Titania
Lindsay Kemp titila, cintila, Puck es el bosque/duende movido por todos los céfiros de la noche (teatro María Guerrero) y Titania (El increíble Orlando) se enamora de la bestia, se emponzoña con la bestia de morro «cínicamente velloso», como dice un verso de Jorge Guillén.Benavente hizo una comedia -Titania- con este mito de Shakespeare (uno de los innumerables que hacen pululante su mundo, su «teatró total», por decirlo a la manera de hoy). Mito y fábula antigua del bestialismo. La alta dama caìda gustosamente en el albañal, con el corazón entregado al muladar. La fascinación de la violencia, de la fuerza bruta, la atracción vertiginosa de entregarse a lo infame, eso que llamaríamos encanallamiento. Y me pregunto si España, cierta España, una cierta anatomía marginal e inmanencial de España no está, como la Titania shakesperiana, enamorada de la fuerza bruta, añorante del acometimiento macho de lo oscuro reclamante del golpe en su entraña, más secretamente hembra (resuelta exteriormente, por lo mismo, mediante proclamas de virilidad) ¿España/Titania? No diría yo tanto. Pero sí hay una España húmeda, pequeñoburguesa, que no sabe darle a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido, como quería Novalis, y que es hembra en celo cuando no ama de casa en huelga de las cacerolas (como las que le preanunciaron la muerte a Allende con sus cacerolas/tam-tam). Una veta inconfesable de cierta España poco española (aunque se crea mucho), que anora el macho histórico, el gallo mussoliniano de Malaparte: «Canta el gallo / y Mussolini monta a caballo ».
Toreros perfileros del hemiciclo o plaza partida y goyesca, algunos con el nombre rancio como Pacordóñez. Pero el mujerío nacional de la derecha/derecha y la Titania colectiva de las impaciencias inconfesables siguen añorando al toro, a la bestia de cuerno priápico y vellones innobles que acometerá en la noche de los tiempos. La transición ha sido el sueño de una noche de verano y Shakespeare, como era genial/ universal, seguramente escribió esta comedia pensando en la democracia española de tres siglos más tarde. Están en ella todos los elementos, empezando o terminando por ese Puck que, geniecillo del bosque animado y celta, tiene algo de Pío Cabanillas. Las multitudes son hembra, las mayorías silenciosas son hembra, y en el seno de una cierta mayoría minoritaria y francosociologizada, el enamoramiento de la fuerza, la espera de la violencia, la necesidad orgásmica del golpe es casi biológica. En esa España,si así podemos llamarla, militan curiosamente -Freud lo tendría muy claro- los profesionales del virilismo rampante. ¿Cómo puede, el hombre que se ha matriculado de tal, soportar la sodomización política de cuarenta años y añorar otros cuarenta? Me lo dijo André Breton en un passage de París, mientras esperábamos a Nadja, que se había ido de compras con Gala de Dalí de Eluard:
-Mon petit, no olvidemos Persia. Grecia es un error. Cuidado con el error griego.
No el error griego, sino el vicio griego, platónico en el macho, mitológico en la hembra, se extiende por España/Titania. Dejamos perder al «adolescente disputado» -¿Felipe González, la democracia andrógina y efébica como el David de Donatello o el Adonais de Shelley?-, para entregarnos confusamente a la bestia golpista, a la autoridad bruta, a la fuerza incompetente.
Mientras el diputadob señor Carro, de infelice recordación, obviaba en el video la zoológica acometida de Bottom -monstruo shakesperiano- en la plaza de Cataluña, Titania, metáfora de no sé qué España, se entregaba al golpismo asnal/sexual en el María Guerrero. Tejero, al lado de éstos, es ya un clásico del golpe de Estado. (Quizá, lo que se buscaba).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.