Dos de Mayo
«QUE NO puede esclavo ser/ pueblo que sabe morir», escribió para tal día: como hoy -el 2 de mayo- Bernardo López García. Hoy, el alcalde socialista de Madrid abre al público, por primera vez en la historia, el cementerio de la Florida, donde están los muertos del pueblo -aquéllos que pintó Goya con la camisa abierta y los brazos en aspa frente a los fusiles de los mamelucos-, y habrá-desfiles de la policía, la Guardia Civil y las fuerzas militares, que honran así una gesta popular y eminentemente civil que en aquel momento sólo secundaron un par de generales, algunos montaraces curas de aldea y escasos aristócratas: los obispos, el Ejército y la nobleza creyeron en el monarca «justo, humano y grande» -en sus palabras"- José Bonaparte. Ya el pueblo le llamaba Pepe Botella, por más que fuera abstemio. Aquel pueblo que sabía morir el 2 de mayo de 1808 caminaba sin saberlo hacia la esclavitud del absolutismo de Fernando VII. Estaba viviendo una de sus eternas contradicciones. El 2 de mayo estaba defendiendo con sus vidas al nuevo rey no proclamado y a su familia, que salían de España exiliados por Murat.
No parece que haya que ver el Dos de Mayo, celebrado hoy muy especialmente después de años de decaimiento y olvido o de tergiversación, corno una sola fecha. Habla en él, como dice Pierre Vilar, un «estilo», una forma de unanimidad que luego estallaría otras veces formando ese péndulo que tanto ha asombrado a los observadores, que altema entre la depresión indiferente -lo que hoy llamamos desencanto- y la pasión. Y estaba ya el corte entre las dos Españas: quizá el primero, dentro de la definición contemporánea. La guerra civil de los que iban hacia el liberalismo de las Cortes de Cádiz y abolían la Inquisición y los privilegios, y los que serían «apostólicos» -carlista, luego-, «serviles». Se iniciaba un abismo entre políticos y -pueblo («actos sin ideas», por una parte; «ideas sin actos», por otra, escribiría Marx sobre aquellos años, refiriéndose a la guerrilla ya las Cortes, respectivamente); aparecía un «federalismo instintivo» (Menéndez y Pelayo) en las «juntas» provinciales, que llevarían luego sus aspiraciones a una junta central. Un liberalismo no menos instintivo, más pasional que orgánico, -se estaba enfrentando al autoritarismo (con matices intermedios); una modernidad (Jóvellanos), un intento de contemporaneidad del español con respecto al mundo exterior y sus ideas frente al «antiguo régimen» y todas las otras antigüedades estructurales.
Todo ello estaba contenido en el Dos de Mayo; iba a irse depurando, después de la confusión de los primeros momentos (figuras que más tarde se enfrentarían a muerte, se alzaron juntas en la gran fecha); iba a ser apagado por la traición de Fernando VII a la Constitu ción y por la expedición de los «cien mil hijos de san Luis» con la que la Europa tradicional luchaba contra la ex pansión de las ideas de los enciclopedistas y del igualita rismo de la Revolución Francesa.
Y a España se le vino encima por aquel fracaso todo un siglo XIX de fusilamientos, cárceles y pronunciamientos. Un liglo XIX del que está todavía intentando salir a finales del siglo XX: y la lectura de las informaciones de la Prensa de ayer y de hoy -perseguida, semisecuestrada, ameñazada- nos siguen revelando que el sustrato del siglo XIX está presente.- Y ciertas dificultades que tiene hoy el español para vivir nos vienen de ese fracaso de un tiempo que se inició con unajornada gloriosa en la que el pueblo supo morir y le iban a llevar a una cierta esclavitud.
Conmemorar el heroísmo colectivo del 2 de mayo de 1808 sería hacer comprender a quienes desfilan ante el obelisco, a quienes rinden honores a los fusilados de la Moncloa, que hay un fracaso presente de España y que ese fracaso viene de que el movimiento natural de aquella fecha fue ahogado, traicionado, maltrecho, y no sólo por los franceses de Napoleón, sino por el viejo doble de España, que no abandona sus privilegios.