Son preferibles los "Picapiedra"
Dan a elegir entre ver por la tele a los Picapiedra o a los señoritos que ayer bailaban el zapateo en Las Ventas y nos quedamos con los Picapiedra. Es una opinión, ya sé, pero ahí estamos. Se supone que a los niños les pasará lo mismo. Hay que cuidar a los niños, hombres del futuro. Los niños agradecieron que les quitaran de la pantalla la monserga esa de la corrida, que, salvo milagro, siempre es en las transmísiones en directo la más desaforada expresión de la desvergüenza, el cerrilismo y la molicie, en versión carpetovetónica.El sábado último echado a vazqueces fue por causa de los toros, que se morían con mirarlos. Ayer fue por los toreros, aquejados a intervalos del mal de San Vito y del crepúsculo mental. Aunque también habría podido ser por los toros, si llegan a salir todos los que la empresa había comprado para el fasto televisivo, que, al parecer, cabían en un capacho.
Plaza de Las Ventas
Decimocuarta de feria. Tres toros de Martínez Elizondo, bien presentados, mansurrones. Primero y sexto de Baltasar Ibán, bien presentados; .aquél, muy noble; éste, manejable Quinto, sobrero de El Sierro, grande, con poder, manso. Palomo Linares: seis pinchazos, estocada corta baja y rueda de peones (bronca). Media tendida trasera y baja, pinchazo y dos descabellos (bronca mezclada con algunos aplausos y sale a saludar). Angel Teruel: pinchazo, bajonazo descarado, rueda de peones y descabello (protestas).. Estocada corta baja (bronca). Manzanares: pinchazo, otro hondo, rueda de peones y descabello (bronca). Tres pinchazos, media y rueda de peones (bronca). Los tres diestros fueron recibidos con grandes protestas y despedidos con bronca cerrada y lluvia de almohadillas.
Como les cambiaron los toros, los tres toreros se negaron, por consenso, a que les vieran 34 millones de españoles en televisión.
No pueden ni imaginarse la alegría que el veto les debió producir a los niños, porque les evitaba soportar la desaforada expresión de la desvergüenza, el cerrilismo y la molicie, en versión carpetovetónica, y en cambio, les brindaba la ocasión de ver a los Picapiedra. O a lo mejor eran los payasos. ¿Payasos? Hombre, pues no sé, entonces.
Se comprende que esos toreritos figuras no quisieran televisión. Los trapos sucios, mejor esconderlos. El trapo sucio que tienen los tres figuras es que no pueden con los toros. Sale el torete que los exclusivistas, el compadreo y la corrupción les han permitido mánipular durante años, y son cosa fina. No demasiado fina, tampoco se trata de exagerar, pero vale, dan un nivel. Sale el toro que exige Madrid, y les entra el mal de San Vito o el crepúsculo mental. Y a correr.
O ni hace falta tanto. A todos los que estábamos ayer en Las Ventas -plaza llena, una ilusión, un puro, un clavel- nos hubiera gustado que pusieran a los tres no con los toros que te diré, sino con los novillitos del miércoles, aquellos pequeñines del genio y la casta. Y nada más que eso. Veríamos entonces dónde quedaban las figuras cosa fina.
Porque, en fin de cuentas, los toros sustitutos de ayer -ioh, no, por Dios, con esto no podemos salir en televisión!- tampoco eran, por trapío, pavos; por temperamento, fieras; ni por condición, peligrosos. Tenían un pasar en todo y basta. Un torero, cualquier torero, sin necesidad de que le aureole fama de figura, les hubiera toreado a sabor, uno por uno. La mayor parte de los espadas de la zona media del escalafón están suficientemente preparados para encerrarse con la corrida entera y pasaportarla dignamente en hora y media.
Y además, con posibilidades de triunfar. Los toros de Palomo eran de oreja, y el primero, un bonito castaño cinqueño, de triunfo clamoroso. Al famoso espada del Palomar y rabo, que sale vestido de primera comunión, cada vez que le pasaba por delante mal embarcado en la franela, le decía en un susurro: «Aprovéchate, Sebastián: córtame el rabo, que soy tan bueno como el Atanasio de aquel día, al que arrebataste el rabo, y por ese motivo, al día siguiente la andanada del ocho apareció con crespones negros, y los andanadistas, de luto. ¿Te acuerdas? Volvamos a chinchar a la andanada». Y se acordaba Palomo, y ya no estaba en lo que estaba, y después de unos redondos de rodillas, incorporado, el trapo se le quedaba entre las astas del torito, y se retorcía, y lo que pudo ser oreja y rabo se quedó en bronca. Lo mismo en el otro toro, donde hizo de alborotador e inexperto novillero, el que ya debería ser matador maduro.
Más incómodo resultó lo de Teruel, pero no para quitarse de en medio, sin disimulo, como hizo.
Discretamente buenecito lo de Manzanares (y muy pequeñín su primero), el fino torero alicantino, perdidos control y torería (si alguna vez la tuvo), tampoco se atrevía a hacer gala de finura. Y a todo esto, los Picapiedra en pantalla. Nos lo perdimos, maldición. Y el público, en un si es-no es justiciero-vengativo, venga de tirera almohadillas, venga de torar almohadillas, venga de tirar almohadillas.
Babelia
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