La legionella
Espero que su neumonía no sea nada, curioso lector. Como decía Ramón, mientras cambiaba de pipa en la panoplia de las pipas:-Algunos mortales, además, tienen cáncer.
Algunos españoles aterrorizados, conminados, sentados, coño, asustados, desgobernados, además tienen la legionella. Ya el nombre me parece científicamente abusivo, porque nuestros heroicos legionarios, último girón de unos Tercios de Flandes que ya ni siquiera recuerdan por dónde se va a Flandes, pero que cada día ponen una pi a donde pueden, y hacen bien, nuestros heroicos legionarios, digo, no tienen por qué dar nombre a una enfermedad tan pequeño-burguesa como la neumonía. El único catarro que un legionario acepta con dignidad es la muerte. Y habíamos quedado en no hostigar a los poderes fácticos. Como «enfermedad del legionario», la neumonía ésta parece que va a ser un mal venusto y sagrado, lo cual ya me resultaría más macho y valleinclanesco, como la ceguera de Max Estrella. Pero el señor Harguindey nos tranquiliza en cuanto que no padecemos la enfermedad del legionario, sino que podemos seguir muriéndonos como civiles. La enfermedad del legionario o legionella política la observo yo, en cambio, en algunos fácticos, patriotas, golpistas y franquistas sueltos. Lo explica muy bien Tuñón de Lara (aunque algunas cartas me reprochan que sólo cito rojos, con lo que yo cito a Vizcaíno): «Devuelto de sus campanas de Africa, el Ejército español se encuentra sirí misión». Esto, más o menos, viene a decir el historiador. Pero el Ejército es misión en sí mismo, y la legionella psicológica que lleva a Tejero, a salvar la patria es un virus que yo no sé si los van a curar en el Piramidón, ahora que el Piramidón desenreda sus cuentas.
Suponemos que nuestra sanidad, caótica, pero heroica, va a dejar la epidemia de neumonía reducida a un moqueo, y nos preocupa más la neumonía política o legionella de ese legionario interior que tantos españoles llevan dentro, y que les hace vernos a todos como unos mahometanos madrileños adunados en el dromedario del microbús, que donde mejor estaríamos es en la mezquita de Carabanchel. La legionella histórica, pseudopatriótica, salvaespañas, no es cosa de ahora, virus de este mayo, sino que ataca periódicamente a unos cuantos españoles armados, desarmados o talares. Les da fiebre retórica, temperatura lírica, sarpullido histórico, acné juvenil (de cuando hicieron la mili) y violencia clínica. Ambos brotes, el epidémico y el endémico, han coincidido ahora en este perro enfermo de la democracia, paraíso de las pulgas con bomba. Hay que empezar o terminar por decir que la legionella tiene poco que ver con los legionarios y que «el mal de Africa» deben resolverlo nuestro Ejército y nuestra sociedad como Inglaterra resolvió el mal de la India cuando oficiales y mayores volvieron, posimperiales, al té de las cinco en Bloomsbury, para que Virginia Woolf les sacase en sus novelas. O sea, civilizadamente. Más que esta pasajera legionella vírica o golpista, lo que gravita hoy sobre la democracia es «el mal de Africa». Pero las mejores cabezas militares saben que Africa, para nosotros, en 1981, es Europa, y que donde todos quedaremos más enteros, con o sin sable, es en Europa. Un gran militar, De Gaulle, acabó con la legionella francesa -OAS y predijo el desmadre final de Giscard -asombrosa clarividencia por no tener con él al pueblo. De Gaulle fue De Gaulle, todo un sol dado, mientras tuvo con él al pueblo.
El mal de Africa, muy comprensible si se psicoanaliza la conciencia colectiva de un ejército cual quiera, es algo de que los politólogos nunca hablan, pero que supone la más grave gravitación sobre la vida española. Unos analistas lo hostigan y otros lo ignoran. Nadie lo remedia. Y quizá por eso ahora se hace patente como virus casi costumbrista.. A ver el parte médico del señor Harguindey.
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