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Satisfacción en Holanda por la promesa de negociación Washington-Moscú

Soledad Gallego-Díaz

Fuentes oficiosas próximas al Gobierno holandés calificaban ayer de satisfactorio el anuncio efectuado en Roma por el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, en el sentido de que antes de fin de año se reanudarán las negociaciones con la Unión Soviética para el control y reducción de armas nucleares de teatro (SS-20 y euromisiles). Sin embargo, dichas fuentes no ocultaban que el Gobierno democristiano de La Haya hubiera preferido «un plazo más concreto y más corto».

El mismo deseo habría sido expresado en la reunión del consejo atlántico, en Roma, por las delegaciones de la República Federal de Alemania y de Bélgica; pero, finalmente, unos y otros debieron conformarse con la oferta de Haig, en el convencimiento de que el ex comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa no podía obtener «una postura más flexible» de sus propios colegas de la Administración Reagan y, sobre todo, del secretario de Defensa, Caspar Weinberger.

Tanto el ministro de Asuntos Exteriores de los Países Bajos, Klaus van der Klauw, como su colega belga, Charle Ferdinand Nothomb, dejaron entrever que la actitud de sus Gobiernos respecto al problema de los euromisiles se mantiene invariable. Holanda y Bélgica aprobaron en diciembre de 1979 la fabricación de los Pershing-2 y Cruise, pero se reservaron la autorización para instalarlos en su propio territorio hasta ver cómo se desarrollaban las negociaciones con la URSS.

Nothomb (que regresó a Bruselas en el avión privado de Alexander Haig, con quien conversó durante dos horas) añadió que ahora había que esperar -las negociaciones con Moscú no empezarán antes del otoño o invierno próximo-, «tanto para saber cómo evolucionan, como para conocer el desarrollo de la actual situación de tensión en Europa», alusión indirecta a las presiones de la Unión Soviética sobre Polonia. El ministro belga debió comentar con Haig la entrevista que mantendrá el próximo 15 de junio en Moscú con los líderes soviéticos. Nothomb tiene ante sí una difícil papeleta: convencer a Gromiko y a Breznev de la firme voluntad belga de aceptar los 48 Cruise que le corresponden y de la coherencia interna de la Alianza Atlántica, pese a los recientes enfrentamientos internos que han colocado a la OTAN al borde de una grave crisis.

En todo caso, los dos pequeños países del Benelux tienen teóricamente un plazo sobrado para decir su última palabra: los euromisiles no podrán ser instalados antes de 1983.

Un efecto secundario, pero, a juicio de los expertos aliados, nada desdeñable de la nueva posición norteamericana es su repercusión en los movimientos pacifistas y neutralistas que conocen un importante resurgir en Europa occidental. La OTAN está seriamente alarmada por este renacimiento pacifista y estima que la reanudación de las conversaciones con Moscú permitirá arrancarles una de las banderas que esgrimen actualmente: la falta de auténtica voluntad de diálogo de la Administración Reagan. Haig aludió en Roma a los enormes esfuerzos de propaganda que realiza la Unión Soviética, y el secretario general de la Alianza, Joseph Luns, pidió una vez más a los Gobiernos de los quince que promuevan campañas de información sobre los problemas de defensa.

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