Invención y democracia
A la democracia se la puede matar de tejerazo/tijeretazo o mediante la droga lenta del desencanto, suicidio colectivo del que los pasotas se curan en La tetería de la abuela mediante anises hervidos y violín de Conservatorio:-Tanto que decían de la censura. Pues ya no hay censura y nadie inventa nada.
Cuando hayan pasado a la Historia estos cinco años de paz sangrienta y democracia vigilada/vigilante, se podrá hablar de ellos, culturalmente, como de un quinquenio de oro o plata, según la alquimiade los historiadores. Pienso que, por una parte, muchos creadores han llegado a esa menopausia artística y masculina que constituye como una segunda o tercera juventud, que es cuando Cervantes dio su Quijote, y Quevedo, sus Sueños. Me lo dijo Baudelaire en un pasaje de París, mientras esperábamos a Walter Benjamín, que hacía de camello para el opio del poeta:
-Mon petit, hay que, vivir el alcohol como una segunda juventud.
El alcohol, el opio, el arte, la vida. El hombre con capacidad de respuesta ante el tiempo que pasa vive siempre una última juventud -que puede durarle hasta la muerte- en que la invención es al tiempo más joven, y madura que a los diecisiete años de Rimbaud. Esta «menopausia» creadora ha coincidido en España con la muerte de Franco y el final de la dictadura, de modo que las dos o tres generaciones con trauma dactilar franquista se han lanzado al delirio: Torrente-Ballester, escritor más eficiente que brillante, rompe aguas con su Saga/Fuga
Desde entonces no ha dejado de alucmiar. Así, Cela en Oficio de tinieblasl5 o Delibes en Las guerras de nuestros antepasados. Francisco Nieva da por fin su gran obra de teatro, La señora Tártara, cuajando en ella todo lo que había ido reuniendo en la casi clandestinidad de la etapa anterior.
Aranguren se lanza a un ensayismo abierto, ecuménico, donde cabe toda la prosa del mundo, entre la candela del porro y la candelilla remota y devota de su catolicismo día tras día. Luis Rosales, tras muchos años de silencio poético -¿sólo poético?-, nos da ahora un libro cada año. Carlos Saura se libera del criptohermetismo de su cine anterior y exulta gracia y sorpresa en Mamá cumple cien años. Berianga abandona su peculiar neorrealismo testimonial español para hacer el esperpento de oro, un cine suntuario donde la burla va estucada de imaginación y estuco. (En otro sitio haré balance demorado de todo esto.) Quiere decirse que relajamiento/extinción de la dictadura vienen a coincidir con esa segunda juventud goethiana/baudelariana de nuestros creadores, en los cinco o se,is últimos años, liberando la creación española de la obsesión franquismo/antifranquismo y completando un cuerpo de riqueza e invención que no tiene nada que ver con lo anterior de los propios autores y que es, por ahora, un tesoro indeciso y cuajante en las manos inseguras de la democracia. Dicen que la democracia no ha dado nada a quienes no esperaban democracia, quienes se han frustrado en ella o quienes sólo ven la telecosa (que efectivamente, y como diría Tip, sigue pareciendo «española y de las JONS»). Este resumen me afluye mayormente en el estudio de Lucio Muñoz, gran pintor abstracto y amigo mío que ha abierto la eterna puerta cerrada, vieja, hermética, desoladora, de su obra anterior para salir a una fantasía barroca de ala o vela que es una metáfora de la libertad.
Hago este recuento de carrozas gloriosas con work in progress (al que habría que añadir el acarreo de las nuevas generaciones, de Gutiérrez-Aragón a Rubert de Ventós), contra el dicho fatalista de que la democracia no ha traído nada. La democracia es invención en el doble sentido de que inventa y hay que inventarla. Si tendrá marcha la democracia, que ha reciclado hasta a Vizcaíno-Casas.
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