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La ventana del Trianón

Me parece que el ingreso de España en la organización defensiva del Atlántico Norte está ganando adeptos cada día, y hasta la oposición se ha decidido por la boca chica para hacer pública su postura adversa a ese nuevo giro en la política exterior de nuestro país. Los predicadores de la -por llamarla así- neutralidad también parecen íntimamente persuadidos de la conveniencia de ese ingreso, al que se ven obligados a oponerse más para mantener una cierta coherencia con sus reconocidas ideologías y sus manifestaciones al respecto de años atrás, que por la fuerza de las razones que aducen, debilitada por un sinnúmero de acontecimientos recientes. Pero lo curioso es que a unos y a otros importa poco la OTAN que, para decirlo de una manera breve, es algo así como la otra cara de la moneda europea.Porque de la OTAN, ¿qué se puede esperar? A cambio de un coste muy elevado que irá a cargarse sobre las ya encorvadas espaldas del contribuyente español, a nadie en su sano juicio se le ocurre pensar que la OTAN va a devolver algún beneficio directo. Sus más ardientes defensores -y la afirmación la he oído de las más altas esferas- le atribuyen un papel pasivo, y nadie verá en el compromiso atlántico el menor atisbo de un envolvimiento bélico. Ni siquiera el pequeño desajuste en el actual equilibrio de fuerzas europeo provocado por nuestro ingreso se saldará con otra compensación, en otra área tal vez. No, no ocurrirá un nuevo Afganistán por culpa de ese ingreso.

Sin embargo, el contrato se hace para beneficio de ambas partes, de eso no hay duda. La OTAN, como organismo internacional, sólo puede tener un beneficio internacional; en cambio, España sólo obtendrá un beneficio nacional, el que ella misma se procurara en cuanto miembro de aquélla. Por consiguiente, y eso está en el ánimo de todos, bajo la apariencia de un acto de política internacional que apenas va a tener trascendencia en ese ámbito, es preciso considerar el ingreso en la OTAN como un acto de política nacional, de incalculable repercusión en la vida interna del país.

Lo que se pretende, en pocas palabras, es tener ocupados a nuestros militares en cosas propias de su condición y a fin de que no se metan (¿cabrá decir de una vez para siempre?) en política. Y además de tenerlos ocupados fuera, en constante competencia con sus colegas de allende los Pirineos, con los suficientes quebraderos de cabeza como para olvidarse de una nueva ocupación de Valencia, pongo por caso.

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Se trata de un ejemplo meridiano de política de distracción, de los que tan salpicada está la historia europea, y a la que se recurre en momentos de agobio con la vista puesta en un juego inocuo que conjure un peligro inmediato, o tan sólo levante el peso de una amenaza. Y cuyas consecuencias tantas veces resultan imprevisibles. El César, tan a menudo encumbrado al poder a hombros de sus legionarios, en seguida se cuidará de desterrar a los capitanes que pueden hacerle sombra, pero con frecuencia será en los bosques de Germania, en las arenas de Libia o en las orillas del Tigris donde el que ha de sucederle apresta sus armas, cosecha sus triunfos y recaba la fidelidad de sus oficiales. Y aun cuando hay de parecer un tanto sibilina y lejana la posibilidad de un oficia español acantonado en Tromso para hacer una carrera pretoriana (como la de ese aterrador señor Haig, antiguo comandante supremo de la OTAN), no por eso se podrá afirmar que la política de distracción está exenta de todo riesgo.

Uno de los ejemplos más; aleccionadores lo suministra Saint-Simon, que aprovecha la famosa historia de la ventana del Trianon para responsabilizar a Louvois, el todopoderoso y jesuítico Louvois, a quien tanto detestaba, de la desastrosa campaña de 1688. Creo que vale la pena, por numerosas razones, reproducir íntegra una página tan brillante: «(El rey) tenía en el ojo un compás para la armonía, las proporciones, la simetría, pero no le respondía el gusto, como se verá en otra parte. El palacio (Trianon) apenas había salido de cimientos, cuando el rey advirtió un defecto en una alineación recién iniciada en la primera planta. Louvois, que era brutal de naturaleza Y tan mal acostumbrado que difícilmente podía soportar una reprimenda de su señor, disputó airado y firme y mantuvo que la línea era correcta. El rey le volvió la espalda y se fue a pasear por otra parte del edificio. Al día siguiente se encuentra con Le Nôtre, buen arquitecto, y le pregunta si ha estado en Trianon. Le responde que no. El rey le explica lo que le había chocado y le pide que vaya allí. Al día siguiente, la misma cuestión, la misma respuesta; al otro, lo mismo. El rey comprende que no osaba exponerse ante el error o a quejarse de Louvois. Se enfadó y le ordenó personarse al día siguiente en Trianon, donde acudiría él para encontrarse también con Louvois. No hubo manera de recular. Aquel día el rey se encontró con ellos en Trianon. El primer asunto fue la ventana. Louvois discutió, Le Nôtre no abrió la boca. Hasta que el rey le ordenó comprobar la alineación, medir y confesar lo que había fallado. Al tiempo que trabajaba, Louvois, furioso de esta comprobación, gruñía por lo alto y sostenía con acrimonia que la ventana era en todo igual a las demás. El rey se callaba y esperaba. Cuando todo hubo sido examinado preguntó a Le Nôtre qué había; y Le Nôtre a balbucear. El rey se encolerizó y le exigió hablar claro. Entonces, Le Nôtre confesó que el rey tenía razón, y dijo cuál era el defecto que había encontrado. No hubo terminado, cuando el rey, volviéndose hacia Louvois, le dijo que ya estaba bien de sus terquedades y que sin la suya propia el edificio se habría construido con tal error que sería menester derribarlo para terminarlo bien. En una palabra, que le dio caliente. Ultrajado Louvois de esta salida. y de que sus cortesanos, criados y obreros hubieran sido testigos de la afrenta, volvió furioso a casa, donde encontró a Saint Pouange, Villacerf, el caballero de Nogent, los dos Tilladet y algunos otros íntimos, muy alarmados de verle en tal estado. "Está bien claro", les dijo, "que de la manera que me ha tratado por una simple ventana estoy perdido con el rey. Sólo puedo recurrir a una guerra

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que le distriga de sus palacios y que de nuevo me haga imprescindible, y, por tanto... la tendrá". En efecto, pocos meses después cumplió su palabra, y a pesar de los esfuerzos del rey y de las demás potencias, la guerra se hizo general. Arruinó a Francia por dentro, no se extendió al exterior, a pesar de nuestros éxitos con las armas, y produjo un buen número de acontecimientos vergonzosos».

¿Cuántas veces no se habrá representado este drama sobre la escena española? El pueblo- entero en el papel de Luis XIV, la clase política bajo la librea, de Le Nôtre, y un dirigente, no demasiado escrupuloso, disfrazado de Louvois, componen un trinomio del que acostumbran a salir campañas desastrosas y acontecimientos vergonzosos, y aun cuando no sea así (que lo será, y si no a la larga lo veremos), de lo que no cabe la menor duda es de que cuando se quiere enviar a los militares fuera es que se está construyendo el palacio con una ventana fuera de línea, y que esa casi unánime decisión de ingresar en la OTAN es la mejor prueba, después de la suministrada por el 23 de febrero, de que la tan cacareada unión entre el pueblo y las Fuerzas Armadas, imprescindible para la estabilidad del sistema, es, hoy por hoy, sólo algo más que un sueño en pos de una realidad que, si existiera, no habría que afirmarla con esa insistencia que es el mejor indicio de la falacia. Entre las Fuerzas Armadas habrá de todo, supongo yo, gente fiel a la democracia y dispuesta a salir en su defensa, y gente dispuesta a acudir a la provocación para derrocarla, exactamente igual que en 1936. Los especialistas de nuestra historia contemporánea coinciden en señalara que el error de Azaña al ofrecer al militar un. retiro anticipado, con vistas a drenar los cuarteles de un exceso de oficialidad. Y, en efecto, a tal medida se apuntaron los más desinteresados, los más liberales, los más fieles al sistema, dejando en los cuarteles una mayor y más selecta concentración de ánimos revoltosos. A mí nada me extrañaría menos que tras el irremediable ingreso en la OTAN marcharan hacia los Dardanelos nuestros oficiales más técnicos, más liberales, más adictos a la democracia, para quedar muchas guarniciones españolas en manos de golpistas.

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