Marifé de Triana, "mater" dolorosa y olé
Centenares de flores caen sobre Marifé de Triana en cuanto pisa el redondel de la madrileña sala de fiestas Windsor, en cuanto se abre paso con andares de Macarena amortajada por la luna, en cuanto reconstruye hasta el éxtasis; su tatuaje incorruptible: Torre de arena. El público, febril y boquiabierto, se ha puesto en pie como caballo circense, gritando hasta el ahogo, con manos imantadas para el aplauso interminable.Vestido de color verdiazul claro, el mito rompe a hablar: «La verdad es que estoy hecha un flan. Menos mal que con tantos aplausos espero recobrar la firmeza de la torre». Alarido a la vista: «¡Te los mereces, guapísima!». Ella sonríe ancha y enigmáticamente, como en alguna estampa japonesa. Y recupera el canto de manera frontal, con una voz potente que causa escalofrío entre sus fieles: «¡Fiera!». Feroz en el enredo, en los matices a degüello, en el arrastre, en el torniquete, en el mordisco reiterativo: «Todo, todo, todo y todo». Nadie oculta que todo era preciso para estar ahora mismo ante el incendio: « ¡Ha valido la pena venir desde Barcelona! ¡Y mañana yo vuelvo, aunque me empeñe! ».
Marifé de Triana devora los piropos con los ojos, clava viejas preguntas como afiligranadas banderillas: «¿Quién tiene la culpa?». Y va del querer a la muerte con la naturalidad incompresible de un parpadeo. Estrena nuevas canciones (Ese día nos abre el cortejo), endulza su tragedia con las aventuras de un novio tartaja, va del trono al túnel con trote templado y se arranca los ojos para decir aquello de «por ti estoy tres veces loca». Su locura es contagiosa. El gentío le arroja lo que encuentra a mano, le grita lo indecible.
Una espléndida orquesta, ducha en sabores antañones, realza la ceremonia. Marifé de Triana se ha vestido de blanco y rosa, resucita por lo suave y evanescente. Pero pronto vuelve a morderse la boca, a arrancarse los labios, a excavar la fosa de aquel doble amor. Y echa mano inmensa de los tres puñales: indiferencia, traición y acero frío. Ya nadie permanece sentado. Mas el momento de mayor esplendor llega con La loba, iniciada sin micrófono, escenificada con borrachera agonizante, empapada de lágrimas, interrumpida por sollozos: «¡Marifé, que me vas a matar esta noche! ». La Mater Dolorosa se entrega a su pasión de roja espuma. Es la explosión.
Y luego, dedicado a Estrellita Castro, otro rayo del ayer: María de la 0. Es el final. Nadie lo admite. Y Marifé, desmedida en su entrega, canta de madrugada Tengo miedo. La sala Windsor se convierte en el escenario del juicio final. El rumor es unánime: «Marifé ha estado mejor que nunca».
Babelia
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