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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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La basura

Viene un reportero a recogerme el cesto de los papeles para un reportaje sobre «la basura de los famosos». Dejo descuidada m ente que se lleven el cesto, como lo hubiera permitido cualquier otro día, porque resulta que entre mis papeles arru2ados. cartas no contestadas, caligrafías picudas, frustradas y sentimentales. envoltorios de magdalenas no proustianas, botes de friskis del Rojito, consignas de extrema derecha/ izquierda y desmemoriadas felicitaciones de mi tía o conminativos recordatorios del banco no hay nada que ocultar, que esconder nada comprometedor, nada que yo no pueda asumir frente a usted, desocupado lector. Asumo mi basura.Mi basura soy yo. Y entonces se pone uno a reflexionar sobre la basura, sobre ese excipiente arrugado, postal, sentimental, de la tarea del día y encuentra uno que su vida está limpia y en limpio. Por otro lado, tendríais que buscar, mis queridos reporteros. en otras basuras, en otros cestos, en otros famosos. No llevamos por dentro otra basura moral que la que la religión o el freudoanálisis han querido inventarnos. El pecado original, el pecado psicoanalítico de infancia, la culpa en el origen de la humanidad o en el origen de mi vida, la culpa con que la dictadura ennegreció la República (bellamente glosada ahora por Haro-Tecglen en su cincuenta aniversario), culpas irracionales, inexplicadas, inexplicables, basurero histórico de quienes barrían para adentro y escondían la propia basura debajo de la cama de piedra o sepulcro del Cid.

El español, educado en la pedagogía del miedo, descubre demasiado tarde que es libre, que el cesto de la basura existencial, hecho con mimbres de alma, no alberga más que cartas de la familia, familiares recuerdos que no escriben carta y borradores, más algún recibo de la luz no pagado, no por nada, sino por inquietar un poco a los Oriol. En cambio, el cesto de los papeles de ex Suárez es carjac de flechas joseantonianas, charcutería y volatería de cisnes del SEU con el cuello de la retórica franquista retorcido, y pactos de la Moncloa cuya gestión no viajó mucho más allá del cesto. El cesto de Calvo Sotelo está reventón de consejos de administración financiero /franquistas y bulas episcopapales ya caducadas (aquí caduca hasta el cielo). En el cesto de Felipe podría usted encontrar, mi querido reportero, un Marx de segunda mano y tercera sangre, traducido del francés por alguien que no sabía francés, una rosa de papel, un clavel portugués de plastiqué, un puño de camisa y un millón de votos perdidos. En el cesto de Fraga Iribarne hay de todo. Escobar me contaba la otra noche lo que fue la conferencia de Dalí en Madrid, años cincuenta, cuando los bigotes del pintor eran las únicas antenas que nos conectaban con las vibraciones del mundo. Un lleno multitudinario, gran mogollón y la policía llamando al cuartelillo:

-Aquí estamos inundados.

-Pues allá van los bomberos.

Pero estaban inundados de gente y expectación. Hasta que un joven virgen de pelo breve y decidido dio la orden de empezar y que todo el mundo quieto:

-Era Fraga Iribarne. Así le conocí.

En el cesto de papeles viejos de la democracia hay unos pactos incumplidos, unas decisiones policiales no tomadas, unos procesos autonómicos podridos, una tabla de quesos que rechazó la periferia, un café para todos que no se tomó nadie, los papillones que leía Suárez y una biografía de Tejero llena de tacos, marmitakos, coños y otras argumentaciones parlamentarias. La democracia, valiente o vigilada, tiene que estar cada día por encima de su rebosante cesto de los papeles. Como uno mismo.

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