_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dos de Mayo

«QUE NO puede esclavo ser/ pueblo que sabe morir», escribió para tal día: como hoy -el 2 de mayo- Bernardo López García. Hoy, el alcalde socialista de Madrid abre al público, por primera vez en la historia, el cementerio de la Florida, donde están los muertos del pueblo -aquéllos que pintó Goya con la camisa abierta y los brazos en aspa frente a los fusiles de los mamelucos-, y habrá-desfiles de la policía, la Guardia Civil y las fuerzas militares, que honran así una gesta popular y eminentemente civil que en aquel momento sólo secundaron un par de generales, algunos montaraces curas de aldea y escasos aristócratas: los obispos, el Ejército y la nobleza creyeron en el monarca «justo, humano y grande» -en sus palabras"- José Bonaparte. Ya el pueblo le llamaba Pepe Botella, por más que fuera abstemio. Aquel pueblo que sabía morir el 2 de mayo de 1808 caminaba sin saberlo hacia la esclavitud del absolutismo de Fernando VII. Estaba viviendo una de sus eternas contradicciones. El 2 de mayo estaba defendiendo con sus vidas al nuevo rey no proclamado y a su familia, que salían de España exiliados por Murat.

No parece que haya que ver el Dos de Mayo, celebrado hoy muy especialmente después de años de decaimiento y olvido o de tergiversación, corno una sola fecha. Habla en él, como dice Pierre Vilar, un «estilo», una forma de unanimidad que luego estallaría otras veces formando ese péndulo que tanto ha asombrado a los observadores, que altema entre la depresión indiferente -lo que hoy llamamos desencanto- y la pasión. Y estaba ya el corte entre las dos Españas: quizá el primero, dentro de la definición contemporánea. La guerra civil de los que iban hacia el liberalismo de las Cortes de Cádiz y abolían la Inquisición y los privilegios, y los que serían «apostólicos» -carlista, luego-, «serviles». Se iniciaba un abismo entre políticos y -pueblo («actos sin ideas», por una parte; «ideas sin actos», por otra, escribiría Marx sobre aquellos años, refiriéndose a la guerrilla ya las Cortes, respectivamente); aparecía un «federalismo instintivo» (Menéndez y Pelayo) en las «juntas» provinciales, que llevarían luego sus aspiraciones a una junta central. Un liberalismo no menos instintivo, más pasional que orgánico, -se estaba enfrentando al autoritarismo (con matices intermedios); una modernidad (Jóvellanos), un intento de contemporaneidad del español con respecto al mundo exterior y sus ideas frente al «antiguo régimen» y todas las otras antigüedades estructurales.

Todo ello estaba contenido en el Dos de Mayo; iba a irse depurando, después de la confusión de los primeros momentos (figuras que más tarde se enfrentarían a muerte, se alzaron juntas en la gran fecha); iba a ser apagado por la traición de Fernando VII a la Constitu ción y por la expedición de los «cien mil hijos de san Luis» con la que la Europa tradicional luchaba contra la ex pansión de las ideas de los enciclopedistas y del igualita rismo de la Revolución Francesa.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Y a España se le vino encima por aquel fracaso todo un siglo XIX de fusilamientos, cárceles y pronunciamientos. Un liglo XIX del que está todavía intentando salir a finales del siglo XX: y la lectura de las informaciones de la Prensa de ayer y de hoy -perseguida, semisecuestrada, ameñazada- nos siguen revelando que el sustrato del siglo XIX está presente.- Y ciertas dificultades que tiene hoy el español para vivir nos vienen de ese fracaso de un tiempo que se inició con unajornada gloriosa en la que el pueblo supo morir y le iban a llevar a una cierta esclavitud.

Conmemorar el heroísmo colectivo del 2 de mayo de 1808 sería hacer comprender a quienes desfilan ante el obelisco, a quienes rinden honores a los fusilados de la Moncloa, que hay un fracaso presente de España y que ese fracaso viene de que el movimiento natural de aquella fecha fue ahogado, traicionado, maltrecho, y no sólo por los franceses de Napoleón, sino por el viejo doble de España, que no abandona sus privilegios.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_