América, América
«AMÉRICA, PRIMERO», lema electoral de la campaña de Reagan, ha encontrado una de sus primeras aplicaciones prácticas en la cancelación de Ios programas de educación bilingüe en Estados Unidos. Bajo el pretexto de encontrar grietas por las que escapar a la crisis económica, el secretario de Educación estadounidense, Terren Bell, ha decretado el ahorro de unos mil millones de dólares en los próximos cinco años, suprimiendo la enseñanza bilingüe a tres millones y medio de niños norteamericanos de ascendencia no anglófila.Estos son datos referidos a la escolarización de menores; otras estadísticas sitúan entre quince y veinte millones la población estadounidense o establemente residente (más unos siete millones de emigrantes clandestinos, casi todos de origen mexicano) que necesita doblar su castellano materno con el aprendizaje del inglés, que les abrirá algunas puertas hacia la relación social.
Es una decisión brutal que comienza por contravenir el Acta norteamericana de los Derechos Cívicos, que impide discriminaciones basadas en orígenes étnicos o nacionales. Abrirá un foso insondable entre la comunidad de origen hispánico -la mayormente afectada por esta medida- y el resto de la ciudadanía de Estados Unidos. Una comunidad que tiene el español como primera lengua y que antes del año 2000 será, según los actuales índices demográficos, más numerosa en EE UU que la actual minoría negra. Consciente o impensadamente, la Administración Reagan ha sentado las bases para que en menos de veinte años se produzca en su país una situación de discriminación racial -los panteras negras, al menos, eran anglohablantes- más explosiva que la protagonizada por las minorías negras en los años setenta.
Todos los análisis esquemáticos son objetivamente imperfectos, pero en este caso es inevitable comparar el descongelamiento sobre la fabricación de una bomba de neutrones -reputada como de «bomba para Europa», bomba que salvaguardará los tesoros artísticos del viejo continente en caso de confrontación con la Unión Soviética- y la cancelación de ese mínimo existencial que todo Estado se siente obligado a ofrecer a sus nuevos ciudadanos, y que consiste en las facilidades máximas para aprender la lengua de adopción.
Los portavoces de las corrientes de pensamiento español más conservadoras, que han saludado a trompetazos el advenimiento de la «era Reagan», deberían entender que la nueva lectura de la doctrina Monroe -«América, para los americanos»- que procede a realizar el presidente Reagan conduce a una suerte de aislacionismo, adobado con guerra fría ante el bloque soviético, que acabará aplastando o reduciendo a la miseria de una segunda categoría social a afluentes como a los que a Estados Unidos llegan cada año de Puerto Rico (ni más ni menos que un Estado asociado), Filipinas o todos los «espadas mojadas» que buscan la redención de su miseria cruzando el río Grande desde México.
No es que el dominio del inglés fuera hasta el presente el pasaporte final para la integración de una etnia en la sociedad norteamericana, pero volatilizadas las ayudas a la enseñanza de este idioma, la comunidad de origen hispano (siempre económicamente débil., culturalmente retrasada, abandonada por, sus representaciones diplomáticas) caerá, particularmente en sus capas más jóvenes, en una reedición corregida y aumentada de West Side Story.
De entre las primeras opciones de la Administración Reagan -en la que, insistimos, tantas esperanzas depositan algunos ultranacionalistas españoles-, una de ellas condena al lumpem proletariado a la emigración de origen hispano.
Hete aquí un dato que no se debe soslayar. De momento, América vuelvela ser para los americanos -y quizá éstos tengan que ser rubios, con ojos azules, anglohablantes y protestantes-, y cualquier traslación ideológica desde Washington hacia cualquier capital europea debe aceptar y justifícar ese listón establecido y sobre nuestros directos o indirectos emigrantes. Aquellos que han visto en Reagan la salvaguardia de ciertos valores a conservar en Europa no deben obviar el coste sociológico que el nuevo inquilino de la Casa Blanca va a inferir sobre los más pobres, los más débiles, los más desamparados. Que casualmente son de los nuestros.
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