Los buenos modos de Bad Manners
Los conciertos que organiza Mikel Barsa suelen ofrecer alicientes poco habituales. Así ocurrió en el de Bad Manners que tuvo lugar el pasado lunes en el Frontón Madrid. Hubo cantidad de cosas sorprendentes, empezando por el precio. Quinientas pesetas costaba la entrada para el frontón, cuando hace apenas unos meses el grupo había actuado en un club pequeño por sólo trescientas. Realizando cálculos muy favorables para el organizador, y contando el número de asistentes (no inferior a mil), los beneficios pudieron ser del orden del 200%, un poco excesivo, a todas luces.Claro que, como en el frontón hay que jugar los partidos del día, quienes llegaron a la hora pudieron, por esas quinientas pesetas, observar cómo se monta un escenario, cómo los miembros de un grupo prueban sonido deprisa y corriendo y cómo la cosa empieza tres cuartos de hora tarde. O cómo los previstos teloneros, Flush-Flash, no hicieron acto de presencia y como en la puerta se sucedían esos entrañables empujones sin los cuales no podríamos disfrutar.
Suerte que la actuación de Bad Manners fue milagrosa. Si se tiene en cuenta que el local tiene más ecos que una catedral, si además el sonido se probó a salto de mata, resulta que el técnico de sonido era tan portentoso como Vicente Ferrer. Porque el grupo sonó bien. Y ellos lo hicieron bien, con un tono histriónico que antes era su única característica diferencial, pero que ahora se apoya en un trabajo instrumental que el lunes fue magnífico. Y no es que Bad Manners hayan renunciado a su ska bailongo y desenfrenado, es que han aprendido a hacerlo mejor.
Ver a un tipo de más de cien kilos, cabeza rapada y cara de orate abrazando a una pobre señora a la que presentaba como su madre, mostrando al respetable su enorme trasero y adjudicándole al micro un simbolismo fálico insultante. es toda una experiencia. Si el otro cantante (y armónica) adopta una pose epileptoide y el resto del grupo (vientos incluidos) se ve atacado a cada poco por un irrefrenable baile de San Vito, la experiencia se transforma en visita nocturna al frenopático.
Bad Manners no son ciertamente muy finos. Tampoco derrochan grandes cantidades de creatividad, pero cuando tocan los Siete magníficos uno se imagina a Yul Brinner, James Coburn, Charles Bronson, Steve Mc Queen y los demás disparando a ritmo jamaicano. Es lo menos, y si hubieran estado en el frontón, lo hubieran hecho.
Por lo demás, la actuación de Bad Manners es de las necesarias en esta ciudad si quienes organizan estas cosas ablandaran un mínimo sus rostros y pasaran a considerar a los paganos, al público, con un mínimo de respeto económico y
Porque pueden fastidiar una buena noche con mezquindades. Y la gente se acaba hartando.
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