_
_
_
_
Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pla

La otra tarde, en el cóctel de don Juan Carlos a los escritores, de pronto el Rey hizo un minuto de silencio por José Pla, que había muerto ese día.Pla, que en su ironía de Montaigne con boina lo tenía previsto todo, nunca pudo prever que un Rey iba a hacer un minuto de silencio entre la vociferadora república de los escribas, para ofrecer la flor silente, temblorosa y sin nombre a su memoria. Una cosa como de cuento, que también le habría ido bien a Alvaro Cunqueiro, otro genio regional (Juan Ramón), que creía más en reyes, magias, ensalmos y hechizos. Pla vivió y gastó siempre los trajes que dejaba su editor y el mío, Vergés, cuyo padre sale ya en el Cuaderno gris. Pla escribió su magna obra ingente por detrás de los recibos de la luz, los sobres y los prospectos. Sin duda, no confería suficiente valor a la literatura -y menos a su literatura- como para comprarse nunca un mazo de folios. Alguna vez escribió espontánea y generosamente sobre mí, y aprendí más, naturalmente, de sus reproches que de us elogios. Pla, por definirle de una vez, era todo lo contrario de su paisano Gironella, el Vizcaíno-Casas de los años cincuenta, pero sin el testiculario de Vizcaíno para definirse, que el gerundense tórpido de prosa jugó siempre a una imparcialidad/objetividad sospechosa. Su libro Los cipreses creen en Dios es un libro en el que hoy no cree ni Dios. En el que no hay un dios que crea. Ni que lo lea. Josep Plá. (Nadie con más derecho que él a descolgar de la panoplia idiomática esa pe como una espada, ya que ha escrito el mejor catalán moderno.)

Qué momento, si, qué temblor, qué silencio, qué dedo de sombra en la locuacidad verde de los montes del Pardo. Si la gloria es algo, la gloria es eso, un segundo. Ochenta años escribiendo, ni un día sin línea, amor y poesía cada día, para conquistar unos segundos de silencio en los que enmudece la literatura y emerge un rey.

Ocurre hoy en Europa (la Europa que conozco, que es casi toda) que los sistemas más socializantes son las monarquías. Hay más socialismo en Suecia u Holanda que en la republicana Francia, llevada por Giscard con un estilo entre De Gaulle y reinona. Pla era escéptico de estas cosas, y el escepticismo, como ya advirtiera Sartre, lleva siempre a la derecha. Entre las varias entrevistas que me han hecho estos días sobre la muerte de Pla, he dicho en una de ellas:

-Yo siempre habla escrito que Pla es un escritor sin género, como Saint-Simon, como Montaigne, como sus maestros. Hoy pienso que su género literario era Cataluña.

Cataluña está completa en Pla, que universaliza, no ya un país, sino su propio huerto entre ampurdanés y volteriano. Ahora que el catalán libra su grande y necesaria batalla, algunos catalanes caen en la inhábil omisión de ignorar a Pla o a D'Ors, que son las grandes prosas o columnas del catalán moderno: descriptiva una, especulativa la otra. Una guerra que se hace a espaldas de los propios príncipes es una guerra sucia. Pla bebía picón, fumaba negro, escribía con letra min utísima, de avariento o de loco, como si se hubiera propuesto hacer sus obras completas en una cerilla, y cuando viajaba al interior de la península daba ingenuos rodeos para no entrar en Madrid. Hombre humilde, creía tener su maestro en Baroja. Pero bajo su boina hay muchísimo más talento, estilo, sensibilidad y cultura que bajo la boina de Baroja.

Pla se refugió últimamente en Poblet, moribundo y temulento, porque Monserrat es beligerante y quizá no le hubiera querido. Guerra medieval de monasterios. Mientras un grupo de barceloneses se autoafirmaba obviamente contra no se sabe qué, el catalán máximo, olvidado y solo, erraba póstumo de monasterio en hospital. El silencio que habían hecho sobre él era una losa. El silencio que hizo el Rey era una flor.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_