La muerte de Bobby Sands
BOBBY SANDS ha muerto en la cárcel de Maze sin que su familia y sus íntimos políticos hicieran nada para disuadirle de su huelga de hambre. El mismo camino mortal lleva Francis Hughes; quienes le rodean piden que se respete su voluntad. Una voluntad terrible, que revela, sobre todo, la decisión de estos combatientes -los que mueren así y los que les sobreviven- de conducir la lucha hasta los últimos extremos. La autoinmolación -como la de los bonzos del Vietnam, que se rociaban con gasolina y se incendiaban- es, indudablemente, un acto de propaganda, pero dotado de la máxima credibilidad: quien hace este anuncio pone lo anunciado por encima de su propia vida. Lo que está indicando es que la dureza máxima del adversario no tiene sentido, puesto que está asumida. Las cárceles de seguridad especial, las leyes de excepción, los campos de prisioneros, incluso la pena de muerte, dejan de ser verdaderas armas cuando los que están amenazados se sitúan más allá de su poder. La dureza del Gobierno conservador de Margaret Thatcher y su decisión de llevar la ofensiva sin ceder ni siquiera en las condiciones de encarcelamiento -objetivo primordial de las huelgas de hambre- no han prevalecido; por el contrario, han elevado el tono de la lucha y la moral de los irlandeses católicos del Ulster. Es cierto que los intentos de negociación y apaciguamiento de los gobiernos laboristas tampoco habían conseguido nada; pero tampoco habían llegado a ofrecer nada sustancial. Aparte del tema de fondo, la discusión entre una supuesta blandura y una visible rudeza en tratar una cuestión de orden público elevada al máximo no hace más que re producir una vieja discusión teórica y, por el momento, privar de razón a los defensores de la fuerza sin contemplaciones. Con lo cual reaparece el tema de fondo en sí: el aplastamiento de una minoría de la población -aproximadamente, un tercio del total- sobre la que pesa la mayoría del desempleo, de los bajos salarios, de la desescolarización y de todas las lacras sociales, de forma que la región se emparenta a las situaciones más condenadas en el mundo moral actual: racismo, discriminación religiosa" irredentismo, colonización antigua y permanente.
Sólo una dolorosa reflexión de Londres y de los protestantes del Ulster acerca de lo que deben perder, sacrificar, para mejorar las condiciones de vida de las minorías de Irlanda del Norte podrían llegar a un apaciguamiento de la situación. Si las negociaciones son indecisas y cobardes, y más aún si en lugar de ellas se trata de resolver el fondo de la cuestión por la dureza implacable, sólo se conducirá el problema a una guerra civil abierta, y a la posibilidad de una situación de violencia entre Gran Bretaña y la República de Irlanda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.