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Sesenta mil ancianos asisten en España a universidades de tercera edad

El proceso de democratización en España pasa por la integración y participación de todos los sectores sociales en la cultura, y muy especialmente del sector, hoy tan olvidado de la tercera edad. Esta es una idea aportada por la directora general, de Juventud y Promoción Sociocultural, Carmela García Moreno, en la sesión de clausura del VIII Congreso Internacional de Universidades de Tercera Edad en Madrid.

A lo largo de cuatro sesiones de trabajo, durante los días 25, 26 y 27 de mayo, congresistas de España, Europa y América, y profesionales de la cultura y la educación han estudiado el problema de la tercera edad desde varios prismas: el trauma de la jubilación, el abandono familiar, la precariedad económica, la carencia de un papel en la comunidad. Asimismo se han buscado soluciones, considerándose como una de las más válidas la incorporación de los mayores a los programas pedagógicos de las universidades de la tercera edad.Como toda innovación social, las universidades para mayores de 65 años agrupan todavía a una porción minoritaria de la población jubilada total de los países en que se lleva a cabo. Concretamente, en España, son 60.000 los alumnos permanentes o temporales que participan en estos programas, frente a los más de tres millones de españoles que ya han cruzado la barrera de la tercera edad. Hay que tener en cuenta, por supuesto, las condiciones socioeconómicas y culturales que les ha tocado vivir a los ancianos de hoy; ambiente rural, aislamiento respecto a los centros culturales, migraciones campo-ciudad, guerra civil, depresión económica, tardía revolución industrial. Las encuestas a nivel nacional indican un grado mínimo de escolarización y un porcentaje elevado de analfabetismo. Las cifras se agudizan conforme crece la edad de los encuestados; por ejemplo, entre los 65 y los 75 años hay un 1% de títulos universitarios, pero de los ochenta en adelante es prácticamente imposible encontrar alguno.

Las universidades de la tercera edad surgieron en Francia en el año 1973. Varios países se incorporaron paulatinamente a sus programas. España lo hizo en 1978. Aunque la experiencia es aún muy reciente, médicos y profesores comprometidos con los programas han realizado ya una serie de investigaciones, de las cuales se han extraído interesantes conclusiones.

En primer lugar, en el terreno clínico. Las personas que asisten a las aulas van a la consulta del médico un 40% menos que los que no asisten. La explicación está en la estrecha relación entre salud mental y salud corporal: la inactividad, el complejo de inutilidad influyen negativamente sobre el jubilado, le crean un malestar psíquico que él considera físico, y que pretende curar a base de medicamentos.

Como ejemplo revelador conviene mencionar los datos de una encuesta dirigida por un centro de salud mental de Navarra. El 30,5% de los mayores de 65 años consultados sufrían un índice de depresión alto o medio, el 31,2%, un índice bajo, y sólo el 38,3% se libraba de este mal.

Tener que cumplir una tarea (aprender una lección, pintar un cuadro, modelar una figura de barro) fomenta la ilusión y, por ende, el deseo de vivir, en el más amplio sentido del término. Al mismo tiempo se aumenta la calidad de vida, puesto que, a través de los estudios, el jubilado entra en contacto directo con el mundo moderno, le comprende y le aprovecha. Y comprende mejor a las gentes jóvenes que se mueven en él. Esta es otra de las conclusiones dé los especialistas: los alumnos de las aulas de tercera edad tienen mayor facilidad para relacionarse con personas de su edad o de otras generaciones.

Para muchos alumnos mayores, las aulas suponen un descubrimiento de su propia capacidad creativa: a sus 65 años o más se dan cuenta de que les encanta escribir poemas, tejer cestas de mimbre o componer canciones y que además se les da muy bien.

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