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La promoción "Lola Flores"

Los líderes políticos españoles, tanto del poder como de la oposición, parecen haber elegido madrina del curso a Lola Flores, invocando su nombre, y sobre todo su espíritu y eso que se llama «el genio de la raza», para bautizar y simbolizar su promoción, según costumbre de algunos colectivos e instituciones. De repente, como en un fin de curso difícil por los primeros calores y la dureza del tribunal, todos los políticos graduados el 23 de febrero han reclamado el madrinazgo de Lola Flores, sumidos en la copla y el ¡Viva Cartagena!Yo soy más patriota que nadie; no he conocido a nadie, hasta ahora, más patriota que yo; escudriñando en mi entorno jamás vi patriota semejante; son declaraciones que se suceden desde el golpe. Es cierto que el polvo de los pasillos parlamentarios no debe tener buen sabor. Es cierto que quien ha tenido alguna vez el cañón de una metralleta apoyado en su estómago sufre en adelante, de vez en cuando, difíciles digestiones médicamente inexplicables. Es cierto que el hecho de que estemos en el primer tiempo del sesienten y a la espera del ¡coño!, voz ejecutiva, impulsa a la izquierda, que va a ser la más sentada al final, a poner cara de buena. Es cierto que no se puede comer con una cuchara más grande que la boca, y que la apertura de la boca está, en nuestro caso, decidida y vigilada por fuerzas exteriores a las propias instituciones democráticas, que son cuchara demasiado grande, al parecer, para la boca resultante. Todo ello es cierto, pero también lo es que es preciso saber con claridad que en las concesiones hay un límite, pasado el cual lo accidental se convierte en sustantivo y la democracia deja de serlo.

No es con proclamaciones atemorizadas ni con patriotismos folklóricos, hasta ahora patrimonio de la derecha -la patria de los símbolos y los emblemas por encima de la patria de los ciudadanos, que es la que, «a pesar de todo, se mueve»-, como se hace avanzar la democracia. Lo único que puede salvarnos del retroceso definitivo, porque los de cuarenta años son plazos definitivos, no es menos democracia, sino más democracia. Lo único que salva a la democracia es ampliarla, no reducirla. La lenta restricción de libertades no sólo no sirve para responder a las provocaciones y cerrar la boca a los provocadores, sino que les hace el juego. No va a ser con menos libertades precisamente, y bajo ningún pretexto, como se consolide esta pequeña democracia actual, sino como se pierda incluso esta pequeña porción de democracia que aún tenemos. No es montando una legislación entre amenazadora y plañidera para liquidar a Egin como se va a defender la libertad de expresión, sin la cual no hay democracia, porque esa legislación es reductora de la libertad, sean cuales sean los fines que teóricamente se fijen y sean cuales sean las virtudes que supuestamente se adjudique. ¿Cómo salvar la democracia amenazando ahora sistemáticamente a la libertad de expresión? Porque, además, fuertes sospechas no nacidas del azar, sino de la práctica, inclinan a muchos ciudadanos bien alejados de ETA a creer que mucho antes de que El Alcázar cante tres veces se le habrá cerrado ya la boca a Egin, que parece ser la diana real de este nuevo tiro al blanco legislativo.

ETA, cuando habla, dice que quiere defender la libertad. ETA, cuando hace, provoca la ocupación militar. Con lo que, en eso que se llama «la práctica cotidiana» y al margen de su decimonónica retórica, está llevando al matadero a los movimientos obrero y popular de Euskadi; por lo menos, de Euskadi. Pero intentar contrarrestarlo mediante un equipo de defensores de la democracia que, por miedo, renuncie cada día a ese pequeño paso necesario para ampliarla, puede llevarnos a las mismas conclusiones finales, quizá menos sangrientas, pero ésas son valoraciones cuantitativas para expertos en represiones. Y quizá entonces ya no sea necesaria la voz ejecutiva del sesienten porque se nos haya olvidado estar de pie.

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Si el país debe huir de algo y de alguien como de la peste es de lo heroico y los héroes. De todos los héroes. Sigue siendo verdad la afirmación de Brecht de que «desgraciada la tierra que tiene necesidad de héroes». Mil veces desgraciado el país al que unos pocos, no distinguibles ya unos de otros en este empeño, quieren convertir en héroe a la fuerza. Se debe recordar la frase de Rosa Luxemburgo, olvidada porque no es una afirmación- trueno de las que cada iglesia espera de sus santos padres: «Tengo un abominable deseo de felicidad y estoy dispuesta a regatear mi porción diaria con toda la terquedad de una mula». Contra los que quieren regresar a la infelicidad franquista, lo declaren o no, sea para recuperar el botín o para justificar sus bárbaros errores, el ciudadano que busca la libertad de cada día debe defender la que tiene con la terquedad de una mula, consciente de las dificultades, pero con la seguridad de que, de no hacerlo, habrá aceptado un golpe real traído con sus propios votos mal administrados.

El ciudadano debe preguntarse cotidianamente dónde está situada esa línea más allá de la cual, en el constante retroceso de las libertades, se ha perdido ya la libertad. La promoción «Lola Flores», en cuanto termine de querer ser la Lola de España, la Carmen de España, el Parlamentario de España, el Secretario General de España y otras forituras de tablado, deberá responder a esa pregunta. Porque cada vez que una libertad se cercena, aunque sea provisionalmente, aunque sea «hasta que males mayores sean conjurados», como suele decir el hábil pretexto, no se avanza hacia la democracia, sino que se está más lejos de ella. El juego de la democracia se encuadra en una ley fundamental: cuando no se avanza, se retrocede. Se retrocede inevitablemente. Se retrocede otra vez hasta el fin de la ciudadanía civil para dar paso a los héroes, a los malditos héroes salvadores, de una salvación u otra, o a los incómodos héroes de las resistencias y las clandestinidades. Se retrocede inexorablemente hacia el silencio, la oscuridad y el miedo.

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