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El héroe hegeliano

Por eso hemos de darles el nombre de héroes. Tales hombres no toman sus fines y su vocación del estado de cosas consagrado por el sistema apacible y ordenado en vigor ( ... ). El contenido universal que realizan lo encuentran en sí mismos, mas no es invento suyo; existía desde la eternidad, aunque es realizado por ellos y en ellos es honrado ( ... ). El derecho está con ellos porque son lúcidos: saben cuál es la verdad de su mundo y de su tiempo; conocen el concepto, es decir, lo universal en trance de aflorar y que se impondrá en la próxima etapa. G. W. F. Hegel. La razón en la Historia.

Los acontecimientos recientes que ha padecido nuestro país parecen dar sobrado pie a una reflexión, siquiera que superficial, sobre lo que va más allá del folklorismo y la anécdota de un pronunciamiento decididamente valleinclanesco, con su alarde de tricornios, mostachos y chulería. Quien haya sacado la impresión de que el resultado final era inevitable, y se ha impuesto a través del funcionamiento incluso automático de las instituciones democráticas peca, a mi juicio, de conmovedora inocencia. El Estado de derecho se mantiene, bien que tambaleante, gracias a unos acontecimientos extraordinarios que al analizarse fríamente producen no poca angustia y preocupación. No es una figura retórica; se trata de un hecho empírico y fácilmente palpable, que convierte en razones claras los muy oscuros interrogantes que se fueron sucediendo en la noche de los cuchillos tan afortunada como levemente romos.

Habría que preguntarse no sólo cómo fue eso posible, sino también por qué. Hegel insistía en que el espíritu del mundo se conduce por medio de los héroes para plasmar la historia. Pero pueden plantearse serias dudas sobre quién cumple hoy en España el papel de héroe hegeliano. Los demócratas, incluso los demócratas republicanos, conceden agradecidos ese título al Rey constitucional, en tanto que responsable de primera magnitud en la represión del golpe. Pero los sublevados también cuentan con el usufructo de la imagen del héroe transformado provisionalmente en mártir, en sectores nada despreciables de la ciudadanía del país. Y apenas podemos buscar en Hegel la solución al conflicto, porque es la historia quien sanciona su propio sentido, y las leyes de la historia son cualquier cosa menos predecibles.

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Mi interés por el tema del héroe hegeliano no busca sino establecer la idea de que hoy en día, el golpe de Estado en España es, además de relativamente sencillo, éticamente imaginable en el código imperante, precisamente entre una parte de quienes son capaces de realizarlo. Una de las tesis más sostenidas desde noviembre de 1975 era la contraria: la del cumplimiento de ese espíritu histórico en. el sentido de una «inadurez», o de una «transición» tenida por irreversible en la inmensa mayoría de los testimonios públicos dedicados a crear una opinión. Hoy, es evidente que el manteríer esa línea de argumentos es síntoma de un optimismo irresponsable. Pero sucede que el Gobierno de transición ha dado no pocas muestras de estar convencido al respecto. El riesgo de la vuelta atrás existe, y no puede conjugarse en el terreno del deber ser, por mucho que algún diputado, en la emoción de su reci,ente libertad de la mañana del día 24, confundiese sus deseos con la realidad.

Y si el golpe militar no es impensable ni moralmente imposible, características imperantes en otros países menos, imbuídos de fervor hegellano en sus descargas de adrenalina, habrá que convertirlo en materialmeríte improbable o cerrar, sin más, la tienda. La solución es teóricamente bien sencilla: en tanto que la presencia de un ejército armado es, desde la época posfeudal, al menos, una permanente espada sobre las cabezas civiles, extirpemos la amenaza de raíz. La solución utópica se esgrime desde sesudas cátedras, y de no ser por el levísimo detalle de que hay que esperar bastante para que se cumpla el aforismo que sitúa en la realidad de mañana la utopía de hoy, sería cosa de dedicarse a convencer al vecino de la necesidad del desarme. Mientras tanto, puede que resulte prudente arbitrar medios para que el Congreso y la Zarzuela no queden a la disposición del primer aventurero que se tercie, lector de Hegel o, con mayor probabilidad, analfabeto por vocación.

Eso no es una perogrullada, sino una tarea sumamente urgente a cumplir, que no puede dejarse de lado por el consabido medio de las promesas. Y resulta, además, una cosa ciertamente complicada. ¿Hasta dónde llega la voluntad de involución entre quienes están llamados a impedirla en última instancia? Mientras no se tenga respuesta adecuada se correrá el permanente riesgo de confiar la defensa de las instituciones a los dispuestos a derribarlas. Con la diferencia de que la próxima vez no será fácil que el pronunciamiento tenga la osadía de realizarse invocando el nombre del Rey al pie de los decretos. Sólo permanecerán los vivas a la patria.

Un distinguido miembro del partido en el poder declaraba en la mañana de la liberación que el Gobierno no está por las depuraciones. Bien cierto es. Pero los gobiernos de la transición,se han permitido el lujo incluso de irritar en no pocas ocasiones a las altas instancias militares, jugando al ratón y al gato desde el emocionante papel del ratón. Los asesinatos de generales, jefes y oficiales llegaron a convertirse en cuestión estadística, mientras se mantenían en puestos claves para la seguridad nacional a personas bien señaladas por su talante de repulsa al sistema democrático Según parece, desde el Gobierno se ha apostado por la carta de la depuración inversa, bien que inconscientemente. Y lo cierto es que la única forma de convertir el golpe en físicamente imposible es la urgente y eficaz depuración. Pero hay que santiguarse si se va a llevar a cabo con la misma frivolidad que se ha aplicado a mantener las estructuras civiles franquistas. Sólo el Ejército es capaz de autodepurarse, y cuenta para ello con las personas y los medios adecuados; no se le añada el agravio y falta de tacto que ha prevalecido en los modos de gobierno hasta el momento. Lo que sí será necesario es reservar para esa operación una auténtica fórmula de consenso, fórmula que, digamos de paso, fue sugerida por el Rey en su mensaje de las últimas navidades. Si por intereses de partido se pospone indefinidamente esa imprescindible operación, será mejor tener a mano el pasaporte y una edición de las obras completas de Hegel. Pero no se le exija al Rey que la próxima vez las traduzca él sólo y a toda prisa.

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