Triunfo y fracaso del golpe
Cuando el pasado día 12 el Club Cultura y Sociedad convocaba una cena de homenaje a los medios de comunicación por su profesionalidad y comportamiento durante los bochornosos acontecimientos del 23 y 24 de febrero, lo cierto es que los propios organizadores no sabíamos valorar en toda su amplitud la importancia de tal homenaje. Queríamos agradecer a la Prensa hablada y escrita su comportamiento, su ejemplar cumplimiento del deber, sus acertados análisis y la tranquilidad que a través de sus medios habían transmitido durante y después del golpe. Pero había algo más; el acto era algo más. Intuíamos que allí se estaba haciendo algo importante, algo que tenía mucho de «primer paso» y, por tanto, de «paso decisivo». Y así fue: la clave, de todo ello la dio Juan Luis Cebrián, a los postres, en su intervención: «Cuando Tejero entró en el Congreso dijo dos cosas: cállense y esténse quietos. Si queremos que no triunfen sus órdenes, que no se salgan con la suya, debemos hacer justo lo contrario: hablar y movernos». ¡Esa era la clave! ¡Ese era el motivo esencial de aquel homenaje! Vamos a movernos y vamos a hablar cuanto queramos. El golpe no ha triunfado porque no vamos a obedecer.Fue, creemos, la primera movilización contra el golpe tras las multitudinarias manifestaciones del día 27. Fue la primera convocatoria que significaba la continuidad en la movilización, el primer acto que trataba de explicar que la respuesta a cualquier nuevo intento golpista no se circunscribía exclusivamente a la respuesta popular del día 27. Es necesario continuar presentes en el aborrecimiento del golpe, es preciso mostrar de manera continua y sistemática que al lado de la libertad, la democracia y la Constitución estamos muchos, casi todos, todos. De ahí la importancia del acto; de ahí que pueda significar ese «primer paso» que nos enseñe a todos cuál debe ser el camino.
Porque hay muchos que piensan que el golpe ha triunfado. Porque hay muchos que aseguran que el golpe va a repetirse. Porque hay muchos que tratan de imponer a la democracia que entone un mea culpa. Pues bien, ninguno de ellos tiene razón. El golpe ha fracasado y está bien conjurado. Otra cosa es que los resultados de una acción como la del 23-F beneficien o no a la derecha (que la ha beneficiado), golpee o no el timón de la nave (que lo ha golpeado), convierta o no a la democracia en vigilada (que la ha convertido). Pero una cosa está bien clara: si el golpe hubiese triunfado, ni la derecha estaría hoy gobernando, ni la nave seguiría avanzando, ni la democracia sería vigilada, porque no existiría la democracia.
También dicen que el golpe va a repetirse, que las causas objetivas que lo motivaron están intactas y que además ahora los golpistas, convertidos en principitos valientes, tienen que rescatar a sus princesas, que permanecen presas en los castillos de los tiranos demócratas. Puede ser; pero si la justicia actúa con rigor, si los vigilados no se convierten en serviles, si la energía gubernamental se pone al servicio de la democracia y si existe voluntad en la clase gobernante (y ello debe pasar inexorablemente por un Gobierno de coalición con el PSOE), el golpe podrá repetirse, pero su repetición fracasará igualmente.
Por último, hay quienes tratan de que la democracia, el Parlamento, los intelectuales, los demócratas, en fin, entonemos un mea culpa. No, señor, ¡hasta ahí podíamos llegar! El mea culpa deben entonarlo ellos, los golpistas, los que quisieron acabar con nuestra convivencia pacífica en libertad. Los demócratas, si acaso, deberemos reflexionar sobre la transición y cada uno corregir los errores que haya podido cometer. La izquierda deberá intentar ilusionar al pueblo, movilizarle y aproximarse aún más a él. El desencanto y el pasotismo tienen sus culpables, lógicamente, entre la izquierda. Los intelectuales deberán ahondar más en el estudio de los problemas que lleven a una sociedad mejor. La derecha deberá ser más solidaria y el Gobierno más capaz. Pero de ahí a entonar un mea culpa hay mucha distancia. No hay ningún motivo, ninguno, para que unos militares decidán destruir con las armas lo que el pueblo ha decidido constrtuir con sus votos. El que es un desagradecido es un mal nacido, y tro hay mayor desagradecido que el que se enfrenta injustamente a quien le ha dado todo lo que tiene.
Hay también un triunfo en el golpe. Un triunfo que ha significado clarificación, que ha demostrado quién es quién en esta España de 1981. Ahora sabemos todos con absoluta claridad el mérito del Rey y el respeto que le debemos. Ahora sabemos que entre las Fuerzas Armadas y los cuerpos de seguridad del Estado hay más de uno que está dispuesto a cumplir con el mandato constitucional. Ahora sabemos que el pueblo, aunque esté desencantado, responde con firmeza cuando siente que le quieren quitar lo q ue es suyo. Y sabemos además que hoy es preciso más que nunca crear una gran plataforma de defensa de la-democracia que nos devuelva, como al inicio de la transición, a una labor solidaria que, desde criterios ideológicos distintos, esté dispuesta a ponerse de acuerdo en lo fundamental para defender ilusionadamente un modo de vida civilizado en un país serio y responsable. Ese puede ser el gran triunfo del golpe.
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