Un Mussorgsky sin intermediarios
Mussorgsky compuso su obra maestra, Boris Godunov, en 1869-1870. Al ser rechazada por el Comité de los Teatros Imperiales, la rehízo en 1872, variando algunos detalles y añadiendo el acto polaco y la escena revolucionaria con la que quiso terminara la ópera. Ya muerto el compositor -hace justamente un siglo-, su colega y amigo Rimsky-Korsakov, pretendiendo rescatar Boris del injusto olvido en que estaba, se tomó el trabajo de revisar la orquestación y la libertad de modificar armonías y abreviar determinadas escenas. No satisfecho de los resultados, doce años después -en 1908- Rimsky volvió sobre la partitura de Mussorgsky realizando una segunda versión con la que al menos logró que Boris Godunov fuera acogida en importantes teatros líricos del mundo, coincidiendo con la moda rusa que impusieron en Occidente los ballets de Diaghilev.Todavía se hicieron posteriormente revisiones de Boris, fundamentalmente una nueva orquestación en la que Dimitri Shostakovitch trabajó en los años cuarenta. Tal multiplicidad de versiones es obvio que origina verdaderos problemas de elección a la hora de ofrecer hoy día un montaje de la más genial ópera rusa, que a la vez es uno de los títulos más apasionantes de todo el teatro musical. Hace aproximadamente un lustro se ha publicado en Oxford, bajo el control de Lloyd-Jones, la edición crítica de toda la música compuesta por Mussorgsky para Boris Godunov, enriqueciendo y completando el trabajo que Pavel Lamm realizó en 1928 respondiendo al encargo del Gobierno soviético acerca de sacar a la luz la versión original mussorgskiana. Pero ¿hay una versión auténtica? ¿Existe una opción que musicalmente y musicológicamente descalifique a las otras? Desde el momento en que existen dos redacciones distintas del propio Mussorgsky, la respuesta a estas cuestiones tiene que ser negativa, y ello sin contar con las lógicas predilecciones de los intérpretes que, por lo común, se han decantado hacia la brillantez y eficacia de la segunda revisión rimskiana y -ójala me equivocara- seguirán haciéndolo durante muchos años, al menos a la hora de representar escénicamente la ópera (otra cosa son las grabaciones).
Mussorgsky,: Boris Godunov
B. Shtokolov (bajo), E. Boitsov (tenor), N. Ojotnikov (bajo), A. Rozumenko (tenor), I. Bogachio va (mezzo-soprano), E. Fedotov (barítono), V. Morozov (bajo), M. Egorov (tenor). Orquestay Coro del Teatro Kirov de Leningrado. Director de escena: B. K. Kaliada. Director musical: V. V. Kalientev. Teatro de la Zarzuela Madrid, 6 de mayo de 1981.
El drama más teatral
El caso es que en Madrid -y, a través de Radio Nacional, en toda España- se ha podido escuchar por vez primera una versión original de Mussorgsky. Una versión de Boris Godunov en la que el Teatro Kirov ha reducido a nueve los diez cuadros compuestos en total por el autor (al fundir en uno los dos cuadros del acto polaco, previamente abreviados a costa, sobre todo, del papel de Marina), ha suprimido el episodio del loro en la escena de las alucinaciones (una anécdota alrededor del hijo del zar que, ciertamente, rompe la continuidad dramática del acto), ha recortado el final de la escena ante la catedral de San Basilio, ha distribuido en cuatro actos los distintos cuadros de modo distinto al previsto por Mussorgsky y, como es habitual en las representaciones de todo el mundo, ha alterado el orden de las escenas de la muerte de Boris y revolucionaria, para concluir el drarna con el más teatral efecto que ofrece la muerte del protagonista.Sesión, pues, que añadía al interés que siempre posee la puesta en escena de tan magistral pieza operística, el grandísimo de poder comprobar el funcionamiento de aquella música escrita por Mussorgsky que se tachó de irrepresentable hace 110 años. Dado el prestigio de esta compañía de Leningrado, heredera de la misma para la cual compuso Mussorgsky sus óperas, la expectación era enorme. En base al extraordinario interés que, justamente, había despertado la convocatoria, este comentarista se ve obligado a hablar de decepción. Cierto es que uno de los protagonistas esenciales del drama ruso -el pueblo- estuvo encarnado por un coro excelente; que también la orquesta es buena, con calidades superiores en la sección de cuerda; que todos los papeles solistas estuvieron servidos con corrección y solvencia...
Pero ese más allá que reclaman los títulos elegidos de la historia del teatro lírico creo que no se alcanzó. Boris Shtokolov no cabe duda de que es un buen bajo cantante, pero su encarnación del zar Boris dista mucho de poseer el atractivo vocal y la convicción dramática de los grandes Boris (¿cuántos espectadores recordaríamos-anoche la magistral versión de Christoff en este escenario, hace quince anos, en una puesta en escena, por lo demás, inferior a ésta?), y a la representación toda le faltó magia, porque ella suele emanar precisamente de las tres escenas fundamentales que se centran en la figura del zar.
Relacionar a todos los intérpretes del larguísimo reparto para insistir en la general corrección de su labor alargaría innecesariamente esta crónica que debe terminar con la cita del maestro V. V. Kalientiev, director de muy buen oficio, pero cuyo gesto, muy parco, no pudo evitar algún desajuste en las escenas de masas. Dejemos, pues, espacio al comentario del aspecto escénico de esta interesante representación.
Babelia
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