La economía española, un debate necesario
Seis años dura ya la crisis económica en España y no hay motivos fundados para pensar que la situación vaya a cambiar por ahora. Las expectativas empresariales están por los suelos, porque no hay quien tenga confianza en recuperar su dinero si lo invierte. Los sindicatos dicen que hay que mantener el poder adquisitivo, pretendiendo, a la vez, conservar los puestos de trabajo. Los ministros económicos, cada uno en su parcela, se pasan hasta las once de la noche en sus despachos tratando de resolver los mil y un problemas que a borbotones se precipitan encima de sus mesas. Y los parlamentarios se pasan de sol a sol en las Cámaras, discutiendo decenas y decenas de proyectos de ley que la transformación del marco jurídico del país está produciendo. Entre tanto, la economía española, como un bajel en medio de una tempestad, sigue a merced de los vientos. ¿Quiénes son los culpables?Lo malo del caso es que esta es una película en la que yo creo que todos jugamos un poco el papel de malos, unos por acción y otros por omisión. Casi se podría decir que la sociedad entera es culpable. De una crisis como la nuestra sólo se puede salir con un Gobierno que tenga las ideas claras, los propósitos bien definidos y una voluntad política firme; con una clase política enterada de los problemas, conocedora de las soluciones y dispuesta a jugársela; con unos sindicatos que se sepa la partitura, sean realistas, se propongan objetivos compatibles y tengan sentido del realismo, y, finalmente, con una clase empresarial exigente, agresiva dinámica, imaginativa y que tenga un sentido progresivo de la evolución social. Y, como telón de fondo, hace falta una sociedad de ciudadanos informados, responsables, críticos y exigentes con ellos mismos, que tengan conciencia plena de la gravedad de la situación y de la dureza en el tratamiento que, para todos y cada uno, la solución a la crisis comporta.
Pero ocurre que todas las circunstancias expuestas no se están dando conjuntamente en la actualidad y nuestro panorama se sigue pareciendo bastante al de la ciudad confiada, aunque ya menos alegre y algo más triste. La situación hay que cambiarla y, como paso previo, es necesario hacer que cada uno asuma su cuota de responsabilidad en el empeño, para lo que es imprescindible que, en público, se debatan ampliamente y con profusión los que son nuestros síntomas y los que deben ser nuestros tratamientos. Claramente, en foro abierto, obligando a «mojarse» a los presuntos actores del drama. Ya es hora de acabar con la insalubre práctica de que cada uno diga defender los intereses generales y no los suyos propios, porque lo que así resulta es un interés para todos que en nada se parece al interés general que se dice defender. Cada uno debe defender sus propios intereses y el interés general debe ser la resultante de la tensión de fuerzas en juego. Esto es lo propio de un sistema democrático, aquello lo sería de un sistema paternalista autocrático.
Claro que, como haber debates, haylos, y seguramente bastantes. Meritorios esfuerzos han venido haciendo diversas instituciones en los últimos tiempos para confrontar públicamente posiciones, pero quizá abundan más los debates predominantemente académicos que los debates públicos entre los protagonistas de la realidad económica española, ya sean sindicalistas, empresarios o políticos con áreas de responsabilidad específica. Hay que discutir los problemas de todos entre todos, entre los que los creamos y entre los que los sufrimos. Quizá así del debate pueda sacarse además de su producto principal, que ha de ser la formación de criterios propios por los ciudadanos, un subproducto que puede ser de gran interés: acercar la realidad a los académicos para que éstos puedan completar las teorías y formalizar los procesos dinámicos de éstas, lo que contribuirá a transformar a mejor la realidad económica española.
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