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Tres batallas

En tanto se presentaba en el Palacio de Deportes el Ballet Nacional Español, se desarrollaban tres batallas. Una de ellas era la ya conocida -y siempre justa- del Sindicato Profesional de Músicos Españoles: hojas de mano, gritos en la sala recalcaban que «una cinta magnetofónica suprime a la orquesta y convierte el ballet en un espectáculo robot con música mecánica», con lo que se agrava «el paro tecnológico de los músicos». La segunda batalla -discusiones- se planteaba en torno al propio local: el Palacio de Deportes. ¿Es idóneo para este tipo de espectáculos? ¿Se pierde la belleza del ballet -y de la escenografía- en un escenario abierto, en un tablado mal cubierto por las luces? A pesar de la calidad de los elementos sonoros, ¿se distorsiona la música, retumba. adquiere ecos en ese inmenso local?Una tercera batalla, muy a la española: ¿Gades o Antonio? Se sabe el principio de la polémica: Gades fue nombrado por un director general de Música de un Ministerio de Cultura para crear y dirigir el Ballet Nacional; otro director y otro ministro, que les sustítuyeron, le quitaron -por razones políticas, sobre todo- para nombrar a Antonio. En días pasados, sobre este mismo escenario, se vio a la cooperativa de Gades, y esto permite la comparación. Y las preguntas, las discusiones. ¿Hubiera respondido mejor Gades al encargo? ¿No se ha quedado Antonio demasiado atrás? ¿Se ha cometido una ínjusticia? ¿No podía haberla reparado un tercer director general, un tercer ministro?

Las autoridades del Ministerio tenían, in situ, respuestas para todo. El presupuesto no da para una orquesta, y se trabaja con lo que se tiene; una orquesta tampoco tendría sonoridad para este local y para otras exhibiciones del ballet -al aire libre, en grandes espacios-; en cuanto al local, es el único que permite, por su aforo, unos precios populares; residenciado el ballet a un teatro como la Zarzuela, tendría que trabajar a otros precios y, por tanto, para una élite. En cuanto a la polémica Gades-Antonio, el ballet estaba ahí cuando ellos llegaron, volver atrás hubiera sido un despilfarro de tiempo y dinero, y además Antonio ofrece todas las garantías de un bailarín de fama mundial, de un director de espectáculos y compañías. No todas las respuestas convencían a todos. Y, al final, los gritos juveniles de «¡Músicos, músicos!» se mezclaban con los de «¡Gades, Gades!».

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