Los diálogos de Genscher en Moscú
LAS POSICIONES respectivas de la URSS y del bloque Estados Unidos-OTAN con respecto al despliegue de cohetes nucleares de alcance medio en Europa siguen inalterables después de las largas conversaciones del ministro alemán federal de Asuntos Exteriores, Genscher, con Gromiko y Breznev en Moscú. Occidente insiste en que la instalación de estas armas no se va a detener, a pesar de la solicitud de una moratoria por Breznev, porque es una respuesta de equilibrio a la instalación de los SS-20 soviéticos, mientras la URSS insiste en que su movimiento era, precisamente, de equilibrio con respecto a la supremacía anterior de Occidente.Se sabía de antemano que este tema no iba a encontrar en el diálogo de Moscú ninguna salida, como tampoco los otros asuntos evocados en las conversaciones: Afganistán, Polonia. Sin embargo, el viaje de Genscher tiene alguna utilidad. Es el primero de los grandes responsables de la política occidental que visita Moscú tras la toma de poder por Reagan y después de haber visitado Estados Unidos (al mismo tiempo que sus colegas de Economía y de Defensa en el Gabinete de Schmidt); puede, por tanto, haber hecho una exposición larga y minuciosa de la totalidad de la política occidental. Al mismo tiempo, la visita sirve para no cortar puentes, para no retroceder demasiado en la ostpolitik, que, desde que fue lanzada por Brandt, es la pieza clave de la política exterior de Alemania Occidental. Y no puede ceder demasiado por varias razones: una, porque la economía de la RDA se ha entremezclado ya demasiado con la URSS y los países del Este; otra, por señalar la independencia posible de su país con respecto a las presiones de Estados Unidos; la tercera, porque en caso de crisis aguda o de guerra fría la actual coalición gubernamental de socialdemócratas y liberales podría hundirse para dejar paso a esos expertos en guerra fría que son los cristianodemócratas.
La independencia de Alemania Occidental no es hoy tan ágil como antes de Reagan. Y no sólo por los fuertes tirones de Reagan y de Haig -y del difícil diálogo entre el dólar y el marco-, sino por la situación misma de Polonia. La invasión abierta de Polonia o el uso de la violencia por el Gobierno polaco -la frase favorita alemana, lanzada por Schmidt y luego muy repetida, es su oposición a una violencia «interior o exterior» en Polonia- no debería sorprender en ningún caso al Gobierno de Bonn en una situación débil o «susceptible a la presión soviética», como maliciosamente se ha dicho en Washington. Tendría que reaccionar con alguna fiereza y, desde luego, de común acuerdo con todos los aliados de la OTAN. Puede que, ante tal invasión, Estados Unidos no reaccionase con medidas militares contra la URSS en el mismo lugar de la ofensa; pero la agresión contra Polonia le sería utilísima para sujear de nuevo a sus aliados europeos, empavorecidos ante el avance soviético y movilizados por sus opiniones públicas.
No es ajena a este propósito la campaña de exageración del peligro de invasión por parte de Estados Unidos. La última frase emitida por Washington es la de que, según sus informes, la URSS «acelera sus preparativos de invasión de Polonia». Ahora bien, la logística de la invasión está minuciosamente preparada desde hace tiempo, y si no ha sucedido ya es por razones políticas, no por imprevisiones militares. Si hay que buscarle algún sentido a esa frase es el de haber sido pronunciada mientras Genscher estaba aún en Moscú, y como preparativo a la visita a Europa del secretario de Defensa, Weinberg, para explicara sus aliados la necesidadde tomar «un ancho espectro de actividad», principalmente destinada a llevar al ánirtio de la URSS que la respuesta sería de «extrema gravedad»: es decir, para que los aliados de la OTAN comprendan que, esta vez, la respuesta tendría que ser de todos.
Cabe pensar que el diálogo de Genscher con Gromiko y con Breznev habrá incidido, sobre todo, en acentuar esa noción de gravedad y en explicar que, esta vez, Alemania Occidental no podría servir como mediadora o como moderadora; que ese papel sólo podrá seguirlo desempeñándolo -favoreciendo una conferencia global de desarme en Europa, como la propuesta en la Conferencia de Madrid, o incluso instando a Estados Unidos para que acepte cuanto antes el diálogo directo con la URSS propuesto por Breznev en el 26º Congreso- mientras no suceda algo irreparable. En otras palabras, recordando a Moscú que su pretensión de que los países occidentales puedan tener una política individual y diferenciada, dentro de lo posible, de la de Estados Unidos depende de que el clima no empeore; y que una acción desmedida por parte de la URSS favorecería, en suma, la política de bloque hegemónico de Reagan. Algo que, sin duda, Breznev no ignora.
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