presupuesto total similar al español, el Gobierno de México destina, sin embargo, unos 55.000 millones de pesetas a la cultura. A esto deben sumarse otros 10.000 millones que las universidades incluyen en el capítulo de extensión cultural, y no menos de 2.000 millones que Fonapas, una institución presidida por la primera dama, obtiene de recursos no fiscales (concesión de gasolineras y subastas de objetos incautados al contrabando). Fundaciones privadas, como la Domecq, asumen también mecenazgos que importan miles de millones.

Todo este río de dinero hace exclamar al escritor Carlos Monsivais que esta es «la cultura del derroche». Ni los más críticos niegan el esfuerzo económico que el Gobierno realiza en el campo cultural, aunque discrepen del destino que se da a estas partidas supermillonarias. Fernando Benítez asegura que no hay una verdadera política cultural y Monsivais añade que la mayoría de los programas son fruto de la improvisación, sin un planteamiento global ni continuidad. Una política, en fin, de nuevo rico.

Los responsables políticos argumentan que muchas de estas críticas proceden de quienes gustarían de una mayor atención a la cultura de elite, de alto rango internacíonal. Puede resultar revelador que la gestión más generalmente aceptada sea la de Juan José Bremer director del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), justamente el organismo encargado de los grandes acontecimientos culturales.

Pero el INBA no se limita a traer a México a las grandes orquestas de Europa y América, o a montar exposiciones de relieve internacional, como la antológica de Tàpies que anuncia para el otoño, sino que financia una serie de talleres de artes plásticas, música o teatro, donde los artistas que empiezan pueden formarse y entrar en los circuitos comerciales. Se suma a esto la pro ducción de cinco horas semanales de televisión que llevan sus gran des espectáculos a millones de personas.

El reinado de la fotonovela

Pero en un país que reconoce seis millones de analfabetos adultos y en el que la mayoría de los lectores no ha traspasado el umbral de la fotonovela (cada mes se venden setenta millones de ejemplares, uno por habitante, frente a sólo un millón de libros), parece lógico que el mayor esfuerzo se destine a lo que aquí se llama «educacion informal», esto es, a la difusión de contenidos educativos primarios entre la población adulta.

Extender el hábito de lectura es uno de los objetivos que se ha propuesto el director de publicaciones de la secretaría de Educación Pública, Xavier Barros. Para ello no ha vacilado en emplear el vehículo de más rápida penetración en el mercado: la fotonovela. «Lo que tratamos», dice, «es de sustituir los contenidos culturales nocivos que a menudo se ofrecen en este tipo de publicaciones, por otros que contribuyan a elevar nuestra atmósfera cultural».

De ahí que esos 70.000 millones de pesetas que absorbe la cultura mexicana sean muchas veces inseparables del billón largo que el Estado destina a educación (35% de sus ingresos fiscales).

El gran empresario de la cultura en México es el Estado. Basten dos ejemplos: frente a una industria editorial, con una fuerte penetración de capital español, que produce anualmente entre doce y catorce millones de libros, la secretaría de Educación editó en 1980 más de 150 millones, de los que 36 correspondieron a libros no escolares. El mismo departamento produjo 2.500 horas de televisión educativa y cultural, más que la producción propia de los cuatro canales privados de Televisa, empresa creada por el español Emilio Azcárraga.

Los proyectos editoriales de la secretaría de Educación buscan sobre todo un público neolector, niño o adulto, aunque tengan cabida también las ediciones del más alto nivel a través del Fondo de Cultura Económica, cuyos libros permitieron no hace mucho a miles de españoles el acceso a una literatura vetada por la censura franquista.

En esa línea de vulgarización masiva, la secretaría de Educación edita El Periódico del Consumidor, con 900.000 ejemplares quincenales; los Cuadernos Mexicanos, con 120.000 por semana; la enciclopedia infantil Colibrí, de la que Salvat imprime 30.000 ejemplares semanales, en su mejor tradición de prosa fascicular; los Clásicos de la literatura, con 10.000 ejemplares en tres versiones adaptadas a la capacidad de lectura de distintas edades, y, finalmente, México, historia de un pueblo, que a través de 60.000 ejemplares semanales trata de explicar los grandes acontecimientos de este país con ayuda de historietas y fotografías.

Respeto a la disidencia

Esta introducción a la historia mexicana ha recibido infinidad de críticas, no tanto por el empleo de la técnica del comic o la fotonovela, sino por la frecuente trivialización de los hechos o la falta de rigor histórico. En un planteamiento liberal de su función docente, la dirección de publicaciones ha decidido lanzar una nueva edición de la historia mexicana, realizada ahora por otro equipo.

La aceptación de la disidencia, que el ministro del ramo, Fernando Solana, subraya siempre como el primer principio de la política cultural mexicana, es algo que ni los opositores ponen en duda y que llama la atención en un régimen que en ocasiones ha sido fuertemente represivo frente a la acción política no encuadrada en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que desde hace sesenta años monopoliza el Gobierno de este país.

«El respeto a la disidenciá», explica Carlos Monsivais, «es lo que ha posibilitado la estabilidad mexicana elesde la revolución. Aquí se puede decir lo que se quiera, siempre que no se pase a la acción». Fernando Benítez abunda en el tema: «Casi todos los escritores, y artistas, al margen de su ideología, reciben una subvención indirecta su trabajo creativo a través de cátedras universitarias». Por eso él, que asegura tajantemente que la revolución mexicana está muerta desde hace cuarenta años, desde el término del mandato presidencial de Lázaro Cárdenas, concluye que «las universidades son entidades revolucionarias en potencia».

Al margen de esta entrada en lo claustros universitarios, que sirve para restar academicismo a la enseñanza, las universidades destinan en torno a un 5% de sus presupuestos a la difusión cultural fuera del campus. En el caso de un monstruo como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con 350.000 alumnos y un presupuesto de 70.000 millones de pesetas, esto quiere decir más de 3.500 millones.

La UNAM tiene así su propia orquesta filarmónica, otras ocho agrupaciones sinfónicas o de cámara, cinco grupos teatrales, tre coros, cinco talleres experimentales de arte, dos museos, varias galerías de exposiciones, cinco auditorios, tres cine-clubes, una filmoteca que el año pasado prestó más de 3.000 películas, cinco teatros de su propiedad, cuatro grupos de ballet y una emisora de radio con 44 años de antigüedad. Por la sala NezahualcoyotI, en la que se han ofrecido más de 850 conciertos en tres años, han desfilado las orquestas de Londres, Moscú, Budapest, Brooklyn y la Nacional de México.

La producción de veintiséis películas propias en 1980 y la edición de seis revistas, amén de cientos de publicaciones de creación e investigación, completan este panorama de difusión cultural de la UNAM, que puede parecer una utopía a cualquier rector español. Téngase en cuenta, finalmente, para fines comparativos, que la primera universidad mexicana es propietaria de más de 100.000 metros cuadrados de locales destinados a la cultura fuera del ámbito universitario y con una decidida voluntad de llegar al público, no estudiantil.

Cabe citar, finalmente, una iniciativa de subvención directa a los creadores que lleva a cabo la Subsecretaría de Cultura. Ante la pobreza de la producción teatral y musical, hace dos años decidió financiar a músicos y escritores de teatro, a los que paga unas 300.000 pesetas por adelantado, a cambio de una obra que deben producir en el plazo de un año. Esta cantidad, es en concepto de anticipo de los derechos de autor por la edición y representación de la obra, que el Estado igualmente garantiza. Un mecenazgo con cierto aire renacentista, que hasta ahora no ha dado ningún fruto genial, pero que, a la larga, puede contribuir a mejorar la calidad media del arte mexicano.

A pesar de estas cifras tan a menudo millonarias, México no ha acertado a resolver de forma satisfactoria el tema de las culturas indígenas, que están en innegable retroceso. De las 120 lenguas existentes a la llegada de los españoles quedan 52, la mayoría en vías de extinción.

El principal estudioso del tema, Fernando Benítez, que ha publicado ya cinco tomos de una enciclopedia, de los indios, opina que el Estado mexicano ha heredado la voluntad uniformadora de los españoles, con lo que está eliminando cuanto de más original tiene este país. «El día que hayan desaparecido las culturas indígenas», dice, «México será otro Tejas, en el que no habrá sitio para las historias maravillosas de Rulfo o de Fuentes, que tienen esa belleza creativa que ya no se da en Europa».

El Ministerio de Educación realiza algunos esfuerzos por llegar en sus idiomas originales a los seis millones de indígenas que se cuentan en el país. Ha formado 22.000 maestros bilingües y edita textos en los ocho idiomas mayores: nahuatl, maya, totonaco, huaxteco, otomi, mixteco, zapoteco y tabasco. «Pero eso no es suficiente», insiste Benítez. «Durante algunos años nos alimentaremos aún de ese mundo mágico del indio que por mestizaje llevamos los mexicanos, pero una tendencia, me, temo que irreversible, nos lleva a igualarnos con Occidente, aunque esto suponga un innegable empobrecimiento».

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