La catedral de Cuenca
Para cualquier viajero que haya visitado la catedral de Cuenca y su tesoro artístico en los últimos tiempos, no le será difícil entender cómo uno de sus canónigos ha desvalijado impunemente su archivo durante años.El verano pasado, después de la obligada visita al exquisito y cuidado Museo de Arte Abstracto, me acerqué con curiosidad al llamado tesoro catedralicio, encontrándome, ante mi estupefacción y abatimiento, con unas salas donde se almacenaban, sin orden ni concierto, cuadros y retablos, muchos de ellos resquebrajados; tapices deshilachados, estatuas polvorientas, algunas sin manos o cabeza, y otras lindezas por el estilo, todo con sensación de una gran desprotección y abandono y, como puede suponerse, sin el menor sentido museístico ni didáctico. Mi asombro fue mayúsculo al descubrir, en el recodo de una estrecha escalera, dos cuadros del Greco tras una vitrina miserable. A su lado en el hueco que quedaba, junto a una ventana abierta, una soberbia tabla, puede que de Patinir, languidecía. .
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